Tras dos años de cierre del Páramo del Sol, uno de los principales guardianes del recurso hídrico de Antioquia y hábitat natural del oso andino, la pugna en torno al turismo se sacudió nuevamente.
El pasado 4 de julio Corpourabá convocó en Urrao la socialización del estudio de capacidad de carga, informe que ha tenido varios inconvenientes para ver la luz desde el año pasado que se contrató y con el que se busca establecer unas reglas de juego para volver a permitir formalmente el turismo en el páramo de casi 14.000 hectáreas y que abarca jurisdicción tanto de Urrao como de Frontino.
El estudio de capacidad de carga, que en síntesis debe determinar qué tanto turismo puede soportar este frágil ecosistema, terminó a cargo de Funsostenible y es condición obligatoria para reabrir el páramo a este tipo de actividades. Justamente tras la Semana Santa de 2022, cuando Corpourabá inspeccionó los estragos causados por los turistas, encontró cientos de metros cuadrados de frailejones quemados, montañas de basuras y zonas sensibles completamente devastadas por el paso de personas y animales de carga, por lo que no tuvo de otra que tomar la decisión de emitir una resolución que prohibió totalmente el acceso a la montaña paramuna, una medida cumplida a medias pues desde ese momento las denuncias de turismo ilegal han sido recurrentes, por la falta de personal de Copourabá, de la Alcaldía de Urrao y de la policía ambiental para hacer efectiva la restricción.
Para no ir muy lejos, durante la pasada Semana Santa (la época del año en la que históricamente llegan más visitantes) decenas de personas lograron ingresar furtivamente y dejaron a su paso un rastro de daños a frailejones, quemas y basuras, particularmente en la zona llamada como la Piedra del Oso, el campamento usado por viajeros y que está en medio de una zona altamente sensible donde se ubican las llamadas turberas, un ecosistema que todavía arroja muchos enigmas para la ciencia pero del cual se tiene certeza que son indispensables para regulación hídrica, para el mantenimiento de la calidad de agua y que poseen, además, mayor potencial para capturar carbono y ayudar a combatir el calentamiento global que los propios bosques.
Antes de la resolución el turismo en el Páramo del Sol había tomado dimensiones insólitas. En el municipio no tienen cifras porque nunca hubo una preocupación por medir el fenómeno, pero los testimonios de los guías hablan de haber tenido temporadas en las que debían ascender y bajar dos veces al día para recoger turistas (desde Urrao hasta la Piedra del Oso pueden ser seis horas con buen clima).
Diana Navarro, hija de Matilde Montañez, propietaria de 1.000 hectáreas del páramo, fue testigo por ejemplo de una celebración de un matrimonio de unos europeos a 3.500 metros de altura y que incluyó licor, un arsenal para preparar servicios de alimentos de alta cocina y muebles de todo tipo, todo esto subido a lomo de mulas que arrasaron con turberas y frailejones, a pesar de que incluso en medio del desmadre y la falta de regulación ya existían unas mínimas reglas que prohibían el acceso de animales de carga a partir de los 3.100 metros cuando comienzan la zona de frailejones.
En el páramo de Urrao se han enfermado y accidentado personas (también hay una muerte registrada) en medio del turismo descontrolado, guías que dejaban abandonadas personas en el camino, guías y tours que no ofrecían ningún tipo de medida de seguridad en un ecosistema tremendamente agreste (por el clima extremo, el terreno difícil con fangos que hunden personas y atrapan mulas hasta la muerte y las bajas temperaturas el recorrido está calificado como categoría cinco, la máxima dificultad y riesgo).
Todo eso es lo que según Keny Vásquez, consultor técnico de Funsostenible, garantizará el estudio de capacidad de carga una vez esté consolidado.
Pero para Diana la noticia de que mediante un estudio de capacidad de carga se reabra el páramo al turismo es desesperanzadora. Diana y su familia han librado durante años una lucha, muchas veces solitaria, para que el páramo sea cobijado con medidas de conservación y el acceso sea permitido exclusivamente para fines científicos. La lideresa, asesorada por expertos en páramos, biólogos y otras autoridades en la materia, parte del postulado de que no existe técnicamente ninguna medida que pueda garantizar que la actividad turística no generará un impacto altamente nocivo al páramo, y por eso desconfía de las conclusiones del estudio que todavía no está completamente definido.
A su favor tiene las evidencias de cómo el Páramo del Sol ha mostrado una recuperación y restauración natural en estos dos años de cierre de actividad turística permitida. Entre la desazón por lo que parece una inevitable reapertura, señala como un logro parcial que al menos la ruta de turismo que tenían planteada ya no pasará por Llano Grande —la tierra que pertenece a su familia—, un valle a más de 3.500 metros repleto de frailejones y nacimientos de agua que parece sacado de un sueño. Cuenta Diana que el trabajador que tienen y que de manera solitaria garantiza el cuidado de esa zona del páramo encontró la semana pasada a un oso andino grande y gordo (probablemente una hembra en embarazo), lo que evidencia la recuperación de este corredor biológico y respalda la decisión de su familia de haber convertido parte de ese terreno que les pertenece en la Reserva de la Sociedad Civil Matilde Montañez, que ahora hace parte del sistema de áreas protegidas de Colombia.
El Páramo del Sol es el ejemplo perfecto de un debate que el país ha estado en mora de enfrentar. La hoy congresista Julia Miranda, en su época como directora de Parques Nacionales, dio una pelea de cara al país para convencer a diferentes sectores que no todas las áreas protegidas, por el mero hecho de albergar riquezas naturales y paisajes únicos, podían ser destinos turísticos, que muchos de estos ecosistemas no resisten ningún tipo de intervención humana sin degradarse irreversiblemente y que había que valorarlos por otro tipo de servicios que prestan a los colombianos, los servicios ecosistémicos como le regulación del ciclo del agua que garantiza agua y energía a los colombianos. En la otra orilla está una tendencia que parte de la premisa de que el ecoturismo es necesario para que las personas conozcan los ecosistemas para cuidarlos. Es un debate vigente alrededor de áreas protegidas en muchas partes del mundo y que seguro en Colombia deberá pasar a primer plano pronto.
Eibar Cañola, secretario de agricultura de Urrao, aseguró que la socialización de los avances del estudio de capacidad de carga no significa que el 31 de agosto, cuando vence el plazo de la última resolución que restringe el acceso al páramo, se abra automáticamente la puerta otra vez al turismo. Dijo que lo más seguro es que se mantenga la medida hasta que quede completamente acordado cómo funcionará allí el turismo: queden listos los senderos y las zonas permitidas y prohibidas, la regulación de actividades y la cantidad de personas al día, al mes y al año que pueden acceder a este paraíso llamada la Montaña Sagrada y que alberga el pico más alto de Antioquia a más de 4.000 metros de altura.