Por Susana Calle Zapata.
Estudiante de Comunicación Social, Periodismo.
Universidad Pontificia Bolivariana.
Unas entran buscándola y otras con la ilusión de no perderla, sin lugar a dudas son un montón de mujeres esperanzadas, devotas a una sola cosa: la belleza. Se tiñen las canas para disimular los rezagos que ha dejado el tiempo, se comparan entre ellas con actrices famosas y cuando se sienten alocadas piden que les tinturen algún mechón de su pelo de rojo o rosado, se sienten atrevidas. Aquí es cuando comienza la historia.
Es una de las cientos de peluquerías que hay en el barrio El Dorado, a dos cuadras del parque principal de Envigado, donde hay afiches de mujeres jóvenes con cortes de pelo extravagantes en la pared y ese inconfundible olor, propio de estos lugares, que es la combinación de champú, químicos y pelo quemado. Es una antigua casa esquinera, pero en el local no caben más de cinco personas y allí trabajan tres estilistas, por lo que, la tercera clienta no tiene espacio para estirar los pies.
La dueña es Luz Dary pero todas quieren tener una cita con Adriana, es por esto que ella siempre atiende a mínimo dos clientas a la vez. Mientras a una le cubren el pelo con papel aluminio para que el decolorante haga efecto, la otra espera sentada en unas sillas de plástico que hay enfrente de la peluquería en la acera. Entonces, todas estas bellezas en proceso de reparación esperan con paciencia su llamado. Es un lugar en donde no existen los nombres, todas son “linda” o “amor”, sustantivos que pueden variar según la edad, por lo tanto, de vez en cuando aparece un “doña” o “niña”.
Hay una pequeña radio en la que suena una de esas emisoras de música romántica y el locutor dice cada tanto “este es el momento perfecto para que algún enamorado dedique una canción”, lo que siempre es el inicio de una gran conversación en la acera. Hablan de canciones románticas, de sus historias de amor, pero no es extraño que alguna divorciada comente su opinión disruptiva, lo que siempre le da más sazón a la conversación.
Doña Liliana, que no se deja tocar el pelo por nadie más que no sea Adriana, solo presume a su hijo de 33 años, mostrando las fotos del joven perfectamente bronceado, sin camisa, del cual se puede deducir que tiene una vida amorosa turbulenta. Pues, Doña Liliana no titubea si alguna dice que tiene una nieta, sobrina o hija bonita para declarar que sería una gran idea presentarlos. Entonces comienzan a desarrollar un quisquillo proyecto de conquista, como si el amor se pudiera planear.
Mientras estas racionalizan cuestiones del corazón, hay otras más espontáneas que recitan “lo que es pa´uno, es pa´uno” y allí se empieza a tejer una opuesta conversación. Por lo general, aseguran que los hombres tardan mucho más en madurar, que requieren mucho tiempo y tienen poca paciencia. Se quejan de lo difícil que es que un hombre no caiga en la tentación, de los tensos que se ponen cuando les preguntan “¿vos y yo que somos?” y lo tontas que fueron cuando creyeron que sí existía el hombre indicado.
Pero cuando ven una nube negra pasar por el cielo, todas se persignan para que no llueva y se les dañe, al salir, el cepillado o los falsos rizos. Contradictorias, indescifrables y complicadas. En un solo lugar se condensa una parte de la psicología femenina. Pero si algo tienen en común todas estas mujeres es que asisten a la peluquería para reencontrarse, para romantizar un poco más su relación con el espejo y con la ilusión de que alguien utilice rebuscados, tiernos y juveniles adjetivos a la hora de referirse a ellas.
Pueden llamarlas irracionales, soñadoras o ilusas, pero ellas hacen historia en este lugar y, sin duda, esa es una de sus virtudes. Juegan a ser modelos, presentadoras y actrices, en síntesis, portadas de revistas, y cuando salen lo hacen con una confianza tal que fabrican realidades, demostrando que, en toda fantasía, hay algo de verdad.