Fracking: plan B de una economía sin propósitos de largo plazo

Hace una década este país declaró un horizonte de largo plazo -hacia el año 2032-: ser la 3a nación más competitiva de la región, tener el 3o ingreso per capita más elevado de la región y elevar el PIB. Sin embargo, el Consejo Nacional de Competitividad reitera, año tras año, que no se toman las medidas necesarias para alcanzar dichos objetivos.

Cuando este gobierno ya ha cumplido su primer semestre, el discurso alrededor del cual gira el debate económico se reduce a las siguientes categorías:

transformar a Colciencias en un Ministerio. Convertir a Colciencias en un Departamento Administrativo hace ya varios lustros no evidencia avances significativos; tal vez el aumento de la producción científica de los grupos de investigación de las universidades sea un logro de mostrar (aunque este tema merece un capítulo aparte, por la importancia que tiene el MEN en este avance y por la sospechosa calidad y pertinencia de los papers y libros que se vienen publicando de modo creciente). Por lo anterior, es válido preguntarse si subir un peldaño en la escala burocrática ayudará a Colciencias a liderar efectivamente el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación.

Economía Naranja. Es una apuesta con mucho sentido social y económico. Industrias que se basen en la creatividad y la innovación y que además se fundamenten en la cultura, el arte, las tradiciones y las TIC, son un pilar valioso para desarrollar la economía de largo plazo en cualquier territorio. Sin embargo, hasta ahora sólo se visualizan estrategias de gobierno, el horizonte no evidencia que se estén sentando bases de política de Estado para que las industrias culturales se conviertan en un sector estratégico de largo plazo para la economía colombiana.

Reforma Tributaria (mal llamada Ley de Financiación). Con respecto a este ítem no hay mucho que decir. Como otras reformas que se han hecho, colocó el foco en los huecos fiscales de corto y mediano plazo, generando la ya recurrente disputa sobre quiénes son los verdaderos financiadores de la reforma -¿los empresarios, las empresas, los ciudadanos de a pie, la clase media? Pero, sobre la necesidad de fundamentar un nuevo aparato productivo, más diverso, centrado en el conocimiento científico y tecnológico, no se dice nada. No se ha hecho nada. Bueno, ¡sí se ha hecho, ya se habla de un plan: fracking!

Fracking. Durante el último decenio se ha hecho evidente que Colombia no puede fincar su desarrollo de mediano y largo plazo en la industria minera. Las reservas de petróleo se agotan y no hay una naciente oferta sustituta de exportaciones. El país sigue dependiendo en gran medida de las exportaciones de hidrocarburos y de algunos productos agro-industriales de bajo nivel de procesamiento. Sin embargo, cuando podría pensarse que esta situación (reservas para ser exportador durante poco más que un lustro) sería una oportunidad para que el país hiciera una apuesta hacia una economía más diversa y moderna, se le da un mayor impulso al debate sobre el fracking. En otras palabras, en lugar de avanzar hacia el siglo XXI y sentar las bases de un desarrollo sostenible, el país mira hacia su pasado, asentando su modelo económico en la minería de los hidrocarburos, apoyado en una técnica (fracking) que además es cuestionada por sus posibles impactos nocivos en el plano ambiental.

Desde mediados del siglo XX se ha evidenciado que la agregación de valor es la principal fuente de riqueza de los exportadores ¿En qué estábamos pensando los colombianos?

Nota: desde mediados del siglo XX, es evidente que los países industrializados pusieron su foco en la agregación de valor a sus exportaciones. Hoy, la innovación que fundamenta a la industrialización asume un nuevo reto: la sostenibilidad del modelo económico global. Sin embargo, parece que en Colombia aún no comprendemos ninguna de las dos premisas.

 

En síntesis, el actual debate sobre la legalización del fracking es un eslabón de una cadena que simboliza a la economía arcaica. El país político, los monopolios y otros actores de la sociedad colombiana (incluída la academia) no impulsan la discusión sobre la necesidad de establecer un nuevo modelo de desarrollo, uno que sea más productivo, más moderno y más justo. Parece que las precarias tasas de crecimiento actual (entre 2% y 3% anual) en el actual modelo de distribución de riqueza, satisfacen a las élites nacionales y a la cómoda clase media.

No hay debates de fondo en los escenarios de política económica en los que se trabaje sobre una política de Estado que busque resolver los problemas estructurales de la economía -déficit fiscal de largo plazo, calidad de la salud, cobertura educativa, cantidad y calidad del empleo- a partir de la generación de un nuevo modelo de desarrollo económico; un modelo que piense en el potencial del campo, en la sostenibilidad del ambiente, en la transformación del sistema educativo, en la creación de un ambicioso sistema de ciencia, tecnología e innovación y en la reestructuración del mercado laboral en función de la innovación y la equidad.

Desde mediados del siglo XX se ha evidenciado que la agregación de valor es la principal fuente de riqueza de los exportadores ¿En qué estábamos pensando los colombianos?

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