Por: Valeria Lucia Berrocal Vanegas
Cosmo Schools
Grado: Noveno
Tallerista: Luisa Fernanda Rodríguez Zuluaga
Estudios Literarios
Universidad Pontificia Bolivariana
Existen varios momentos en los que nos ponemos a pensar en que la situación por la que estamos pasando podría ser peor, “sería peor no tener plata” o “sería peor vivir en la calle” pero para las personas que viven esto, ¿podría ser peor? Vivimos en una sociedad en la que está muy normalizado despreciar y discriminar a las personas por ganarse la vida trabajando en las calles, pues es muy fácil juzgar perteneciendo al 29,6% de la población del país.
Hay muchísimos colombianos que viven de lo que pueden conseguir a diario, madres y padres tratando de alimentar a sus hijos, hijos obligados a dejar el colegio y tener que trabajar porque simplemente no hay recursos para mantener su hogar; es la realidad de muchas familias colombianas.
Realidad que nunca había visto cerca de mí, hasta que un día en el colegio nos dijeron que se iba a realizar una feria en la cual todos debíamos participar vendiendo algún producto “¡uy no!, ¡qué pena!” dije, pues no le veía sentido a hacer eso, además de que el dinero recaudado sería para el salón y no para mí, así que las ganas de participar eran nulas. Acercándose la fecha le conté a mi mamá dicho evento y expresé mi molestia diciendo que no era justo trabajar sin recibir algo más, además del gasto en materiales; ella me dijo que era justo, pues si era para el salón no habría ningún problema, me sentí como una caprichosa por simplemente no querer hacerlo, y esto no cambió hasta el día del evento.
6 de octubre de 2022, el día finalmente había llegado y teníamos todo listo, junto a varios amigos acordamos vender obleas, así que los materiales se compraron entre todos para mantener la igualdad de gastos; aunque nos faltaba un pequeño detalle, nunca habíamos preparado una oblea en nuestra vida; imagino que teníamos una idea, ya que por lo menos alguna vez tuvimos que haber visto cómo las preparan, pero técnicamente estábamos en blanco. Poco a poco, con la llegada de algunos clientes desarrollamos un poco esa técnica y se nos fue quitando la vergüenza de interactuar con las personas.
Admito que estaba bastante emocionada por cómo resultaría, la emoción me duró diez minutos, pues en una hora habíamos vendido solamente cinco obleas; además de tener competencia en un lugar más estratégico que el nuestro las ventas no iban bien, no paraba de pensar en que había personas a las que les estaba yendo mejor que a nosotros, pero observando bien el entorno noté que realmente eran más las personas a las que les estaba yendo peor y no tardé en sentirme mal por ello, pues todos nos esforzamos de la misma manera.
En medio del poco flujo de clientes se me vinieron a la cabeza los vendedores ambulantes que hacen esto a diario, ya que la incertidumbre de saber si venderán o no debe ser terrible, de tener que conseguir así sea para alimentarse, además de aguantar miradas y comentarios despectivos hacía ellos, solo por intentar conseguir lo mismo que todos necesitamos; no puedo decir que estoy cerca de entender lo que viven, pero admiro el duro trabajo que ellos ejercen.
Al final del día afortunadamente pudimos reunir casi doscientos mil pesos, nos parchamos entre todos y fue una experiencia interesante. Siempre he sido consciente de los privilegios con los que vivo, a pesar de que soy una persona a la que nunca le ha faltado la comida o la educación (gracias al duro trabajo de mí mamá), estas cosas tan básicas que no deberían considerarse un privilegio, en este país lo son, pues las oportunidades son reducidas y ver a personas trabajando en las calles, tratando de conseguir lo mínimo para sobrevivir, es una realidad que está mal y tiene que cambiar.