El aire, la terraza y la noche estrellada

Salida de la Luna Llena en el mes de Septiembre. La foto es de nuestro amigo Pedro Zuluaga, quien no se pierde la fiesta. El telescopio utilizado fue un Orión de 8 pulgadas, newtoniado, de nuestro amigo Jesús David Llano. Todos ponemos para esta fiesta del disfrute.

Salida de la Luna Llena en un mes de Septiembre. La foto es de nuestro amigo Pedro Zuluaga. El telescopio utilizado fue un Orión de 8 pulgadas, newtoniado, de nuestro amigo Jesús David Llano.

Hola Galileanos!!

Tal vez ustedes recuerden la historia del vecino, de un amigo, o la de ustedes mismos, con respecto a los famosos aires de las casas de antaño. El aire, o mejor dicho, el espacio disponible sobre los techos de las casas, fue uno de los grandes motores de la construcción local. Incluso, parece que aún hoy en día es un activo vital en decenas de residencias y negocios ubicados en algún rincón del villorrio que habitamos.

Este aire, entonces, es el protagonista de nuestra entrada. En muchos casos ese aire estuvo antecedido por techos con tejas de barro, sobre los cuales era imposible caminar sin causar más de un daño. Recuerdo, eso sí, que muchos de nuestros mayores retaban la firmeza del material de las pobres tejas cuando de cazar goteras se trataba. Creo que todos los abuelos hicieron curso de curanderos de goteos acuíferos en los techos de aquellas viejas viviendas, pues por su conocimiento, tacañería u obstinación (ustedes eligen) decenas de tejitas pasaron a mejor vida como consecuencia de los pasos pesados de algunas alpargatas, botas o zapatos de trabajo, recomendados por otro vecino o familiar, para soportar el andar saltando de los pies estrechos encima de aquellos cielos curtidos, dañados por el clima o repletos de mugre de los árboles vecinos, los nidos de los pájaros o los balones caídos de algún futbolista improvisado.

En las casas que carecían de aquellas tejas, y gozaban de la plancha de cemento, otro cantar se oía: Allí se hicieron infinitos sancochos y asados, fiestas de cumpleaños, celebraciones en honor a algún título futbolístico, habitaron decenas de perros cuidanderos de la casa y, como no, tantos primeros besos se dieron allí.

Y es que hay que aprovechar el asunto de los primeros besos para conectar nuestra pasión observadora del cielo. O no me digan pues que muchos de ustedes, amables lectores, no se las dieron de científicos locos o de seres interesantes, casi de otros planetas, echando el cuento de que desde la plancha se podrían ver maravillas inmensas en un cielo que sólo podría mirarse adecuadamente en medio de la noche, luego de haber amarrado al perro y llevando alguna chaqueta abrigadora para evadir el frío entre los dos observadores.

Las planchas de las casas, sin duda alguna, pueden considerarse como los primeros observatorios del cielo sobre nuestras cabezas. En mi caso, mi casa de infancia carecía de plancha, pero sí había un pequeño lugarcito en el tejado, en el que cabíamos mi papá y yo, al que se accedía con alguna escalera o andamio improvisado de asientos, por el techo de la ducha del baño principal. Allá estuvo instalada la antena de televisión (sí, claro, recuerden el cuento aquel de “gire a la derecha! Otro poquito! Ahí, ahí!!”) y, cuando mi pedido intenso de trepar al techo era pacientemente atendido, allí íbamos a dar mi padre y yo a intentar observar el Cometa Halley que, como he dicho antes, jamás pude pescar visualmente con mis propios ojos.

Ese lugar era mágico, fantástico!! Era mi observatorio personal y pude aprovecharlo algunas pocas veces, pues como les conté, la llegada al sitio resultaba tremendamente engorrosa. En esta parte de la historia recuerdo a quienes tenían la plancha a disposición, pues me los imaginaba cómodos y tranquilos trepados en esos lugares, mirando la salida de la luna, los eclipses nocturnos y tantas otras cosas que yo aprendí a mirar en las noches de la Medellín de los ochentas, que tantos otros recuerdos nos dejó a su paso.

La cámara en el telescopio. Esta, por fortuna, con los accesorios adecuados y muy buenas técnicas de captura de imágenes.

