A prueba de tormentas

Crédito Tallerista Ana IsabelEsa tarde, antes del cuarto encuentro sincrónico, estaba en el balcón de mi casa en Marinilla tomando un poco de sol, disfrutaba el calor en la espalda mientras hablaba con Samantha, mi compañera tallerista, quien estaba en Medellín. Previo al encuentro con los jóvenes solíamos reunirnos vía Zoom para ultimar detalles y habilitar la sala de Meet que, ahora se había convertido en nuestro salón de clases. Mientras repasábamos el orden de la sesión y revisábamos los recursos que utilizaríamos escuché un estruendo que me asustó y de inmediato pregunté:

- ¿Sami qué pasó? Y casi al mismo tiempo dijo:

- ¿Isa, escuchaste el trueno que acabó de caer? 

- Sí, yo escuché- respondí 

- Ojalá no se me caiga el internet

- Ojalá que no

Y pensé, si pasa, ya sé que debo hacer: tener todo organizado, pues en ocasiones anteriores el internet no había jugado a nuestro favor, así que ambas teníamos que estar preparadas en caso de que existiera alguna falla de conexión. Ahora que lo pienso fue una premonición porque unos minutos después volví a la pestaña de Zoom, quería verificar si Samantha me escuchaba, pero me encontré con que el cuadro donde antes podía vfer su cara ya no aparecía, había salido de la reunión.

- ¡Sami! ¡Sami! Te me desapareciste del mapa ¡¿Sami estás ahí?!

Al no obtener respuesta pensé: fijo ese trueno la dejó sin internet.

Rápidamente tuve que levantarme y dejar mi estadía en el balcón para ir al escritorio que estaba en mi cuarto, justo en frente de la ventana. Mientras me desplazaba llamé a Samantha en repetidas ocasiones, pero no contestaba. Ya sentada en el escritorio abrí el cuaderno donde había anotado el paso a paso, los contenidos y las notas del taller, también recapitulé los recursos que debía tener abiertos y seguía intentando comunicarme con Samantha, pero no obtenía respuesta. Eran las 3:50 p.m., en 10 minutos comenzaría el taller, entonces busqué el enlace para iniciar la reunión; miré mi cara en la cámara, me puse los audífonos, y “me di al dolor” de que debía hacerlo sola. Finalmente, respiré.

En ese momento pensaba en la importancia del trabajo en equipo, de ver al otro como un aliado, un apoyo, un soporte para hacer de la mejor manera las responsabilidades que se tienen a cargo y nunca como alguien sobre quien descargar la parte que a mí me corresponde. También pensé en el trabajo en equipo como una oportunidad para compartir saberes y aportar en el crecimiento del ser con quien se está trabajando conjuntamente. Y es que, en este caso habíamos trabajado hombro a hombro en la preparación de cada taller y en las actividades alternas que debíamos cubrir, ambas estábamos al tanto de todo entonces no habría lío en tener que guiar esta sesión sola, de alguna manera estaba preparada.

Mientras los participantes ingresaban a la reunión, insistí por última vez, llamé a Samantha y en esta ocasión tampoco pude hablar con ella. Sinceramente guardé, hasta el último momento la esperanza de que pudiera unirse al encuentro, incluso le dije a los chicos que si de pronto se conectaba por favor me avisaran; pues con el tiempo que llevaba compartiendo con ella estaba segura de que por nada del mundo quisiera perderse una sesión, por el contrario, su entusiasmo en cada taller era evidente. 

Finalmente, comenzamos sin mi compañera. Las actividades y temáticas fueron desarrolladas sin complicaciones, hubo buena interacción del grupo, fue una sesión agradable donde hicimos uso de los recursos de internet para compartir información sobre el contexto donde se desarrollaría la historia que cada participante estaba escribiendo. El taller finalizó sin problemas. 

Una hora después, al fin, mi compañera pudo comunicarse conmigo y contarme que, efectivamente el trueno había ocasionado un daño eléctrico en el sector donde vive. Le conté sobre cómo había transcurrido el taller sin ella mientras me manifestaba lo triste que se sintió por no haber podido unirse al encuentro.

Bendito internet, en ocasiones nos había hecho poner las manos sobre la cabeza, tirar el cuello hacia atrás, mirar hacia el techo y decir cualquier palabra o expresión proporcional a la impotencia que sentíamos porque fallara, justamente, cuando estábamos haciendo algo importante. Aunque, no siempre fue así, por suerte también nos permitió experimentar euforias, como en el primer encuentro sincrónico.

Ana-Isabel-Giraldo-A-prueba-de-tormentasEstuvimos conectadas desde temprano vía Zoom, listas para “Comenzarcon este viaje llamado Prensa – Escuela” tal como le habíamos dicho a los jóvenes en un video de bienvenida que decidimos grabar para que nos conocieran.

Momentos previos al encuentro ensoñábamos la idea de las tardes de viernes en la UPB rodeadas de los demás talleristas, coordinadores y jóvenes participantes; anhelábamos la presencialidad, pero de vuelta a la realidad, cada una estaba en su casa sentada en frente del computador a punto de implementar, por primera vez, la modalidad de El Taller Prensa Escuela virtual. Estábamos emocionadas y nerviosas, pero con toda la disposición de comenzar. Nuestro empelicule era tal que, en un cuaderno cada una tenía notas de lo que sería el orden de la sesión, las intervenciones que haríamos, y con resaltador, al menos por mi parte, lo que debíamos decirles a los chicos y que no podíamos pasar por alto. 

Llegó el momento de conectarnos, 10 minutos antes de las 4:00 de la tarde, iniciamos la reunión, algunos de los participantes un poco tímidos, pero a medida que nos presentamos comenzaron a interactuar, a hablar con más soltura e incluso a mostrar los intereses y habilidades de cada uno. El primer taller transcurrió sin ningún percance y todo se dio tal como lo habíamos planeado, de hecho, considero que fue mucho mejor de lo que hubiéramos imaginado. Al final de la reunión Samantha y yo permanecimos en la sala para hablar de lo que habíamos acabado de vivir. Yo estaba sorprendida por lo que había sido ese encuentro, fue emocionante ver como lo guiamos, como hablamos y la manera en la que permitimos que fluyera la dinámica con los jóvenes. Después de hablar unos minutos nos despedimos, pero yo me quedé entendiendo una sensación que tenía en el pecho de “Aquí es” que solo podría explicar diciendo que ese fue también un encuentro con la Ana de unos 7 años de edad, la niña que organizaba a sus peluches en la cama, ponía el tablero en frente, buscaba un libro y les daba clase.  

A partir del primer taller siguieron ocurriendo una serie de reencuentros llenos de certezas donde reafirmaba que esa sensación hacía referencia a estar ahí aprendiendo y enseñando, la escucha y la palabra, el otro y yo, hacían que un lugar fuera el indicado aún sin ser presencial, cada proceso, por diferente que fuera, nos enseñaría justamente lo que debíamos aprender a fin de estar preparados para nuevos retos.

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