Las nuevas búsquedas del cine Colombiano

Por: Sara Chavarriaga Restrepo.

En Colombia no existe cosa tal como una industria del cine, de cualquier forma, no podemos desconocer que en nuestro país se han hecho grandes producciones que han sido reconocidas tanto también en el exterior y que perfectamente desde su contenido y su forma, pueden estar a la altura del cine de Hollywood. Pero en general, como en la historia de nuestra cinematografía no ha predominado la cantidad (por ende tampoco la calidad) nuestro cine no se ha arriesgado demasiado.

No quiero decir que no lo haya hecho, porque si fuera así este ensayo no tendría sentido alguno. El cine Colombiano ha explorado otras formas de contar las historias, en ocasiones éstas han resultado ser un éxito en taquilla, pero en otras ocasiones han representado pérdidas para quienes están detrás de éstas películas ¿Son en vano estas nuevas búsquedas porque los Colombianos no las están viendo?

Para hablar sobre esto, es necesario referirse al cine reciente en el que se encuentran dos películas que le apostaban a algo nuevo. Hay que empezar por Pequeñas voces (Oscar Andrade y Jairo Carrillo, 2011), la primera película de animación y pensada en sistema 3D hecha en nuestro país. Pero quizás no es solo la animación y el 3D lo que clasifica a esta película dentro de las que han hecho nuevas búsquedas, sino también la perspectiva desde la que se contó: la perspectiva de los niños, una perspectiva que, por supuesto, ya habíamos visto en Los colores de la montaña, aunque la gran diferencia es que Pequeñas voces se hizo con los dibujos de los mismos niños y sus propias voces contando la historia.

Esta película es un testimonio del conflicto del país, y en parte es interesante porque se encarga de mostrar ese estado “inalterado” de la gente del campo: la tranquilidad en que viven cosechando sus tierras y viendo crecer a sus hijos, y luego el conflicto armado que llega a irrumpir todo estado de paz y tranquilidad.

Es allí donde para muchos, la película puede ser difícil de ver, ya que estas personas tienen que dejar todo lo que les pertenece para irse a una ciudad donde ni siquiera saben qué les espera, pero sobre todo, porque es nuestra realidad, que si bien está retratada con los dibujos de los niños, no deja de remitirnos a nosotros mismos y de atormentarnos el saber que tantos niños, que deberían estar jugando o estudiando, tienen que vivir situaciones como esta.

La película tuvo nueve mil espectadores en sus dos semanas de exhibición, que comparados con el millón y medio de espectadores que tuvo El Paseo en el mismo año, es una cifra que deja mucho que desear. Pero entonces ¿qué es lo que está pasando con los espectadores? Es claro que ésta no es la primera película que habla del conflicto colombiano, basta remitirnos a los Colores de la montaña que estuvo entre las películas más vistas del 2011.

John Harold Giraldo Herrera, en el blog El Gran Ojo, dice que el fracaso de la película tiene que ver más con su contenido que con su forma “Para nada se niega la condición deplorable de los campesinos, pero de ahí a mostrar la ciudad como salvación es una afrenta contra los propios campesinos y niños que viven en esas zonas. El vaciamiento incluye más formas, las víctimas son inermes, desprovistas de cualquier parecer y su ideario es huir, nada más, y el hecho no sería menor, sino fuera porque la pretensión es mostrar los distintos matices de la guerra”.

A este tipo de comentarios, el mismo Oscar Andrade contestó: “Una crítica que recibí sobre la película es que la situación de la guerra interna colombiana (sus orígenes sociales y económicos) está ausente, pero precisamente esta decisión salió de los testimonios de los mismos niños, quienes no distinguen un guerillero de un paramilitar y solo ven que el dolor y muerte que ellos causan no tiene color alguno”

De cualquier forma, técnicamente es una película que por lo menos los colombianos debieron interesarse por ver, pero quizás, como siempre, alguna otra película representaba una elección más segura, porque nadie quiere exponerse a pagar diez mil pesos por ver una película que creen que no les va a gustar.

No es una sorpresa que a la película le fuera mejor en el exterior, en los festivales, y es aquí donde puedo decir en primera instancia que éstas nuevas búsquedas no se dan en vano, pues de todas formas siempre es positivo para nuestro cine que las películas sean galardonadas en el exterior, y estas nuevas búsquedas pueden animar a otros realizadores a arriesgarse, aunque también pueden desanimarlos por el fracaso de taquilla que tuvo esta película.

Gordo, calvo y bajito (Calos Osuna, 2012) igualmente es arriesgada. Su propuesta también tenía que ver con la animación, pero esta vez se utilizó una técnica llamada rotoscospia, que convierte en animación una película filmada con personajes y espacios reales. Siendo la historia de la inseguridad de alguien, cualquiera pensaría que quizás tendría bastantes oportunidades de generar empatía e identificación entre los espectadores, pero no fue así, ya que menos de mil personas fueron a ver la película en los cines.

Aquí hace falta reconocer las “agallas” del director, pues teniendo una película con un tema bastante “comercial”, por decirlo de algún modo, decidió convertirla en animación, quizás sacrificando un posible éxito, aunque a ciencia cierta no podría asegurar tampoco que haber estrenado la película sin la animación le hubiera garantizado algo.

Respecto a esto, el critico de cine Oswaldo Osorio comentó “para una historia que depende tanto de la interpretación de los actores y de las emociones y estados de ánimo de sus personajes, en especial de su protagonista, esta técnica francamente limita todo el trabajo que un actor pueda hacer.”

Acercándome a las conclusiones, puedo decir que de acuerdo al fracaso de taquilla de las dos películas comentadas, me arriesgaría a decir que el colombiano promedio “no confía” en una animación colombiana. Me refiero a que bien sabemos que nuestro cine, hasta hace algunos años, cargaba con un fenómeno de desencanto entre los espectadores, pues creían que las películas colombianas no se veían ni se oían bien.

Acostumbrados a ver maravillosas, impresionantes y limpias animaciones de Pixar, los colombianos se niegan a creer que una película animada colombiana pueda dar la talla. De cualquier forma, creo que el hecho de que los directores se arriesguen a estas cosas, va a permitir que la gente empiece a acostumbrarse a que aquí pueden ejecutarse excelentes propuestas desde lo estético.

Si bien ya hablamos de estas dos películas recientes, hace falta remitirnos un poco más atrás para encontrar otras búsquedas que ha hecho el cine colombiano en el pasado. La gente de la Universal (Felipe Aljure, 1993), es un retrato de la realidad colombiana, pero hecha con matices y no con estereotipos. Hasta ese entonces, el cine colombiano venía con una concepción muy clásica, pero esta es la primera película que transgrede con ese estatismo que provenía de ese mismo clasicismo cinematográfico.

Hay además cierta extravagancia y cierto jugueteo con las risas feas y grotescas que se muestran a lo largo de la película, que se encargan de reforzar esa concepción moral grotesca de los personajes. Además, no hay personajes buenos, pues todos están intentando pasar por encima de los demás, por eso mismo, es interesante ese asunto de los matices, pues la película muestra una corrupción que se da en todos los niveles de la sociedad, y ésta tiene que ver, por supuesto con la búsqueda del beneficio propio. No hay que olvidar tampoco que sus innovaciones no solo fueron narrativas sino también técnicas, desde los planos y los movimientos de cámara que utilizó.

Más de una década después, el mismo director estrenó El colombian dream (2006), una película de alguien que tiene habilidad para “utilizar tantos formatos y tonos y recursos narrativos para contar una historia delirante que sucede en un país delirante a unos personajes delirantes”, de acuerdo a Alberto Quiroga. Hay que decir que tuvo 380.000 espectadores, una cifra mucho más alentadora que la de Pequeñas Voces y que de nuevo sugiere que el número de espectadores en ocasiones suele ser algo tan difícil de predecir. Pero esta vez por lo menos nos da una “luz” y nos asegura que una cifra importante de colombianos se deleitó con esta película y vio algo diferente a lo que usualmente es nuestro cine.

Dicho todo lo anterior, creo que la gran conclusión es que esas nuevas búsquedas nunca van a ser en vano. Hay un factor económico importante y es el hecho de que la falta de espectadores no les permite a los directores tener una continuidad en su obra y hacer más películas, pero independientemente de que la película la vean nueve mil personas o la vean ciento cincuenta mil, creo que el hecho de que se hagan películas con estas búsquedas, no solo técnicas sino también narrativas, nos puede poner en un nuevo lugar dentro de la cinematografía mundial y nuestro cine, si bien no será industria, tendrá grandes películas que si no las vemos los colombianos, seguramente las querrán ver en lugares donde se aprecia el cine que tiene innovaciones.

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