La cámara en el telescopio. Esta, por fortuna, con los accesorios adecuados y muy buenas técnicas de captura de imágenes.

Al fin, la modernidad
Lejos del barrio, de mi observatorio y de la posibilidad de las terrazas, planchas, lozas y demás, llegaron otros tiempos y cambiaron las oportunidades de observación. La modernidad llegó con los edificios de apartamentos, y el deseo de llegar hasta el último piso a ver si había forma de treparse allí y armar el pequeño observatorio en la zona que nadie ocupa. Entendí, con más tristeza que optimismo, el concepto de zona común, que casi nadie usa pero se cuida con empeño, y por el que decenas de vecinos están dispuestos a todo, con tal de que nadie la toque. Entendí, también, que miles de edificios carecen de terrazas en sus últimos pisos, en tanto los apartamentos ubicados en esos niveles ocupan toda el área con sus propias comodidades o, simplemente, con sus necesarios tejados.

Así las cosas, la observación se desplazó a alguna finquita, al hallazgo de algún sitio adecuado en medio de una zonita verde, o a las viejas terrazas del Planetario -del que prefiero no hacer nostalgias por ahora- dejando, en suma, el disfrute de la observación celeste para uno que otro fin de semana.

En aras de la misma modernidad los urbanos observadores del cielo nos dimos de creativos y comenzamos la búsqueda de algún sitio inexplorado, extraño, de reciente construcción o del que, al menos, alguien tuviera las llaves de acceso o alguna buena influencia con el portero del edificio, que a escondidas o por lo muy buena gente, nos prestara las llaves de la tan protegida y atesorada zona común a la que los vecinos de la junta se empeñan en jamás usar.

Así, entonces, algunos de nosotros conseguimos lugares privilegiados, en los que sí se podía evadir parcialmente la luz de las calles y poner el telescopio en beneficio de la luna en cualquiera de sus fases, de los citados eclipses y de los primeros intentos de capturas fotográficas, pegando alguna cámara de mano al ocular del telescopio. Personalmente hice muchas fotos de esas, y aquí les dejo una que otra.

Creativos, creativos…
Antes de cerrar el post les cuento que muchas personas, en todo el mundo, desconocen el concepto de aire del que aquí hablamos al inicio. Otras economías, otras oportunidades o necesidades causan diversos niveles de creatividad, capaces de instalar, por ejemplo, telescopios con sistemas de control remoto accionados vía Internet, tal como el Observatorio de la Universidad Sergio Arboleda, en Bogotá, que bajo ciertas condiciones permite mirar el cielo con acceso a magníficos equipos ópticos sin importar el lugar del mundo en el que estemos. También, en muchos casos, entidades públicas construyen pequeñas estructuras en las que podemos pararnos tranquilamente e instalar allí nuestros telescopios, propiciando el disfrute de las maravillas del cielo sobre nuestras cabezas. Incluso, en decenas de países alrededor del orbe, incontables gobiernos ya regularon la cantidad de luz que alumbra las calles con el fin de reducir el consumo de la energía eléctrica que podría desperdiciarse en el uso del alumbrado público y, principalmente, establecieron condiciones propicias para reducir el exceso de luz artificial que producimos, dando paso a un cielo más oscuro, fácil de observar y recuperado para todos, como el patrimonio natural que nos entrega la madre naturaleza.

Creativos, entonces, los centros de investigación, los gobiernos, los divulgadores de la ciencia y nosotros mismos, observadores ocasionales, quienes debemos idear el mejor recurso disponible para conseguir un buen rato de cielo, de diálogos o encuentros cercanos del mejor tipo, incluyendo aquel que antes mencioné, con el viejo romanticismo de quienes por primera vez, en alguna terracita, tomábamos la mano de quien nos gustaba tanto, con la ilusión de nunca soltarla, mientras la mano libre señalaba en el cielo la forma imaginaria de alguna constelación.

Soy Juan Pablo Ramírez y disfruto hablar de las ciencias del espacio. Soy Comunicador Social - Periodista, por lo que mis textos hablan desde la experiencia del observador común,. más que desde la mirada de algún científico experto. Me gustan las preguntas y confío en que este espacio sea una forma de conectar la tierra con el cielo, en medio del disfrute del resplandor de las estrellas y de todo lo que ocurre en torno a ellas.

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