La mala disposición de los residuos, los retrasos y la ineficiencia en la recolección de Emvarias, sumado a la falta de cultura ciudadana y a la ola de lluvias tienen a Medellín no solo al borde de perder su chapa de Tacita de plata sino de un problema de salud pública que está pasando de agache y de castaño a oscuro. La leptospirosis, una enfermedad que es transmitida a los humanos por animales infectados con la bacteria de la leptospira y que según expertos está directamente relacionada a la presencia de ratas en la ciudad, se disparó después de la pandemia. En todo el 2017, en Medellín se registraron solo 12 casos; en el 2018 fueron 60; en el 2019, 69; y en el 2021, 102. Un incremento de 750% en menos de un lustro. Este año, con corte a agosto, iban 91 casos detectados.
No se trata de una nueva peste negra –que causó la muerte de casi el 60% de la población europea en el Siglo XIV–, pero sí de una plaga que hay que frenar rápido. Ya la Universidad de Antioquia lo había advertido en diciembre del año pasado cuando publicó un artículo en el que decía que la leptospirosis avanzaba “lenta pero implacable” en Medellín.
Según la doctora en ciencias biomédicas e investigadora de la Universidad CES, Piedad Agudelo Flórez, la leptospirosis es una enfermedad principalmente de tipo rural, pues es en ese tipo de ecosistemas donde las personas suelen estar más expuestas al contacto con orina de animales portadores de la bacteria como las vacas, los cerdos o animales silvestres como los murciélagos. Sin embargo, el aumento en la población de ratas en la ciudad se debe principalmente al mal manejo de las basuras y esta sería la razón por la cual la enfermedad está disparada.
La leptospira puede transmitirse a los humanos o a algunos animales domésticos como los perros por diferentes vías. La más directa es el contacto directo con la orina infectada, pero esta bacteria puede adaptarse y sobrevivir en el ambiente, de manera que también puede transmitirse por el consumo de alimentos contaminados o cuando el cuerpo humano entra en contacto con aguas contaminadas, por eso las inundaciones y los desbordamientos por la temporada de lluvias aumentan el riesgo de infección.
Hasta agosto de este año, en Colombia se detectaron 2.290 casos de leptospirosis, 55% más que el año pasado durante el mismo periodo, y la tasa de incidencia por cada 100.000 habitantes a nivel nacional fue de 0.20; en Medellín, de 3.5.
Tanto para Agudelo como para otros expertos en enfermedades zoonóticas –es decir, que vienen de otros animales– como Jaime Alberto Mejía, veterinario y epidemiólogo de la Universidad de Antioquia, es claro que la rata al ser un animal sinantrópico crecerá a la par de la población de humanos, sin embargo, la cantidad de basura regada por la ciudad es el caldo de cultivo idóneo para su reproducción masiva. Ambos coinciden en que los botaderos que duran días y horas a la intemperie proveen a los roedores de lo que todo ser vivo necesita para vivir y reproducirse: “refugio, agua y comida”. En condiciones ideales, dice Mejía, dos o tres parejas de ratas pueden tener hasta mil crías en un año.
En lo que también coinciden ambos científicos es en que la leptospirosis es una enfermedad “huérfana” a la que casi nadie le presta atención, Por esto, y porque además su diagnóstico es complicado y costoso, se cree que los casos reales de la enfermedad y de las muertes relacionadas están muy por encima de lo que dicen las cifras oficiales.
La razón por la cual el diagnóstico es complicado es porque los síntomas de la enfermedad se pueden parecer a cualquier virosis más común, como el dengue o la gripa: congestión nasal, dolor muscular, fiebre y dolor de cabeza. De manera que tanto los médicos como los pacientes suelen diagnosticar una de estas enfermedades más comunes y no hacen el tratamiento necesario para descartar la leptospira, que además suele ser costoso y tedioso pues requiere varios exámenes con semanas de diferencia y varios días de hospitalización en casos graves. Sin embargo, Agudelo y Mejía aseguran que si se identifica en una etapa temprana es una enfermedad que responde “muy bien y muy rápido al tratamiento con antibiótico”. La misma OMS asegura que su letalidad es alta (más del 10%) porque suele ser detectada en etapas muy avanzadas.
