Por sus caminos empedrados, en los que a lo lejos se escucha el roce rítmico de las herraduras de los caballos, pasaron, hasta esfumarse en la bruma de la historia, la pompa y el boato de la Antioquia colonial. Es que Santa Fe no solo fue la primera fundación española en estas montañas (4 de diciembre de 1541 por Jorge Robledo), sino que le dio el nombre al departamento por ser la capital y esquina del movimiento durante 246 años.
Fue allí en ese poblado del valle del Tonusco donde se abrió la primera sede episcopal y donde operaban las instituciones que marcaron la época colonial y que luego fueron la cuota inicial del orden social: un colegio, un hospital, un seminario, una catedral, una basílica menor y un centro de historia.
Los resquemores por ser la capital empezaron, incluso, antes de la erección de Medellín como villa. El entonces caserío lideró intentonas durante varios años para traerse a sus retículas el poder económico y político de la provincia. Luego de su fundación en 1675, muchos españoles habitantes de Santa Fe abandonaron la ciudad y se radicaron en la floreciente villa esperanzados en su crecimiento comercial y en su cruce de caminos.
James Parsons, en su obra sobre la colonización antioqueña (1949), cuenta que casi todos los inmigrantes en el siglo XVII venían directamente desde España al Aburrá, en tales proporciones, que durante diez años fue prohibido el establecimiento en Medellín de los residentes de Santa Fe. “Solamente 18 vecinos permanecían en la capital cuando el Concejo, en sesión en 1670, consideró soluciones a la pérdida continua de población que había dejado la ciudad sin quien deseara tomar sobre sí los deberes de alcalde”, se lee.
La apertura de rutas comerciales, que tenían como punto de paso obligado a Medellín, fue dejando en la trastienda a Santa Fe, más aún, cuando se abrió el camino hacia el río Magdalena por el Nare que consolidó a Rionegro como nuevo epicentro regional. La Ciudad Madre conservó sus honores hasta que se agitó el cañaveral con las proclamas de libertad.
Vientos de cambio
Después de la declaración de Independencia en 1810, el momposino Juan del Corral asumió como regente de Antioquia. La proclamación absoluta se realizó el 24 de agosto de 1811.
Del Corral, ante la inminente reconquista, juró como dictador en 1813 para organizar la defensa. Ese mismo año, el 11 de agosto, proclamó la independencia antioqueña en la catedral de Rionegro, sitio a donde había trasladado su administración (Rionegro fue capital durante un breve período entre 1813 y 1814).
Fue Del Corral quien le dio el título de ciudad a Medellín y Marinilla, que hasta entonces eran villas. En ese momento la República de Antioquia estaba dividida en cinco distritos: Santa Fe, Santiago de Arma de Rionegro, Nordeste, Medellín y Marinilla. Un censo de 1816 da cuenta de que en Santa Fe vivían 5.440 personas; 27.000 en Medellín y sus goteras; 19.078 en Rionegro; y 7.000 en Marinilla.
La orden de Del Corral decía así: “Considerando los importantes servicios que han hecho a la patria los moradores de las villas de Medellín y Marinilla; el valor y patriotismo que han mostrado, así en alistarse para marchar a Popayán, como por su adhesión y amor a la libertad e independencia, para igualar en todo a estas dos beneméritas poblaciones con las de Antioquia y Rionegro, que han hecho los mismos servicios a la República, quitando para siempre cualquier motivo de celos y rivalidades, he acordado erigir en ciudades a las villas de Medellín y Marinilla”.
Celos y rivalidades. Es que desde la declaración de Independencia había empezado un sinsabor, con disputas y divisiones que, si bien aplacó Del Corral, se reavivaron con su muerte.
Entre hermanos
Del Corral murió en 1814, dejando a medias las transformaciones lideradas durante su mandato. Murió a los 35 años de tabardillo, como entonces se llamaba el tifus. Ante la vacancia, nombraron al sacerdote José Miguel de la Calle, envigadeño que había impulsado la consolidación del nuevo Estado. El padre De la Calle solo duró un mes en el encargo, porque luego fue nombrado el militar Dionisio Tejada, último gobernador antes de la Reconquista.
