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El día que la luna dejó de alumbrar en Medellín

Hace 121 años la incipiente villa se arremolinó en el parque Bolívar para presenciar un hito histórico: el encendido del alumbrado.

  • En el actual parque Bolívar, antes parque Villanueva, se encendieron las primeras luminarias eléctricas de Medellín. El icónico lugar debe su importancia a la Catedral Metropolitana. FOTO Rodriguez / Biblioteca Publica Piloto
    En el actual parque Bolívar, antes parque Villanueva, se encendieron las primeras luminarias eléctricas de Medellín. El icónico lugar debe su importancia a la Catedral Metropolitana. FOTO Rodriguez / Biblioteca Publica Piloto
30 de junio de 2019
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El sol se escondía y la ciudad se metía dentro de las cobijas. Durante el periodo colonial y todo el siglo XIX las calles de la ciudad permanecían a oscuras, solo la luna llena en noches de verano permitía a los parroquianos salir de paseo o hacer visita en las largas noches de la primera Medellín.

La rutina también se rompía con velas y faroles durante fiestas de santos, embarazos de reinas, nacimiento de príncipes o juras de nuevo rey.

“La gente vivía encantada como en el limbo de la monotonía y la rutina. La vida de estos magnates, sin política, sin finanzas, sin prensa, sin espectáculos, sin clubes, sin cafés, sin parrandas, tenía que apacentarse en los remansos de la religión y el hogar”, describe Tomás Carrasquilla en su libro Del Medellín colonial.

“A las seis rezaban el rosario y, si era en invierno, jugaban hasta las ocho o nueve, cenaban y a dormir. Si era verano salían de visita casi siempre”, añade.

Pero las nacientes fortunas producto de la explotación minera empezaron a cambiar el panorama. A mediados de 1800 comenzaron a multiplicarse los faroles de petróleo en las esquinas de la plaza y en las afueras de las casas de los más adinerados.

La luminaria más democrática, hasta entonces, fue una lámpara de gas que se instalaron en 1873 para conmemorar el bicentenario de la erección de la Villa de la Candelaria (el acto real data del 2 de noviembre de 1675).

Después aparecieron los faroleros que encendían bolas de grasa y recorrían las calles, cuadra por cuadra, salvo las noches de luna llena, cuando la práctica estaba restringida por mandato oficial.

A las aguas de Santa Elena

El historiador Luis Javier Villegas Botero, en un artículo sobre La provisión de agua y luz en Medellín, da cuenta que los habitantes de Bogotá disfrutaron por primera vez del brillo de 100 lámparas de 1.800 bujías que se instalaron en la plaza mayor en 1890.

Después siguieron Bucaramanga (1891), Barranquilla (1892), y Cartagena y Santa Marta (1893). El faro en bombillas públicas fue Nueva York, primera ciudad en el mundo en contar con alumbrado en 1882, gracias a la invención de Thomas Alva Edinson.

Según Villegas, la casa comercial de los hermanos Pedro Nel y Tulio Ospina trató infructuosamente de obtener el contrato para proveer electricidad en Medellín, sin embargo, encontraron oposición mayoritaria en el Concejo que impidió la prestación de los servicios públicos solo por agentes privados.

En 1885 se creó la Compañía de Instalaciones Eléctricas, cuyas acciones pertenecían por tercios al departamento, al municipio y a particulares.

Esta compañía instaló una planta hidráulica de 500 kilovatios, aprovechando las aguas de la quebrada Santa Elena, afluente sobre cuyas orillas nació y emergió la naciente villa.

En sus orillas acamparon los usurpadores españoles comandados por Jerónimo Luis Tejelo en 1541, y en 1675, también sobre sus márgenes, se fundó el sitio de Aná. Las mismas aguas que bajan del Pan de Azúcar surtieron el primer acueducto aunque la proeza de la quebrada aún estaba por escribirse.

La noche sin fin

La historia marcó la fecha en el calendario. Fue el 7 de julio de 1898, 15 meses antes de que se desatara la Guerra de los Mil Días y Colombia quedara mutilada y casi destruida.

La romería llegó hasta el recién inaugurado parque Villanueva (abrió las puertas en 1892 pero solo hasta 1923 se rebautizó como parque Bolívar), dispuesta a presenciar la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia, como si fuera un invento salido de la mismísima carpa del gitano Melquíades.

Con temor reverencial, la aglomeración de autoridades civiles y militares, religiosos y curiosos, vieron encenderse 150 lámparas de arco voltaico emitiendo rayos que rajaron, para siempre, la penumbra de la naciente villa.

El profesor, científico y diplomático Luis López de Mesa, en su libro La Ciudad, recordó: “Cuando se instaló el alumbrado público todos los antioqueños nos alborozamos hasta los límites dionisíacos del júbilo, creyendo ver en aquel suceso algo maravilloso en sí y algo promisorio también de otra era y otra estirpe (...) Nunca olvidaré la primera visión que tuve de ello en mis años infantiles. A esa hora de mi vida y en aquella edad de civilización incipiente en nuestro hogar antioqueño, ver surgir ese parque de luz en la apacible lontananza del valle fecundo tenía a mis ojos un no sé qué de prodigio aladinesco”.

Fue el salto a la modernidad del hasta ese entonces minúsculo caserío atrapado entre las montañas. Desde ese momento el crecimiento poblacional se disparó tanto, que pronto la capacidad de la planta de Santa Elena se agotó por la demanda urbana.

Solo Coltejer, en 1918, consumía casi la mitad de la energía producida por la entonces llamada Compañía Antioqueña de Instalaciones eléctricas, que pasó luego a manos de la municipalidad porque los particulares no tenían recursos para hacer inversiones.

Por eso las autoridades locales construyeron la hidroeléctrica de Piedras Blancas que aportó 1.000 kilovatios en 1921, los mismos que también se agotaron al finalizar la década porque obreros, industrias y patrones seguían ensanchando el valle de los Aburráes, incluso, con la operación de un tranvía eléctrico.

La tendencia se mantuvo y por eso, en seguidilla, entraron en servicio las centrales de Guadalupe (1932), Riogrande I (1951), Troneras (1964) y El Peñol (1971), entre otros.

Por eso la noche del 7 de julio de 1898 fue paradigmática. Los escritos que rememoran el hecho citan el comentario que se le escuchó a Nemesio Mejía Montoya, “Marañas”, personaje característico de finales del siglo XIX. Sin tapujos y con acierto de vidente, dijo: “¡Luna, te jodites! De hoy en adelante tenés que ir a alumbrar solo a los pueblos” .

150
bombas de arco voltaico inauguraron el alumbrado público eléctrico de Medellín.
1,8
millones de hogares, en 123 municipios, tienen energía producida por EPM.
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