Fue una orgía de destrucción que se consumó con rabia, y tal vez con dolor y quizás también con placer.
El rastro que dejó a lo largo de 20 kilómetros el iconoclasta anónimo quedó grabado en por lo menos 16 cámaras de seguridad, entre el puente de la vereda Mallarino, en Yarumal, y el mirador que da la bienvenida a Angostura, desde el cual el padre Marianito posa su mirada sobre el pueblo.
La primera parada de ese bacanal de ruina, ocurrido entre la noche del martes 17 y la madrugada del miércoles 18 de septiembre, fue en la casa de don Rodrigo Herrera, un campesino de manos ásperas y sonrisa generosa, que en las últimas dos décadas cuidó –con el esmero con el que se cuidan a los compañeros de vida– las figuras de la Virgen María y del sacerdote beatificado que ya estaban allí hacía un cuarto de siglo cuando él compró la casa.
El lobo solitario, a bordo de una moto Pulsar negra, decapitó y luego ahogó en la quebrada La Plácida a las dos figuras. Lo hizo con destreza y decisión. Aunque la imagen de Marianito pesaba 80 kilos, eso no impidió que se la echara al hombro para arrojarla al agua.
Con la tristeza contenida en los ojos (pero sin asomo de rabia, aunque sería justificable), don Rodrigo sostiene con las dos manos la cabeza de la virgen, mientras teje la hipótesis de que, tal vez, el hombre que se atrevió a entrar hasta el zaguán de su casa para destruir las figuras en las que depositó sus gratitudes, sus súplicas y confidencias durante más de veinte años, hizo lo que hizo por venganza contra Marianito por una plegaria desatendida, por un milagro que no llegó.
¿Quién lo hizo?
Esculcando la prensa no figura, al menos en el último medio siglo, un acto de vandalismo a símbolos religiosos de tal magnitud ocurrido en Antioquia. En esos 20 kilómetros de recorrido por cuatro veredas, amparado en la fría madrugada, el motociclista degolló, pisoteó, mutiló y desapareció decenas de vírgenes, marianitos y otros santos. El único símbolo del sacerdote beatificado que se salvó en esa ruta de destrucción es el que vigila desde un costado del antejardín, la casa de Ramón Palacio y su familia.
En la casa del líder comunitario, desde donde se divisa el alto del Boquerón, lugar donde se libró la batalla de Chorros Blancos que frenó la reconquista española, protegen desde el día del ataque el Cristo de madera de 150 años. Esta figura fue desmembrada durante el asalto a la capilla de Mallarino, un lugar con siglo y medio de historia que muchos yarumaleños ni siquiera sabían que existía hasta la semana pasada.
Allí acabó con cada figura que encontró y escribió la palabra “maldito” en una de las paredes.
Reposando con cuidado el torso y los brazos sobre la cama, como si se tratara de un convaleciente, Ramón y su esposa se quedan contemplándolo a los pies mientras reconocen que algo, aunque no logran definir muy bien qué, se desgarró entre la comunidad con lo ocurrido. Y ahora esperan curar ese desgarro así como esperan que el Cristo se restaure.
Entre la especulación y la imaginación que se alimentan de la incertidumbre, hay quienes han optado por ocuparse de lo práctico. Mariano, el hijo de don Rodrigo (el nombre es guiño al patrono, por supuesto), ha recogido cada video que marca el paso del atacante. Las pausas que hizo en cada parada y los lugares que eligió, como la capilla ignota, sugieren que pudo tratarse de alguien que conoce en detalle la zona, alguien que incluso podría estar entre ellos.
¿Quién fue? ¿Por qué lo hizo?
Lo cierto es que su ritual, venganza o lo que haya hecho, terminó en las Cuevas de Marianito, unos resquicios entre piedras gigantes donde, según Felipe Roldán, una de las personas que mejor conoce su historia, el párroco de Angostura celebraba misas y otros servicios religiosos mientras se ocultaba, durante semanas e incluso meses, de la turba verduga durante la Guerra de los Mil Días.
En esas grutas frías y húmedas convertidas en sitio de peregrinación, el atacante pulverizó las evidencias de esas conversaciones atemporales que son las súplicas, gratitudes y ofrendas de los creyentes. Luego, antes de esfumarse, decapitó al Marianito vigilante que acompaña el mosaico gigante desde el mirador a la entrada del pueblo que, literalmente, los angostureños consideran como un lugar donde su beato hace guardia para protegerlos.
