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Un homenaje de El Colombiano sus 210 voceadoras: testimonios

Recogemos las historias de vida de cuatro de las voceadoras más emblemáticas de El Colombiano.

  • Este 8M homenajeamos a nuestras voceadoras.
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  • Un homenaje de El Colombiano sus 210 voceadoras: testimonios
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07 de marzo de 2023
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Cada 8 de marzo, más que una celebración, se conmemora el Día Internacional por los Derechos de las Mujeres, en donde se exalta el esfuerzo que ellas han dado y siguen dando para lograr un mundo más justo. Hoy, El Colombiano ha destacado las historias de mujeres voceadoras quienes con su labor se han convertido en referentes de fortaleza y vida.

“Hace más de 60 años vendo el periódico”

<b>Un homenaje de El Colombiano sus 210 voceadoras: testimonios</b>

En los años 50, trabajar en el campo no era una tarea fácil, dice Blanca Isaza, una mujer de 77 años que después de preparar la tierra, cosechar cacao, maíz, plátano, recoger café y cultivar tomates, decidió que tenía que sembrar en ella misma.

Blanca nació en 1945 en Argelia, Antioquia, recuerda sus primeros años de vida entre una numerosa familia de 9 hermanos, levantados todos en un rancho de madera y dedicada a las labores del campo: “Se trabajaba de lunes a domingo, era un campo muy grande, y todos teníamos que trabajar mucho”.

Recuerda, además, que era poco común que las mujeres se dedicaran a los cultivos, a arar la tierra, pues permanecían la mayor parte del tiempo en casa lavando los platos, las mantas y las entremantas de las mulas. “Eso sí, desde las más chiquitas hasta las más doñas trabajábamos hasta que se nos rajaban las manos”.

Hoy, con sus manos ásperas de tanto trabajar, de tanto vivir, Blanca reparte el periódico El Colombiano y Q’hubo en la calle Junín, en el Centro de la ciudad, en su punto de venta que se sostiene todo en sí mismo entre crucigramas, revistas, cigarrillos y chicles. “Hace más de 60 años trabajo vendiendo el periódico (...), me vine del campo porque nos echaron de donde vivíamos todos”.

Llegar a la ciudad y emprender en la venta del periódico le ha dado una nueva posibilidad de crecer, todo el que pasa por la calle Junín la saluda y la mira cómo se mira a una mamá, como se mira a una semilla que ya no es semilla sino un árbol de mucha edad.

“Empecé con la venta del periódico a mis 20 años”

<b>Un homenaje de El Colombiano sus 210 voceadoras: testimonios</b>

Luz Dary Caicedo madruga todos los días a las 3 de la mañana para trabajar vendiendo periódicos. Su punto está en el Parque de Envigado, junto a una tienda donde suena una radio, y de un semáforo que marca el ritmo de la avenida ruidosa. Verde: el alboroto. Rojo: el silencio.

Lleva 43 años en este oficio y, sin embargo, no es lo único que hace: “Madrugo harto, y trabajo harto para dedicarme la tarde a mí. No soy una mujer de estar en cuatro paredes encerrada, porque lo que yo más amo es bailar”.

Nació en Cali, en 1957, una época en donde esa ciudad no solo empezaba a brillar por la salsa, sino por la popular Feria de Cali que sirvió para abrir las puertas de una ciudad provinciana. Se bailaban ritmos tropicales. Luz Dary recuerda mover sus piernas al ritmo del porro, el merecumbé y la cumbia, incluso haber ganado muchos concursos de baile en su infancia y juventud.

Antes de cumplir la mayoría de edad, su madre y su pareja decidieron venir a Medellín, así empezaron una nueva vida. “Siempre he sido una mujer muy alegre, y cuando empecé a trabajar en la venta del periódico a mis 20 años, se les hacía muy raro ver a una mujer trabajando en semejante cosa... Recuerdo que me decían que yo en qué andaba, que si era una mujer pública, que por qué me mantenía en la calle de un lado a otro”.

Hoy, Luz Dary trabaja en las mañanas, ofreciendo el periódico, sentada en su butaca dejando al viento su cabellera blanca. En las tardes va a clase de cumbia a darle rienda libre a sus piernas, dejando al movimiento su falda larga.

“¿Qué está lloviendo? ¡Pues saque sombrilla!

<b>Un homenaje de El Colombiano sus 210 voceadoras: testimonios</b>

“Yo digo que todo lo que yo he aprendido en la vida ha sido desde la experiencia y porque otras mujeres también me han enseñado”, dice Hilda Quevedo, quien vende periódicos cerca a la Estación Floresta desde hace 25 años.

Hilda nació en Anzá, Antioquia, en 1970. La primera vez que se “sintió mujer” fue cuando cumplió 17 años y tuvo su primer trabajo administrando un almacén del pueblo en donde se vendían los mejores zapatos. En ese momento se dio cuenta de que lo que le gustaba era administrar y atender clientes, y soñó con que quería ser una ejecutiva. “Soñaba con ser ejecutiva para poder vestirme con falda y tacón (...) hoy me di cuenta de que puedo serlo y que no va en la ropa, porque yo me visto muy sencilla. Todo va en cómo trato a otras personas”.

Antes de sus 30 años, se la pasó de municipio en municipio porque su abuelo era un hombre de recorridos largos, y en cada municipio debía buscar un empleo. Estuvo en Anzá, Santa Fe de Antioquia, Urabá y otros, siempre trabajando en almacenes. Cuando cumplió 30, llegó a Medellín y empezó a trabajar en una confitería en Pichincha, luego en confecciones y ahora en la venta del periódico.

“No soy de un solo lugar, y tampoco soy de hacer una sola cosa (...) Yo atiendo a las personas y estos trabajos me han enseñado a ser más humana, más sensible. Y a encontrarle soluciones a todo. ¡Ah! ¿Qué está lloviendo? ¡Pues saque sombrilla! Pero de que hay que trabajar, hay que trabajar”.

“Yo vendo cultura e información con el periódico”

<b>Un homenaje de El Colombiano sus 210 voceadoras: testimonios</b>

“Trabajar vendiendo el periódico y tener para comprarme mis propias cosas me ha hecho sentir una mujer real”, cuenta Amada de Jesús Ramírez, quien lleva 12 años en la venta del periódico en su punto ubicado en Ecuador con la Oriental. Allí, según ella, no solo vende cultura, sino también “los mejores tintos pa’ tomar a cualquier hora, y los mejores cigarrillos pa’ un buen estrés”.

Amada nació en Andes, Antioquia, en 1972. Fue madre a los 17 años, y tuvo que mudarse con el padre de sus hijos y encargarse de las labores del hogar. “El trabajo de la casa es más duro que el trabajo de la calle (...) es verdad que uno lo hace por sus hijos, pero es de trabajar todos los días, y dice así: cocinar, limpiar la casa, comprar la comida, cuidar los niños, las tareas de los niños, atender al marido, regar las matas, que todo esté limpio para los demás”.

Se vino a la ciudad cuando cumplió 38 años. Uno de sus mayores actos de valentía fue dejar aquella casa que había construido bajo el yugo de un ideal de matrimonio, tomar sus maletas y liberarse para empezar a trabajar de forma autónoma. Hoy en día es madre de 2 hijos y tiene 4 nietos con quienes vive en lo que ella considera su propia casa.

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