Alfred Hitchcock (1899 – 1980)

El Maestro del suspense, el Genio del crimen, el Asesino insistente.

Por: Estefanía Herrera Agudelo


Hitchcock y El McGuffin

Aclaración: La intención, bajo ninguna circunstancia, es presentar un tipo de apología empalagosa al genio británico sino, por el contrario, exponer con profunda gratitud algunas de las estéticas narrativas y estilísticas que introdujo; en este caso, el poderoso McGuffin.

Es clave decir que Hitchcock, desde sus primeros films, tenía algo muy claro: derivar las experiencias estéticas que sufre el espectador al entrar en relación con el objeto mirado (el objeto del suspense) en agudos problemas psicológicos que, sin duda alguna y mediante un proceso casi parecido al padecimiento, derivarían, una vez finalizada la mirada al film, en vastísimos problemas filosóficos.

Esta posibilidad de experiencia (una experiencia de profundo compromiso con la historia, generado a través de la tensión) se vivificó fuertemente con Blackmail (1929) cuando, con la introducción del sonoro y gracias a la nueva posibilidad de ejecutar diálogos, expresaría contenidos –en su mayoría triviales–  que disfrazarían lo que verdaderamente se estaba cocinando en la trama: el riesgo del incidente que se espesa en la atmósfera.

Así entonces, el presagio de un incidente a punto de estallar y una palabra impertinente en el momento preciso, dejan ver, sin más, las formas reales de relación a las que nos enfrentamos corrientemente, que son, en síntesis, formas llenas de rodeos.

De esta manera Hitchcock, según lo sostenía Truffaut tras las conversaciones con el maestro, hacía extraño el contenido más trivial (1974), convirtiendo objetos de un regular uso cotidiano a los cuales convencionalmente se les ha atribuido una característica ciertamente ‘buena’ o ‘indefensa’, e incluso ‘débil’, en objetos intensamente perturbadores que, usados para fines insospechados, plantan miedos genuinos que te calan hasta la médula: miedos naturales como el de sentir la muerte en tu casa, oculta entre las fibras de una soga en un baúl o mezclada con la blancura de un simple vaso de leche que descansa en el refigerador. Hitchcock entonces dualiza los objetos, los despoja de efectos moralizantes y los vuelve potencia. Porque Hitchcock es eso; potencia pura.

Hitchcock, como respuesta a la necesaria traducción visual de los contenidos escritos en el guión, explicita ese contenido mortalmente trivial en una forma complejamente elaborada a la que él llamó el McGuffin. Definido por él mismo, ante las confesiones a Truffaut, como “el rodeo, el truco, la complicidad, los documentos” (Truffaut, 1974).

Es el elemento pretexto en torno al cual se organizan las acciones en la historia, el que genera el movimiento de los personajes y el que crea la fuerte tensión; es entonces, el centro de giro de los personajes y el elemento menos importante para el espectador, pues a éste no le interesa el “documento” sino lo que genera su perversa presencia.

Así lo demostró claramente desde su etapa inglesa (comprendida desde 1929 hasta 1939) cuando, en un estadio muy temprano de lo que sería su carrera cinematográfica como director, productor y guionista, rodó filmes en los cuales el McGuffin se dejaba ver como la mano secreta que retorcería las fibras de sus personajes.

El alcance de este elemento en la narración tendría una repercusión tal que, una vez apartado de su etapa inglesa y recién atravesada su etapa realista con clásicos del McGuffin como 39 Steps y The Lady Vanishes, consiguió, gracias a la ‘generosísima’ invitación del productor americano David O. Selznick, su catapulta hacia los estudios de Hollywood, donde comenzaría su primera etapa americana, y rodaría maravillas como Rebecca, Suspicious, Saboteur, Rope, Shadow of Doubt, entre otras, que lo consolidarían como uno de los grandes de la industria; como un genio de genios.

Pero no fue hasta su etapa americana, situada en el pleno auge de las corrientes postmodernas de principios de los 50’s y marcadas con el claro interés de proponerse como alternativa frente a las formas instituidas de hacer cine (un Hollywood totalmente clásico) y crear unas nuevas formas narrativas y estilísticas, donde Hitchcock explotaría plenamente su capacidad para plantar el McGuffin.

En esta etapa (la americana de los 50’s y principios de los 60’s) rodó clásicos de lo que podría llamarse cine de culto americano. Clásicos como Strangers on A Train, Rear Window, To Catch A Thief, The Man Who Knew To Much, Wrong Man, Vértigo, North By Northwest, Psicosis y Los Pájaros (La nación, 2009), entre los cuales un encendedor, la identidad de un asesino o un ladrón o un microfilm con secretos de estado, demuestran el poder narrativo oculto que hay tras el McGuffin o tras ‘la excusa’.

De esta forma, un secreto guardado por la madre de Marnie, una palabra en Topaz y un pequeño diamante colgando al filo de una lámpara en su última cinta, la grandiosa y tensionante Family Plot (1976), nos demuestran que Hitchcock convivió con el McGuffin, lo alimentó como a cualquier idea, lo pensó y lo repensó hasta llevarlo consigo al final de su carrera donde, finalmente, nos dejaría uno de los ‘pretextos’ más complejos que jamás crearía y que movería la trama de los que en el mundo quedamos: descubrir al maestro a través de sus McGuffin. Porque Hitchcock también es eso, un pretexto para asustarse.

Referencias

  • Arenas, F., (2011). En los 30 llega el sonoro y Hitch consolida su estilo. Kinetoscopio, 21 (95), 16.
  • La Nación. (2009). Alfred Hitchcock: 110 años de su nacimiento. La Nación. Recuperado el 11 de Octubre de 2011, de http://especiales.lanacion.com.ar/multimedia/item.asp?m=81
  • Truffaut, François (1998). El cine según Hitchcock / François Truffaut. Madrid: Alianza.

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