Por: Amalia Posada Sánchez
Colegio Marymount
Es un alivio ver al señor Yeiner Pantoja después de una larga clase extracurricular, sobre todo cuando debo llegar a mi casa a estudiar, probablemente a repasar para algún examen. Definitivamente, verlo a él saludándome con una amable y reconfortante sonrisa, me conmueve, porque no importa lo muy mal que haya ido ese día, siempre va a haber algo agradable, algo que lo arregle.
Ir a mi casa después del colegio siempre fue un problema, no se encontraba a ninguna persona que se ofreciera para llevar dos niñas al Alto de Las Palmas, a las cinco de la tarde, pero Yeiner nos hizo sentir como si eso fuera lo que a él más le gustara, y lo hace muy bien. Para llegar a mi casa hay que pasar primero por el barrio La Acuarela, ya que allá viven otras niñas que se fueron juntando para que hubiera una ruta que llegara tan lejos del colegio.
Mi conductor pone Vallenato a todo taco, con la ventanilla abierta cantándole a todo peatón que se le cruce. Este fue un impulso para abrir mis gustos musicales, y ya básicamente, me sé sus emisoras favoritas; aunque en un principio no me gustaba ni 5 que pusiera música tan duro, ya es indispensable para hacer el trayecto a mi casa más corto y divertido.
Al señor Yeiner le encanta manejar, se nota, lo supe desde la primera vez que él nos montó en esa buseta con El Binomio De Oro reventando los parlantes. Las carreteras destapadas son su pasión, y las coge como si no supiera lo mucho que esa buseta saltaría, así, sin miedo al éxito. Cuando la gente maneja “lento” se queja y grita: “¡Eche no joda!”, a todos los que se le atraviesan; pero lo curioso es que la gente es lenta al ver que se les avecina una buseta que se parece a un mega bafle o a un carro que transporta el equipo de sonido de un concierto de una banda que estaba ensayando ahí mismo.
No sabía mucho de él, ni de dónde era, sólo sabía que era costeño por su acento, y por mucho tiempo no supe ni cómo se llamaba. Prensa Escuela hizo que quisiera conocerlo a mayor profundidad, lo que nunca dudé es que fuera una buena persona, pues fue él quien se echó al charco cuando no teníamos un transporte a nuestra casa, una persona que se aventuró a convivir con nosotras cuarenta y cinco minutos al día. Quise indagar sobre él, porque me parece que conocerlo va a hacer mejor la comunicación. Yeiner Pantoja venía de la costa, de donde él decía “un nido de vacas”: era de Planeta Rica. A Yeiner no le gustaba hablar mucho de sus horarios, pero nos había contado en alguna ocasión que en las tardes nos transportaba a nosotras y por las mañanas a estudiantes de otro colegio. Estas dos actividades las hacía en sus lomas favoritas: las del Alto de Las Palmas; y llegaba en la noche a su casa feliz a decirle a su esposa y su hijo lo bien que lo había pasado, y lo sabroso que le resultó el mango de ese día.
Me acuerdo que un día estaba muy pero muy estresado porque le quería conseguir boletas a su esposa para ir al concierto de Shakira, y menos mal la monitora de la ruta, Cristina, le ayudó a entrar en la lista de espera para conseguir las boletas. Aunque no sé cómo se llama su esposa, sé que la quiere, y mucho, sé que en la ruta habla con ella para contarle cómo va el recorrido y si ese día iba a llegar temprano o no; y desde el otro lado del teléfono se escucha una voz dulce (que no suena casi porque él habla más que un loro mojado) emocionada por escucharlo.
Su forma de manejar es impredecible, puede ir “empecuecado” por todo Envigado al son de lo que esté sonando en la radio (claramente sin violar ninguna ley de velocidad), o puede ir despacio si la canción hablaba de algo triste, o porque ese día Tropicana no estaba tan tropical como a él le gusta. A mi conductor le encanta el mango biche, el que no se ha madurado, el que “está duro porque nadie lo quiere” y al que escoge porque “está solito”, como dice él. Por eso, sin importar la fila en el puesto de venta, siempre pide su buena porción, “con de todo”. Nunca pierde la oportunidad de esperar su mango antes de llevarnos al colegio, y a nosotras nos encanta ver su emoción cuando maneja, mientras se lo come de un tarro gigante.
En rutas anteriores, mis amigas y yo leíamos cualquier libro que las otras estuvieran leyendo y guardábamos canciones que mencionaban para después buscarlas en nuestras playlists, pero en esta ruta ese no es el caso. Claro que lo tratamos, pero esos resaltadores terminan en otra esquina muy distante a la que queremos marcar, y es que escuchar a Diomedes Diaz mientras leemos un libro de suspenso es un tema complejo, pero empezamos a apreciar que esa música cuadraba perfecto con cualquier libro. ¿Estás leyendo Harry Potter? Pues La Gota Fría de Carlos Vives es justo lo que necesitas.
Esos trayectos ya se volvieron recuerdos que no se olvidarán fácilmente, tardes que no queremos que se acaben, y sonrisas que nunca desaparecerán. Con él aprendimos que pasaba “en los años 1600”, y en “el verano del 73”; básicamente una clase de cultura general y de historia todos los días. Gracias a Yeiner supimos que “Una cosa es acero inoxidable, y otra es hacerlo inolvidable”.
Ilustración: Manuela Correa Vélez