Al recorrer las calles de Medellín hay sitios donde la mirada no puede pasar desapercibida. Curiosa se detiene en estructuras con tonos llamativos que pueden ser producto de un vecino que decidió salirse de los estándares convencionales o podría tratarse de una organización comunitaria o cultural que quiso, a través de un color, robarse miradas, contar una historias y atraer a las personas hacia ella.
En Altavista, por ejemplo, una fachada relata la tradición de un territorio. “A nosotros nos dicen que le dimos el tono rojizo a Medellín porque con la tierra que sacan de aquí se hacen los ladrillos que han levantado moles en la ciudad. Nuestro color no podría ser otro que el tierra para recordar nuestro pasado, presente y la explotación incesante a nuestras montañas”, afirma María de los Ángeles Loaiza, directora de la Corporación Cultural Altavista.
Así como para esta iniciativa, ubicada en ese corregimiento de Medellín, su color refleja una realidad, para otros los tonos que emplean en los frentes de sus sedes son símbolo de resistencia.
Es el caso de la comuna 13. Allí la Casa Kolacho decidió tomarse las paredes no solo de su fachada sino también de decenas de otros muros del barrio que motivan nuevas narrativas.
“Si a la 13 le tuvieran que asociar un color, seguramente la comunidad externa le daría un rojo violento pero para nosotros es azul tranquilo y verde esperanza, pues estamos llenos de talento y gente que quiere salir adelante”, destaca Jheison Ruiz, miembro de la organización.
El poder del color
Unidad e identidad, esas son las características que destaca Simón Hosie, arquitecto e investigador del color. En su trabajo académico ha explorado cómo en comunidades de Colombia los tonos se convierten en elementos que sirven para evidenciar la individualidad, integrar personas, cosas y procesos, además de comunicar mensajes desde el interior hacia la ciudad.
“El color se utiliza como renovación y catarsis para iniciar y cerrar ciclos. Algunos investigadores lo catalogan como elemento de libertad y genera procesos de diferenciación”, puntualiza.
Por ejemplo, cuenta que en procesos de invasión, que se han dado en alguno de los territorios del país, el color es un elemento para integrar las construcciones. Chozas hechas de palos, piedras, latas y costales eran pintados, aún cuando en ese contexto significaba un gran costo. El amarillo, azul, naranja o cualquier otro tono servía para unificar las estructuras y que fueran diferenciables unas de otras.
Ese poder de unificar, según el investigador, aplica también para personas y comunidades.
“Y es que el color se convierte en protagonista aún en medio de miles de problemas pendientes por resolver. Por ejemplo, para nosotros es la manera de decir que estamos presentes trabajando por el entorno y que estamos vivos”, afirma Ruiz.
Le presentamos cinco iniciativas culturales de Medellín que se destacan por tratar de presentar nuevas narrativas en medio de contextos complejos por la violencia urbana. Por medio no solo de su trabajo con las comunidades sino también con sus colores llamativos, se roban la mirada de los transeúntes que pasan por ellas. Este es su trasfondo .
Multicolor para Eduardo Galeano
En busca de darles referentes distintos de los combos a los jóvenes del barrio Villa del Socorro de Medellín, un grupo de líderes llegó hace 10 años con una propuesta: presentarles a Eduardo Galeano. Crearon una corporación, que ahora lleva el nombre del periodista y escritor uruguayo, y se dedican a promover la lectura y escritura con estrategias como el periódico comunitario Mi Comuna 2, procesos radiales, audiovisuales y de lectura.
“Elegimos tres colores para nuestra marca institucional: el verde (color de la fachada), el morado y el azul. Este año agregamos además un mural que representa la pluralidad que nos caracteriza, no solo a nosotros, como institución sino también a toda la comunidad”, puntualizó Cristian Álvarez, coordinador de la casa.
Las cerca de 1.300 personas que pasan por los salones al año no pueden ser definidas en un solo tono, anotó Álvarez. Añadió que por eso buscaron celebrar su aniversario con un mural que se identificara con la gente que acude a sus espacios interesados en las palabras y las letras.
En la 13 los colores apoyan la memoria
Para los miembros de la Casa Kolacho las paredes no solo tienen oídos sino que también son capaces de hablar, así lo manifestó Jheison Ríos, director del proyecto de escuelas de hip hop y procesos de formación de la organización.