Otro dato que no se sabe a ciencia cierta es el de la cantidad de ratas que hay en la ciudad, y ni siquiera los más técnicos se atreven a hacer una estimación por temor a recibir ataques del gobierno local, que ante un número difícil de comprobar empíricamente saldría de inmediato a desmentir. La Secretaría de Salud dice que es “irresponsable” dar una cifra al respecto, aunque reconoce que en la ciudad hay “puntos críticos identificados donde por alteración en el manejo de los residuos se puede ver aumentada la población (de ratas durante un tiempo determinado”. Es decir, para ellos también es claro que la cantidad de ratas, y –por ende– el riesgo de infectarse por leptospirosis, está relacionado con la cantidad de basura disponible para que éstas se alimenten y refugien.
En el 2015, la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Antioquia calculó que en Medellín habitaban aproximadamente 30 millones de ratas, es decir, entre 12 y 15 animales por cada habitante de ese momento. No es de extrañar entonces que ahora, siete años después, con el crecimiento exponencial de la enfermedad, la ola invernal y las quejas por el mal estado de los jardines y las basuras de la ciudad nadie se atreva a dar un número.
No obstante, hay algunas señales, además del aumento de enfermos, que dejan intuir que las ratas están viviendo un idilio en Medellín. Una de estas es el tamaño y la salud de los animales, pero tal vez la señal más clara es la presencia de los roedores al aire libre durante el día. “Cuando vos ves una rata en el día es porque la densidad se multiplicó. Tuvieron que salir cuando a ellas nos les gusta por estricta necesidad porque ya en la madriguera no caben”, asegura Mejía, quien ha sido una de las primeras voces en alertar sobre el riesgo que implica la cercanía entre los medellinenses y los roedores.
Lucy Giraldo es una de esas personas que durante años ha visto a las ratas pasar por la mañana, al mediodía y en la noche por el frente de su casa y de la tienda de abarrotes que atiende junto a su esposo. La tienda queda en la calle 48d, entre el Estadio y el Éxito de Colombia, al frente de un parque que en algún momento se llamó el Parque de los Sauces, en honor a esos árboles de tallo alto y fuerte y de hojas frondosas que caen en cascada, pero que ahora en Google aparece como el Parque de Las Ratas.
El parque, que no tiene más de una cuadra y que hasta hace poco tenía la grama a media pierna, está rodeado de restaurantes, hoteles y locales comerciales que, salvo pocas excepciones como la de Lucy y su esposo, tiran la basura a la calle a cualquier hora del día.
La presencia de las ratas en el barrio llegó a ser tan insoportable que algunos vecinos, incluidos el esposo de Lucy, recogieron firmas para pedirle a la Alcaldía que fumigara a los invasores que se les estaban quedando con el parque.
Según cuentan, hace aproximadamente dos meses, la Alcaldía los escuchó e hizo un par de jornadas de capacitación sobre el manejo de las basuras, podó el parque y ha ido varias veces a fumigar, incluso les regaló canecas de basura de diferentes colores a los dueños de algunos locales para que separaran mejor sus residuos.
Desde entonces, “la situación ha mejorado en un 90%. Uno todavía las ve, pero ya es solo en la noche. Antes a la gente le tocaba salir corriendo de ahí donde está usted sentado”, dice Lucy mientras dos habitantes de calle rasgan las bolsas que están tiradas en la esquina del parque y que pasarán a recoger entre las 10 y las 12 de la noche. Son las 4 de la tarde.
La Secretaría de Salud dice que atiende casos como el del Parque de las Ratas dentro de su estrategia de prevención y control de zoonosis, sin embargo, este esfuerzo será ineficiente siempre que las calles y los parques de la ciudad estén llenos de comida para roedores.
La solución más práctica, y en esto coinciden también los expertos consultados, sería que cada persona separara mejor sus residuos y los sacara a la calle justo antes de que la recojan. El problema es que en Medellín, saber a qué horas pasa el camión de la basura es una lotería.
Los carros, que comprimen y destruyen lo que recogen a su paso sin importar si es una botella de vidrio, una caja de cartón o un pañal usado, tienen hora de salida, pero no de llegada. Pasa casi a diario que en cualquier momento el conductor recibe una llamada de su supervisor para ordenarle que cambie su ruta habitual y vaya a recoger los desechos de alguna empresa o de una construcción que le paga a Emvarias para que le recoja el día y a la hora que quiera, y entonces las ratas disfrutan más horas de estadía en la basura mientras el camión hace el mandado del jefe.
En 2019, cuando en la ciudad se recogían 1.860 toneladas de basura al día, Emvarias tenía una flota de 126 vehículos. Hoy se recogen a diario entre 2.000 y 2.500 toneladas, y la cantidad de camiones sigue siendo la misma.