Empezó su gobierno en mayo de 1814 en Santa Fe, pero muy pronto armó las maletas y se fue para Rionegro, a donde quería trasladar su residencia. En este periodo histórico (1814-1815) está enmarcado la intentona de un cisma en el país paisa. La decisión de Tejada causó revuelo en Santa Fe, que negó obediencia al presidente; y en Medellín, como tercero en discordia. La división se extendió y hubo refriegas en Marinilla, que también aspiraban a ser el centro del departamento.
El cabildo de Santa Fe expresó su inconformismo. “Los habitantes de la ciudad de Antioquia y la mayor parte de las autoridades locales llevaron su indignación y enojo hasta el extremo de pronunciarse, armados contra el presidente Tejada e impedir el cumplimiento de sus órdenes”, relata el historiador Francisco Duque Escobar.
Esta rebelión fue seguida por otras poblaciones lo que generó la división de la provincia por más de un año. Como una película que se repite, ese eterno retorno que nos da vueltas en la cabeza, se armaron campos rivales y se gastaron las energías y el impulso patriótico en alegatos por honores y privilegios fútiles.
En un congreso de las Provincias Unidas, que se reunió en Tunja, se dispuso que el descontento se resolviera en Envigado en un colegio constituyente. Este dictó una nueva constitución en julio de 1815 en la que estableció que el gobernador de la provincia debía residir en la capital, que era Santa Fe. Pero ni el presidente Tejada ni sus partidarios en Medellín acataron la decisión y se registraron protestas el 29 de septiembre.
Después de la rebelión, Tejada, por falta de energía ante la poca trascendencia de la disputa, cedió ante los reclamos de Santa Fe.
El relato de Argos dice que “puede decirse que esta vino a ser la patria boba de Antioquia, que perturbó la unión y la preparación de la obra de defensa contra los españoles”. Al desembarco de Morillo, este mandó el batallón dirigido por Francisco Warleta para recuperar la provincia.
Con razón reflexiona Luis Latorre Mendoza, al decir que si bien el patriotismo y heroicidad de Tejada no se ponen en duda, y no es posible saber si fue por falta de energía, nada hizo para calmar la rebelión de los rivereños del Tonusco. “No se hicieron esperar las graves consecuencias, porque los rencores lugareños trajeron consigo la apatía y el desvío hacia las ideas de libertad, concretando únicamente el pensamiento a satisfacer odios de campanario. Allí fue donde vino a valorarse más la pérdida del dictador Corral, cuya administración se había caracterizado siempre por el entusiasmo y la energía”, dice.
Tanto así que el 18 de marzo de 1816, Warleta ocupó Zaragoza con un ejército bien equipado, el 22 venció a Linares y despejó el camino hacia Medellín, donde entró finalmente el 5 de abril.
Entre los ires y venires de la historia, que a veces, casi que con desprecio generacional archiva procesos que en otrora eran los focos del debate, de este asunto solo se volvió a hablar una década después.
En 1826, durante el mandato del militar Gregorio María Urreta en la provincia de Antioquia, finalmente se dio el cambio de la capital a Medellín.
Según Néstor Armando Alzate, en el libro La Bella Villa, tras la consolidación de la República y en vista de que la Villa de la Candelaria se convirtió en el eje sobre el que gravitaba el comercio de la región, el vicepresidente Francisco de Paula Santander sancionó en abril de 1826 la ley mediante la cual se reconoció a Medellín como la nueva capital.
El historiador Francisco Duque dice en su libro que fue la Ciudad Madre la cuna del pueblo antioqueño, en donde nacieron los esfuerzos y las generaciones para hacer durante más de dos siglos y medio lo que hoy es el departamento.
Esas evocaciones, como una suerte de búsqueda del tiempo perdido, se escuchan todavía a lo lejos con el trote de los caballos en sus calles empedradas