“No es un hecho aislado”
El padre Diego Gallego, párroco de la parroquia de El Carmen, en Yarumal, dice que lo primero que le pidió el domingo al reunirse con la comunidad golpeada fue mantenerse unida y evitar señalamientos. No fue una petición figurada sino bastante concreta, porque el padre reconoce que en la región los señalamientos han sido la antesala de grandes problemas.
—Como cristianos católicos no podemos tomar jamás justicia por mano propia.
Y también, ante las especulaciones que se cuecen en calles y casas sobre presuntas pugnas entre la iglesia católica con otras iglesias y cultos, el párroco asegura que entre estas prima actualmente una relación de “empatía y total respeto”.
De los 50.000 habitantes en Yarumal, cerca del 2 % integran los siete cultos, iglesias y grupos cristianos no católicos que existen en el municipio.
Pero si realmente una riña de credos motivó este ataque, no sería la primera vez que ocurre en la región. El Norte de Antioquia ha sido, de hecho, territorio de luchas intestinas por intolerancia religiosa.
El periodo de la Violencia, a mediados del siglo XX, estuvo marcado por ataques, persecuciones y vandalismo contra todas las manifestaciones diferentes de la fe. En su trabajo “La Persecución a los protestantes en Antioquia durante la violencia bipartidista”, reconocido en 2010 por el Idea entre las mejores investigaciones históricas de Antioquia, Fabio Hernán Carballo señala que el asedio contra minorías religiosas fue implacable y brutal.
Pero también en esos años de radicalismo hubo ataques contra la iglesia católica. Y cada tanto la intolerancia religiosa aflora, ya sea el asalto hace siete años a una iglesia evangélica en Yarumal que dejó siete heridos o los daños cíclicos al monumento de la Señora del Perpetuo Socorro, en el corregimiento de Cedeño, uno de los símbolos más cargados de misticismo y leyendas en el Norte, y que según cuenta Roldán, rector de la Institución Educativa del corregimiento, ha sido degollada varias veces.
Roldán, quien también ejerce docencia en la Fundación Universitaria Católica del Norte, insiste en que no se pueden entender estos como hechos aislados, sino sistemáticos. Solo en el último mes se registraron ataques a símbolos religiosos en Amalfi, Yarumal, Angostura, Granada, El Santuario, Alejandría y Montebello.
Lo que también sostiene es que, a pesar de que estos actos de vandalismo parecen ser individuales, es altamente probable que las motivaciones compartan el patrón de una formación religiosa que quebranta los tres elementos obligatorios, según él, para que la convivencia interreligiosa e intercultural sea posible: tener clara la propia identidad religiosa, conocer la ajena y respetar ambas.
¿Quién lo hizo? ¿Qué objetivo perseguía?
Santo de los milagros cotidianos
Lo único cierto, por ahora, es que el ataque inédito a la figura del padre Marianito reveló lo que en Yarumal y Angostura consideraban imposible: que el beato tiene, al menos, un malqueriente.
Sobre todo para los angostureños, esta revelación toma un matiz personal. Y es que, más que una figura religiosa, Marianito para ellos es un pariente.
Según relata Roldán, a pesar de la fama de huraño con la que carga el sacerdote, la realidad es que la historia documentada da cuenta de un hombre que marcó la memoria colectiva del pueblo con acciones tan sencillas que es casi un milagro que se mantengan tan nítidas casi un siglo después de su muerte.
Elegir comer junto a los curas de su parroquia las sobras de la carnicería del pueblo para poder comprar los mejores cortes para los más pobres, pararse por horas a conversar con los campesinos que llegaban los domingos desde las veredas, esas cosas simples conforman una de las más ricas y robustas tradiciones orales de las que goce algún personaje en la historia de Colombia, cuya existencia se haya extinguido hace más de un siglo.
Por esa familiaridad trasladada al plano de la fe, Marianito es considerado el santo de los milagros cotidianos, explica Roldán.
Visto incluso desde el escepticismo, en tiempos de crisis de fe, resulta comprensible la necesidad de la gente de asirse a estas compañías.
Al final, como apunta el padre Diego, no se trata de las imágenes, que bien podrían reemplazarse encargando unas nuevas. El asunto, a su juicio, es que lo sucedido es el síntoma de algo más grande, tal vez el escalamiento hacia algo. Es, sin duda –dice–, un llamado de atención, ¿pero de qué? Y, sobre todo, ¿qué hacer al respecto? Esas respuestas no parecen estar muy claras.
xxxx
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx