El Faro, de Robert Eggers

“Nada bueno puede pasar cuando dos hombres quedan solos en un falo gigante.”

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Por: Mario Fernando Castaño

Sí, “un falo gigante”, esta es la clara y directa definición que el director Robert Eggers da a su película, resumiendo así la historia de dos fareros del siglo XIX que viajan a una isla misteriosa alejada de las costas de Maine para cuidar un faro durante 15 días. Sus planes se frustran debido a una tormenta y se ven forzados a quedarse por un tiempo indefinido, dando como resultado que la locura se haga presente y la convivencia en el aislamiento forzado se vuelva insostenible al chocar sus diferencias personales como ola contra la roca.

Ya Eggers viene imponiendo una forma alternativa de apreciar el terror con La Bruja (2015), creando diferencias en un público que está más acostumbrado a otro tipo de estéticas y argumentos. El Faro (The Lighthouse) en esta ocasión se desarrolla sin pretensiones, definiendo su propio estilo y en dónde todo tiene un propósito. Esto lo apreciamos desde su inicio en un claustrofóbico formato 4:3, que hace ver la pantalla casi cuadrada y con una maravillosa fotografía en blanco y negro que alude al cine expresionista en los albores del cine, creando una atmósfera fría, desolada y amenazante, en donde hasta las gaviotas se convierten en una señal de malos presagios y todo esto ambientado bajo las notas que más bien son sonidos oscuros realizados por el maestro Mark Korven en la banda sonora, acompañando nuevamente a Eggers, esta vez siendo su cómplice directo en llevar al espectador a sentirse incómodo y a pasar por un mal momento que solo los que degustan este tipo de géneros disfrutan con morbosidad cinéfila.

La dupla de actores no podría estar mejor, ellos van de la euforia a la más descarnada de las locuras. Willem Dafoe, por su lado, expone acá una de sus mejores interpretaciones, aludiendo a esos viejos lobos de mar con su jerga, gestos, actitudes y líneas casi teatrales. La larga experiencia del personaje le da el poder de tener acceso exclusivo al faro, con el que guarda una singular relación y que refleja de alguna manera la luz del conocimiento que Zeus guardaba celosamente hasta que Prometeo la robó para los hombres. A su sombra está su compañero, interpretado por un maravilloso Robert Pattinson, un actor que no deja dudas de su calidad, dando vida a una persona que está escapando de un oscuro pasado que lo encuentra hasta este inhóspito lugar, a medida que va acumulando la frustración que se cierra cada vez más al recibir la presencia imponente de su tutor que no para de dar órdenes y comportándose con él de la peor forma, a menos que estén servidas las copas y se pierdan en la bebida, como si así pudieran ignorar y ahuyentar a sus demonios.

El faro, casi como un tercer personaje, se hace sentir, siendo el centro de la discordia y el canal de la locura, su sirena a veces asemeja a una gigante criatura que invoca con su incesante llamado a seres que habitan durante tiempos sin tiempo la profundidad de los océanos. El terror psicológico casi roza con lo Lovecraftiano, llevándonos a dudar de lo que estamos viendo, siendo cómplices del desenfreno, de esa caída hacía lo más oscuro de la naturaleza humana.

Una historia que pasó fugazmente por nuestro país a finales de 2019 y que, al no tener un reconocimiento público, no significa que esta no sea una nueva obra maestra del género del thriller psicológico, sí así la quisiéramos encasillar. Este es un viaje sin retorno a las más retorcidas y maliciosas actitudes del ser humano, en donde no importa que tan lejos queramos escapar del pasado, este siempre nos encontrará y cobrará lo suyo, como si fuera una de esas criaturas milenarias que habitan el plomizo mar y que sin importar el tiempo acuden al llamado de un faro en una isla alejada del mundo.

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