De un ojo que se cerró por el cáncer nació una mirada que abrió esperanza. Santiago llegó al mundo antes de tiempo, pequeño pero voraz. Su madre, Catalina, jamás imaginó que aquel bebé prematuro sería el motor de un sueño que hoy sostiene a 50 familias de Medellín y otras partes de Antioquia.
Todo comenzó hace 11 años en la Clínica Bolivariana. Santiago, como todo bebé prematuro, enfrentó problemas respiratorios que los médicos consideraron manejables. A los 20 días, le dieron de alta, y Catalina creyó que la tormenta había cesado. Sin embargo, apenas ocho días después, algo no encajaba. Santiago lloraba sin consuelo y su ojo izquierdo empezó a inflamarse. Una protuberancia fue ganando terreno, como si el dolor quisiera hacerse visible.
Catalina, siguiendo su instinto, lo llevó al médico. Le dijeron que era “normal”, pero ella desconfiaba. Después le confirmaron lo impensable: era cáncer, y el pequeño de dos meses debía ser hospitalizado de urgencia. Así comenzó una maratón de quimioterapias, cirugías y noches interminables en el San Vicente.
La situación empeoró. El ojo de Santiago sucumbió debido a la agresividad del cáncer y los médicos tuvieron que extirparlo. Catalina ya pasaba más tiempo en el hospital que en casa. Durante la primera sesión de quimioterapia, una bacteria le causó septicemia y cada día los médicos le decían con frialdad: “Despídase de él”.
Pero Santiago desafió las estadísticas. Contra los pronósticos, salió adelante. “Le tocó aprender a chupar del tetero otra vez, como un recién nacido”, recuerda Catalina. Tras año y medio de tratamientos, parecía que el cáncer había sido derrotado. Sin embargo, la calma duró poco. Comenzó a convulsionar, y los exámenes revelaron otro tumor, esta vez en el cerebelo. Por suerte, no era maligno.
“Las mamás quedan solas”
En medio de tantas idas y venidas al hospital, Catalina se dio cuenta de algo: las madres eran las únicas que permanecían firmes junto a las camas de sus hijos, enfrentando noches en vela y una montaña de gastos médicos. Describe cómo, al principio, los familiares ayudan con pañales y rondas en el hospital, pero con el tiempo se van retirando. “Al final, las mamás quedan solas”, asegura.
Fue ahí donde germinó la semilla de lo que hoy es la Fundación Miradas, en la que el 90% de las madres que la integran son cabeza de familia. “Todo empezó con los compañeros de tratamiento de Santiago. Yo les decía a las mamás: ‘Déjeme contar su historia en redes; de pronto alguien nos ayuda’”, cuenta Catalina. Al principio, todo era empírico: fotos, relatos breves y publicaciones en redes. Muchas madres dudaban, pero otras aceptaban con la esperanza de encontrar alivio.
Hoy, la Fundación Miradas atiende a 50 niños, en su mayoría con cáncer, y otros con espina bífida, parálisis cerebral e hidrocefalia. Más que entregar mercados o ropa, se ocupan de organizar terapias, buscar medicamentos y gestionar ayudas para dietas que el sistema de salud no cubre. Catalina explica que, en muchos casos, las EPS las obligan a pelear por tutelas, pero cuando eso falla, la fundación asume los costos con bingos, rifas y ventas de productos.
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Uno de los proyectos más exitosos de la fundación es el ropero solidario en Sabaneta, donde venden ropa y juguetes para cubrir gastos. Sin embargo, la fundación no se limita a cubrir insumos básicos. También busca empoderar a las madres ofreciéndoles cursos de uñas acrílicas, ayudándolas a montar pequeños negocios, como carritos de perros calientes o buscando benefactores que apoyen sus estudios.
Una de las madres se graduó de enfermera gracias al apoyo de un donante. Hoy, esa mujer puede mantener a su hija con parálisis cerebral y vivir una vida con mayor tranquilidad. “Eso es lo que queremos: cambiar vidas, no solo entregar insumos que el sistema no cubre”, enfatiza.
Otra historia es la de Jenny, quien cuida a María Ángel, una bebé que nació con hidrocefalia, desplazamiento de columna, displasia pulmonar y espina bífida. Jenny debe cambiarle la sonda cada cuatro horas y, los fines de semana, vende confites, bolsas de basura e inciensos en el Centro para no depender de la fundación.
La meta más ambiciosa de Miradas es crear un centro integral de terapias donde las familias encuentren lo necesario para el cuidado de sus hijos. Catalina explica que comenzaron un fondo de ahorro que no se toca. “Tenemos 14 millones. No es mucho, pero es el fruto de años de trabajo”.
El sostenimiento de la fundación depende de iniciativas como la venta de botellas de agua, alcancías, bingos, bazares, rifas y el ropero de Sabaneta, donde las prendas cuestan desde $5.000. Además, de algunas clínicas contacta a Catalina cuando necesitan apoyo para madres que llegan de muy lejos con sus hijos.
Todo comenzó con Santiago, ese pequeño que, contra todo pronóstico, sobrevivió y se convirtió en la inspiración para este proyecto, una Mirada llena de esperanza, una que hoy ilumina el camino de cientos de familias que luchan en la sala de un hospital.
Si desea apoyar a la fundación y conocer más de Mirada, puede comunicarse al número 313 690 5681 o en sus redes sociales @corporacion_mirada.