Caminos que cuentan historias

María Fernanda Bedoya

Institución Educativa Carlos Vieco Ortiz

Recuerdo que una vez me llegaron a decir que El Centro era el corazón de Medellín, ya que se encuentra en la mitad de este y desde ahí circula todo prácticamente.

Era la una de la tarde y el sol radiante acogía el aire y nos acaloraba; mi mamá y yo andábamos de afán. “Vamos a llegar tarde a la cita y yo que me tengo que ir pa’ la universidad”, decía ella a la vez empacaba algunas cosas a la carrera en su mochila habitual. 

Mientras  yo me cepillaba, pasó el bus y se fue. Para nuestra desgracia no quedaba más que hacer que apurarnos hasta donde probablemente pararía, si es que llegábamos antes que él. Por eso, empezamos a caminar las tres cuadras que nos separaban de él por la misma calle que transitaba siempre para ir al colegio. No se sabe qué era peor de pasar por ahí; el olor a heces, tener la mala suerte de pisarlas o soportar las miradas hostigantes e incómodas que tiraban los niños que apenas salían de estudiar. 

Esperamos el bus al lado de una quebrada, maloliente, llena de ratas y desechos, recuerdo la vez que pasaba por ahí con unos amigos, tuvimos la suerte de encontrar un grupo de gallinazos comiéndose unas tripas frescas y grandes que habían sido tiradas en la quebrada.. “Esas son las tripas de un perro”. Decía uno de ellos mientras señalaba una bolsa con algo adentro, no sabíamos qué estaba adentro, sólo sabíamos que los gallinazos estaban contentos por la carroña ligera.

Llegó el bus, un Floresta Estadio. El señor paró y nos subimos, mientras mi mamá pagaba yo buscaba un lugar cómodo en donde pasar el trayecto hasta El Centro, nos sentamos y comenzó la travesía. El centro es un lugar lleno de personas que buscan algo o se buscan a ellos mismos; llegar allí es complejo para mí, ir hasta La Floresta, pasar por la avenida Colombia hasta encontrar el río y cuando sientas que el ambiente ha cambiado, entonces has llegado al lugar donde perderse era tal vez lo más fácil. Nos bajamos en Camino Real, el único centro comercial del que soy consciente de su existencia; mi mamá se pasa la maleta para adelante y pegamos al cuerpo cualquier cosa de valor, no soltarse es una regla fundamental cuando nos dedicamos a pasar por estos lares. 

El centro me recuerda a un colegio, las estructuras viejas conviven con las nuevas y se encargan de intentar crear un espacio más ameno; un lugar social donde lo primordial es la convivencia, pero prevalece el pensamiento de que si no molestas, no te molestan; donde aprendemos lo que queremos y no lo que nos imponen. Las aceras están llenas de basura y gente, vendedores, trabajadores, rechazados, gente apresurada, gente relajada, no importa quién sea, cada quien va en su propio contexto, los edificios en una escala de grises calentados por el sol tan imponentes y estáticos analizan a la gente cada día como si fueran hormigas, pero no opinan al respecto. 

Mientras camino, veo en los desconocidos gente conocida con las que tal vez nunca me volveré a cruzar, pero sus caras siempre serán familiares para mí. La mujer bella y joven, ensimismada en su dilema me recuerda a mi mamá, el joven de piel pálida que va apresurado me recuerda al niño inteligente del salón, la mujer flaca y carismática que se dedica a vender lo que pueda me recuerda a esa profesora sarcástica y amigable que me dio clase alguna vez, el viejo que camina en la vía perdido por la vida me recuerda al muchacho que se sienta solo en las escalas a esperar que alguien le hable, el perro que es de la calle pero que todos acarician me recuerda a un amigo.

Después de dejarme llevar por la gente mientras cruzo el camino que se va dañando y agrietando más con cada paso, llegamos al viejo hospital. A las paredes y pisos se les notan sus años y los tantos recuerdos que por ahí también debieron pasar; subimos en el ascensor que parece que con un solo kilo más nos dejará varados en medio del camino, hasta llegar al 7 piso, con la cordialidad habitual se le desea el bien a la gente antes de bajarse de este y caminar hasta la recepción para entregar los datos debidos y disponerse a sentarse en las sillas de plástico para calmar el cansancio y calor de la tarde. Mi mamá se sienta a mi lado y yo me acuesto en sus piernas “Llegamos hasta temprano” dice ella de cierta manera, orgullosa de que hubiéramos llegado.

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