“Nos interesa que los muros estén pintados porque hacemos la unión entre graffiti, turismo y cultura. Les devolvemos a los espacios la capacidad de contar historias y darle un papel protagónico a la memoria”, señaló el líder.
Para los integrantes del colectivo hay una premisa esencial: no es lo mismo despertarse y ver un muro gris que observar en él colibríes, pájaros, campesinos, formas o a ese amigo que perdieron por la violencia pero que homenajean con cariño.
Con las obras que promueven por el barrio hacen el graffitour, un recorrido en el que le cuentan a propios y extranjeros cómo el arte cambió su entorno.
Ya se van a mudar de casa, que “recibiremos sin una raya pero que pronto pintaremos pues las paredes, como las mentes, no pueden estar en blanco”, expresó Ríos.
La casa amarilla, una esquina referente
Un antiguo prostíbulo se convirtió desde 1987 en una casa teatral. La Corporación Cultural Nuestra Gente empezó a trabajar en la comuna 2 en una de las épocas más violentas de Medellín. “Asistíamos a un tiempo de oscuridad que solo seríamos capaz de iluminar si lográbamos construir un lugar de claridad”, anotó Jorge Blandón, director.
Con brocha en mano decidieron que el amarillo era el mejor tono para expresar ese mensaje y desde 1995 son conocidos en Santa Cruz como La Casa Amarilla. Por sus salones y escenarios pasan al año más de 16.000 personas y unas 200 hacen parte de los procesos de danza, teatro, música, comunicación y trabajo social que ofrecen. La iniciativa ha inspirado a otras casa como la naranja en Cali, la verde en Cuba y la roja en Bogotá, que hacen parte de una red teatral. Blandón señaló que Medellín aún vive retos en los que el arte y la cultura deberían ser los protagonistas. “Necesitamos espacios en los que la vida comunitaria tenga lugar, donde mujeres y hombres, desde la infancia hasta la adultez, sean dueños de su propio vivir y tengan la oportunidad de amar y ya”, agregó.
Azul y color tierra resaltan en Altavista
Que la fachada sea reflejo del territorio donde trabajan, ese es el objetivo de la Corporación Cultural Altavista que lleva más de 18 años trabajando con la comunidad de ese corregimiento al suroccidente de Medellín.
El color azul ha sido su bandera institucional. “Conecta con el agua, Altavista cuenta con 4 microcuencas por las que pasan afluentes que bañan nuestro territorio”, afirmó Wilinton Foronda, director Social de la organización.
Desde octubre estrenan una Maloca, una bioconstrucción en la que la tierra es el elemento clave. Para ella utilizaron las manos de 600 personas y hasta extranjeros de países como Francia, Chile y Argentina vinieron a aportar a la construcción.
El corregimiento es una cantera para la extracción de materiales con los que se producen ladrillos que han levantado los edificios y “el color barroso nos recuerda el origen, bajo la premisa de que volver allí no es involución sino retornar a la naturaleza y a la humanidad, además es crítico con la explotación que han tenido nuestras montañas”, destacó Foronda.
En los Álamos, el rosado integra
Niños, jóvenes, mujeres, adultos mayores y cualquier habitante de la comuna 4 puede pasar por la sede de la junta de acción comunal Los Álamos para encontrarse con grupos de karate, circo, música urbana, semilleros de participación y hasta uno de tango que ha llegado a competencias en diferentes países. “Para atraer a la gente lo primero que hicimos fue pintar la casa, los colores institucionales como gris o blanco nos parecen muy aburridores y, después de muchos intentos, nos decidimos por el rosado como un mensaje de apoyo a las mujeres y a la diversidad sexual y de género”, comentó Benoni Jiménez, presidente de la JAC. El líder comentó que después sintieron la necesidad de acudir a más colores para evidenciar en las paredes el folclore, la articulación y el trabajo que se adelanta en el territorio. Por eso, con el grupo de hip hop Elements intervinieron el espacio con grafitis y murales, y un collage en cerámica. “Ahora la comunidad es también un poco rosada porque es el color que nos ha identificado en estos cuatro años de trabajo”, indicó Jiménez.