En la vereda El Guayabo, de Valparaíso, descubrieron algo sencillo: el trino de los pájaros. La vereda está en lo más encumbrado de la cordillera y tiene una vista amplia sobre el valle del río Cauca. Sus habitantes se habían acostumbrado a la riqueza del ambiente, propiciado por un viento fresco y suave. La bruma, la vegetación y la fauna hacen parte de un paisaje invariable. Las cosas cambiaron cuando llegó Corantioquia, la vereda, desde entonces, es otra.
La escuela de El Guayabo se convirtió en Ecoescuela. Julián Cifuentes, el profesor, cuenta que todo era algo triste y frío antes de la transformación. La fachada ahora está decorada por un oso de anteojos. Ese animal, todos lo saben en El Guayabo, es posible verlo en las zonas boscosas y por eso se convirtió el referente.
El cambio más palpable en la escuela tiene que ver con el descubrimiento de las aves. Los 16 niños que estudian en la escuela, gracias al acompañamiento de un profesional de Corantioquia, posaron sus ojos en el cielo, en las ramas de los árboles, y se dieron cuenta de que habían vivido ignorando su gran riqueza.
Por El Guayabo, bordeando la quebrada La Chacarita, también vuela muy ufano el gallito de roca, un pájaro encopetado y elegante. “Ni los niños ni sus familiares eran conscientes de la riqueza de aves que hay en el territorio. Entonces se dieron cuenta del lugar en el que viven, y eso lo van a aprovechar”, dice el profe Julián.
Los estudiantes de la escuela pueden nombrar e identificar las aves que surcan la vereda: golondrinas, turpiales, garrapateros, pájaros carpinteros. La inclinación hacia ese saber llegó con el avistamiento de aves que hicieron con un profesional de Corantioquia, quien les instruyó sobre las especies. Fue como ver un mundo nuevo, hasta entonces inaccesible y por ende desconocido.
Eso les cambió la vida. En compañía del profe Julián y de Corantioquia tienen pensado un proyecto turístico de avistamiento de aves. La idea se comprende apenas se pisa el terreno: en el inmenso silencio de la montaña, el trinar de los pájaros es la banda sonora. Por un lado, aparece un turpial montañero, y sobre un poste se posa un carpintero. La exuberancia de las aves es fascinante.
En este momento están en un proceso de investigación para inventariar mejor las aves que vuelan por la vereda. “Los niños van a ser los guías de los turistas que vengan a hacer los avistamientos. Muchos de ellos ya saben mucho de aves. Estamos construyendo unos cebaderos para que las aves se mantengan cerca a la escuela, pero los diseñamos para que no dependan de esa comida y continúen con su vida salvaje”, explica el profe Julián.
El proyecto turístico va en camino de uno de los objetivos del programa, trazado por Ana Ligia Mora Martínez, la directora general de Corantioquia. La idea, además de generar cambios positivos en el ambiente, es que los niños encuentren alternativas económicas sostenibles en el territorio. Así pueden quedarse en sus veredas, estudiar y generar proyectos económicos que mejoren su calidad de vida.
El profe Julián resume el proceso en una frase: “la escuela es otra desde que llegó Corantioquia, todo se llenó de vida”.
La historia, con algunas diferencias, se repite en La Arcadia, en Santa Bárbara. La Ecoescuela de ese lugar está sobre un pequeño plan desde el que se columbra Fredonia y buena parte del Suroeste. Pero allí pasa algo diferente, de tintes mágicos para los niños. Una estación de energía fotovoltaica adorna la visual, los estudiantes la recibieron con ojos asombrados y ya la utilizan para cargar los celulares y alimentar las lámparas que iluminan las noches. Es una estructura no muy grande, con el logo de Corantioquia, que recibe la luz solar y la transforma en energía renovable.
Los jardines son exuberantes en La Arcadia, y las materas están hechas de materiales reciclables: botes de plástico, balones partidos a la mitad, tapas de botellas. Hay un cajón de compostaje que sirve para abonar la huerta, en la que crecen verduras que alimentan a la comunidad. Pasa aquí algo que se repite en las demás Ecoescuelas, y es que las comunidades enteras se vuelcan a aprender de ecología, de fauna y de prácticas amigables y respetuosas con el ambiente. No son solo los niños, sino sus padres y familiares los que se comprometen con la causa.
El profesor de La Arcadia es Giovani Vanegas, que se la ha jugado por la educación ambiental. De él fue la idea de crear un corredor turístico entre el Alto de Minas y la ecoescuela. Con el auge del turismo ambiental, el profesor entró en contacto con una empresa de Santa Bárbara dedicada al senderismo. Con ellos planeó el recorrido, que dura tres horas.
Ese tiempo la pasan los caminantes descendiendo entre bosques de pino y otros nativos, advirtiendo el feliz canto de los pájaros, mojando los pies en las decenas de quebradas que se precipitan hacia el Cauca. Como en Valparaíso, los guías son los muchachos de la vereda. En el momento hay cuatro guías que están en bachillerato y uno en primaria.
Ya se han hecho dos caminatas con turistas, pero el plan es más grande. “Tenemos compradas seis hamacas para poner en la biblioteca de la escuela. Ahí van a llegar los turistas a descansar, a leer un rato, a tomarse algo. Las familias de la vereda pueden vender almuerzos y se va moviendo la economía”, cuenta el profesor Giovani.
Los niños de la Ecoescuela están creando un álbum pajarero. Es un trabajo paciente, de observación, que sigue con el dibujo de las especies y una breve descripción de cada una. El álbum servirá para guiar a los turistas y enseñarles sobre las aves que surcan los cielos de La Arcadia.
El proyecto, gracias a las ideas del profesor Giovani, tendrá también un componente cultural. En el sendero, junto a los árboles y arbustos, van a instalar figuras de tamaño real de los personajes representativos de los mitos y leyendas de la zona. En la vereda se habla mucho de los duendes, que con sus diabluras hacen perder al caminante. “Vamos a poner estas figuras para hablar de las leyendas que hay por acá, que son tradicionales”, explica el profesor.
Las quebradas que bajan de la cordillera, los bosques nativos, los pájaros coloridos; todo estaba ahí, pero faltaba que la gente los redescubriera. Corantioquia les entregó las llaves del tesoro que siempre ha sido de ellos.