Sometimes silence is the deadliest sound
Manuel Zuluaga – Escuela de Crítica de cine
Pantalla en negro, se oye la voz áspera y juvenil de Martin Scorsese que dice al protagonista de su película con cierto tono agresivo: “Los pecados no se redimen en la iglesia, se redimen en las calles, se redimen en casa, el resto es cuento y tú lo sabes…“ Así inicia Malas Calles, tercer largometraje de su carrera, estrenado en 1973. En contraste, el inicio de Silencio, su nueva película. Pantalla en negro, se oye el ambiente de una selva lluviosa, de repente, un silencio total y un título gigante, inicia el film.
La primera, en la Nueva York de los años setenta, trata sobre un aprendiz de gangster que se ve envuelto en problemas por los atrevimientos de sus amigos, a quienes busca proteger como acto de redención ante dios. La segunda, trata sobre el esfuerzo inhumano de dos posiciones, por un lado, el de los peregrinos de la iglesia católica en Japón, y por el otro, el de los líderes japoneses que buscan exterminar esta empresa. Ambas enfrentadas por un acto de fe, y en la que cada personaje vive su propio acto de contrición en la búsqueda por mantenerse firmes en sus objetivos, y que el proceso no les desbarate la fe.
Las dos escenas mencionadas, dan muestra de los intereses que rondan la obra scorsesiana, redención y sentido espiritual; ambas presentes a través de recursos narrativos acertados, y sobre todo, de una posición personal clara. El italoamericano en algún momento de su vida quiso ser sacerdote y esto ha influido en su obra, tanto como para Bergman influyó que su padre fuese un pastor luterano represivo.
Esta vocación fallida, hace presencia en cada una de sus películas, pero en Silencio, retoma de una manera más explícita sus inquietudes de fe, rescatando la tenacidad del ser humano por continuar, por cumplir sus propios objetivos, como un asunto de fe en sí mismo. Es decir, su interés está en presentar unos personajes que en el fondo no se traicionan, sino que avanzan con convicción, y esta llega por mandato divino. Ya en Kundum (1997), exploraba esto, cómo los seres humanos somos capaces de anteponemos a situaciones infranqueables, cómo un pequeño Dalai Lama debe regir un mundo espiritual y soportar la invasión china al Tíbet.
Scorsese desea, entonces, representar la fuerza y tenacidad humana, y cómo se busca un apoyo en la religión para sobrellevar la maldad, la existencia. Su logro está, en que no se vuelve un panfleto y alabanza a la fe, sino que, por el contrario, es una crítica dolorosa y real, de cómo viven la fe los católicos. Quizá en ello peca la película, en partir de la intención de hacer una obra de católico para católicos. Sin embargo, este efecto puede variar según la fe que se profesa, con otras religiones monoteístas seguro logra algo parecido.
Con una fotografía impecable de Rodrigo Prieto, ya reconocido por el valor de sus imágenes en Biutiful y Amores perros, que retratan la belleza del mundo pero también su mortalidad, cada imagen logra comunicar esa manifestación severa de Dios, de su olvido, y que contrasta con la propuesta misma de la fe católica. La construcción visual y desde el montaje, de escenas como la de la crucifixión de los tres japoneses en el mar, o la decapitación de un hombre, dan muestra de los actos estilizados de un dios severo, más parecido al del antiguo testamento, pero que hasta un momento vital, al final de la película, no tiene una manifestación distinta.
El elemento que no termina de convencer, es el reparto. Inicialmente para el proyecto entrarían Daniel Day-Lewis y Gael García Bernal en los personajes que terminarían interpretando Liam Neeson y Andrew Garfield, lastimosamente no se concretó. Estos dos actores, al contrario que Bernal y Lewis, tienen un historial de películas que no les favorece al momento de verlos en el papel de unos sacerdotes del siglo XVI, y el efecto de esto aparece en varias escenas de alto contenido dramático. Sin embargo, se rescata la actuación de Adam Driver como el padre Garupe, con una fuerza inigualable, y una consistencia propia de los personajes de Scorsese.
Por otra parte, inquieta el personaje de Kishijiro, un cristiano japonés que cada vez que se ve amenazado de muerte por sus creencias, renuncia a ellas sin dudar, pero vuelve con arrepentimiento evidente, así a lo largo de la película. Su voluntad, está quebrada como su alma, como si se tratase de los hipócritas que dicen vivir la religión, o como si representase aquellas personas que no pueden renunciar al pecado, porque entienden que allí están sus verdaderos ideales. Este último asunto, es más cercano a los tratamientos de Scorsese, en personajes como Henry Hill (Buenos Muchachos) o Jordan Belfort (El lobo de Wall Street).
Silenco es una película que, tranquilamente, se puede reseñar como un redescubrimiento de Scorsese, ¿pero qué tanto se descubre, si es lo mismo, solo que en modos distintos?