Masacre en La Maracaná antioqueña

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Esta historia es muy valiosa porque tiene mucho contexto y nos permite hacer memoria colectiva a partir de la experiencia de Jhorman. Es un texto ejemplo de resiliencia que se despliega en cada descripción sencilla y contundente, en la manera como trae al presente hechos muy trágicos que siguen convulsionando nuestra realidad y que nos conmina como adultos, como comunicadores y educadores, a plantear posibilidades de transformación social desde los actos trascendentales que propicia El Taller Prensa Escuela: conversar, convivir, leer y escribir.


Escucha esta historia en la voz de Diego Aristizábal, columnista de opinión en El Colombiano:


En julio de 2012 yo vivía en Castilla, una comuna de Medellín, concretamente frente a la cancha La Maracaná. Habían pasado cuatro años desde que vivíamos allí, muy felices y con mucho amor, éramos una familia muy unida.

 Recuerdo que mi perra Natas, una labradora, hacía dos meses había tenido siete hermosos cachorros. Yo era un niño de unos ocho años. En mi familia éramos, mi madre, que es una persona muy especial, entregada y juguetona. Ella se desempeña como artesana, manicurista y secretaria de mi papá. Mi padre, un gran señor, también cariñoso, muy responsable y trabajador, es contratista de obras civiles y mis dos hermanos, Yeraldin muy inteligente, auténtica y estudiosa, que en ese tiempo cursaba el grado quinto de primaria; y, por último, mi hermano Miguel Ángel, el mayor, muy tierno y también muy inteligente, me quiere mucho y yo también a él, es muy juicioso y en ese tiempo cursaba sexto.

Ese día de julio se disputaba un torneo de fútbol con niños de otro barrio. Muchas personas observaban desde las tribunas, especialmente los padres de los niños. En la tarde de ese día, horas antes del partido, un adolescente bajaba manejando una moto y atropelló a una persona que pasaba por la calle. Cuando emprendía la huida, una mujer amiga de los de la banda “Los juancheros” * lo agarró y no lo dejó escapar. 

En ese momento llamó a sus amigos, los cuales hicieron presencia con un bate lleno de clavos ocasionándole al adolescente muchas heridas, lo patearon hasta que se cansaron, liberándolo al final sin saber quién era este joven. Resulta que él pertenecía a la banda “Los pimpollos” * del barrio 12 de octubre y “Los juancheros” ignoraban esto. El joven ofendido se fue a planear con su banda la venganza… 

Mientras tanto, en La Maracaná seguía la diversión. Al lado de esta cancha queda el colegio La Esperanza en el que estudiaba mi hermano Miguel Ángel. Afuera del colegio había una señora que vendía fritos, muy querida por su alegría, y la apodaban la “Encalambrada”, ¡era muy divertida!Jhorman-Gallego-Maracana

Luego de lo ocurrido, ella contó que un joven de los de la banda de “Los juancheros” estaba desesperado por que le vendiera unas empanadas: 1000 de empanadas, exactamente. Ella le dijo: 

–Espérame un momento, encalambrado, que ya van a estar. Y el muchacho le respondió:

– No, ¡qué pereza!  uno se muere acá esperando a la Encalambrada, bueno pues. 

Y se fue para la cancha a seguir viendo el partido. Para ese tiempo eran como las seis y media de la tarde. El chico volvió por las empanadas con el billete de mil en las manos, y en ese preciso instante llegaron dando bala a diestra y siniestra unos en moto y otros a pie. Entraron por todos los lados de la cancha provocando la muerte de varias personas. Inclusive el papá de unos de los niños que estaba jugando quedó en medio de la cancha… El joven que compraba las empanadas quedó extendido a los pies de la Encalambrada, con el billete en la mano sin dejarlo caer. Ella salió corriendo y le tocó la puerta al vigilante del colegio para que los dejara ingresar y protegerse.

En ese momento mi madre, mis hermanos y yo, estábamos visitando a mi abuela materna y no nos dimos cuenta. Mi papá era el único que estaba en la casa, nos dijo que eso fue muy tremendo y que parecía el oeste. La perrita se asustó muchísimo y buscó el lugar más oscuro de la casa, fue muy triste.

Luego, llegó el alcalde al lugar para mirar lo sucedido, ya que se acercaba la Fiesta de las Flores y esta cancha era y es muy importante en este evento porque allí se hacen tablados con grandes artistas. Al día siguiente a la masacre se hizo una misa a la que asistió nuevamente el alcalde para dar el más sentido pésame a las víctimas y hacer un llamado a la paz, para que no hubiera represalias.

Al día siguiente mi papá fue a la casa de la abuela por mi madre y nosotros nos quedamos allá por temor, mis padres habían planeado abandonar ese barrio, porque se sabía que se iba a calentar. Nos contaron mis padres, a mis hermanos y a mí, que ellos subieron al barrio 12 de octubre, al frente de la Intermedia, por el centro de salud para hacer lavar la moto, y se encontraron con una carpa presidencial, tapete rojo, comida, orquesta, una fiesta para “Los pimpollos”. Lo cual según un rumor era para calmarlos, mientras que a las víctimas sólo les ofrecieron una misa y se sabía que apenas “Los juancheros” se enteraran no se quedarían quietos. 

Entonces, de inmediato mi madre fue a los colegios para hacer un traslado, por fortuna llegamos a un colegio donde nos recibieron con mucho amor. Debido a esto mi familia y yo nos mudamos a una invasión, que es un asentamiento de personas provenientes de varios lugares que llegan huyendo de la violencia y se ubican en terrenos que no son de ellos, se instalan allí hasta ser desalojados.

Pasar de vivir en Castilla a vivir en ese lugar fue un gran cambio, no solo económico sino también de mundo, dejar las comodidades que teníamos fue bastante difícil y muy diferente a lo que estábamos acostumbrados. Por ejemplo, dejar una casa de cinco habitaciones con baño cada una, tres salas y dos patios a llegar a un lugar con solo una habitación, un baño y cocina. Dormir incómodos, pasar de tener el colegio enfrente a tener que caminar más de 10 minutos, y subir y bajar demasiadas escalas, fue duro, muy duro.

Además, el agua en ese asentamiento no es potable, nos enfermamos a menudo, nos dieron hongos, diarreas. Había mucho pantano, era muy triste y aburridor. Todavía es aburridor porque hay mucha pobreza, más que todo mental, mucha violencia: prostitución, drogas y no faltan las bandas que siempre se quieren aprovechar del más débil. Cobran el agua cada 8 días a 5 mil pesos y si no les pagan la quitan.

Vacunan los negocios, lo que consiste en extorsionar a personas o locales comerciales con cierta cantidad de dinero amenazándolos con desplazarlos de sus viviendas o negocios si es que no se les da la plata que piden, también suelen cobrar la celada, violan a mujeres y niños, matan y masacran a los animalitos. Es muy fuerte todo.

Llevamos 8 años y no nos acostumbramos, nos toca vivir como venga el día. Y a veces el día viene bien, y otras veces no. Todavía hay recuerdos de nuestra antigua casa y nuestro barrio de toda la vida, y muchas veces esos recuerdos, en su mayoría afortunados, no vale la pena verlos con lástima, ni como algo que nunca volverá, sino como situaciones y momentos que forjaron nuestra identidad y nos enseñaron mucho del mundo, porque el mundo sí que enseña todos los días.

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