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Las historias de resistencia detrás de los zócalos de Guatapé

Las fachadas cuentan el relato de un pueblo que emergió de las aguas. Crecimiento urbano, el nuevo riesgo.

  • El motivo de cada fachada es discutido en familia. Los elementos plasmados representan símbolos culturales.FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
    El motivo de cada fachada es discutido en familia. Los elementos plasmados representan símbolos culturales.FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
  • Un homenaje a “Chepe” Parra, el iniciador. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
    Un homenaje a “Chepe” Parra, el iniciador. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
12 de diciembre de 2018
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Trasteo es desarraigo pero también adaptación. Nostalgia y transformación. Esta palabra define con precisión la historia de Guatapé, un destino de colores que atrae turistas por montones pero que encierra una historia de entereza, lejana a la tranquilidad que concitan sus calles.

El símbolo de identidad moderno del municipio, el zócalo, fue el punto de partida del levantamiento popular de los años 80 cuando el 70 % del territorio quedó sumergido por la construcción del embalse. Hoy, cuatro décadas después, la administración y los líderes cívicos cierran filas delante de las fachadas multicolores para enfrentar dos nuevas amenazas: el crecimiento urbano y el turismo depredador. Esta es la historia de la primera y segunda resistencia.

Cordero que quita el pecado

Los zócalos, antes de convertirse en obras de arte, tenían una utilidad: proteger las casas de la voracidad de las gallinas y de la humedad. Por tradición, las paredes de los ranchos eran de bahareque y tapia, recubiertas con una pasta hecha de estiércol de caballo y greda. Esta pasta era aplicada a la base de la pared para darles finura a los muros.

Las aves de corral, a punta de pico y garra, devoraban los pañetes. Otro riesgo latente era la humedad y los embates de las lluvias que terminaban socavando cimientos. Los zócales de cemento fue la solución para blindar las paredes. En los años 20 llegaron los primeros viajes de cemento a lomo de mula, desde Rionegro. José María Parra Jiménez, mejor conocido como “Chepe” Parra, fue el iniciador de los zócalos en Guatapé, al convertir las cargas de cemento en lienzos públicos.

El origen, como casi todo en los albores del siglo pasado, fue religioso. Los jueves de Corpus Christi la religiosa Isidora de Jesús Urrea, junto a otras líderes del pueblo, levantaban pedestales al Altísimo.

Uno de estos era representado por el cordero que “quita los pecados del mundo”. Además, en Guatapé, eran comunes los rebaños de estos animales. Entre unas y otras, “Chepe” Parra calcó con carbón la silueta del cordero y la plasmó en el zaguán, en el interior de su casa y no afuera, por razones políticas.

El motivo caló en un pueblo conservador y católico (Parra era liberal) y pronto su obra fue solicitada por las señoras pudientes que querían replicar la imagen en sus propiedades. La figura del cordero se regó como pólvora por las calles de un pueblo en ciernes.

Un homenaje a “Chepe” Parra, el iniciador. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
Un homenaje a “Chepe” Parra, el iniciador. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA

La primera resistencia

Estudios preliminares determinaron desde los años 30 que las tierras bajas de Guatapé y El Peñol serían el lugar indicado para la construcción de una represa que garantizara la electricidad de Medellín. El proyecto se ejecutó en dos etapas (1963-1971 y 1973-1979).

La inundación para crear la represa (empezó en mayo de 1978) implicó el traslado de El Peñol y la inundación del 70 % del territorio de Guatapé, zonas de potencial agrícola. El hecho cambió los usos del suelo y la distribución de la tierra. La afectación de la vocación económica generó trasteos, paros y protestas, el primero de ellos, en abril de 1969. Las marchas se repitieron en 1970 y, el más álgido, en 1978, en el que mediaron la Diócesis y la Gobernación.

El éxodo, tras la inundación de los campos, terminó en 1980. Contrario a resignarse a vivir en un pueblo feo y olvidado, Guatapé se levantó.

Fue su primera resistencia. La tarea, con mingas y convites, fue pavimentar las calles.

Cada propietario ponía el cemento para la placa del frente de su casa. Las voces y esfuerzos se juntaron y, a grito común en la emisora Ondas del Nare, se escuchó el lema: “Guatapé no ha muerto”. La cruzada culminó en 1983 con la pavimentación de la plaza.

Sesenta años después, ya con la necesidad de promover una nueva vocación productiva, los guatapenses echaban mano de “Chepe” Parra y reapropiaban la silueta del cordero. Las ya pavimentadas calles empezaron entonces a ser engalanadas por falderines que contaban historias. Motivos y colores, cientos: economía, trabajo, cultura, religión, creencias, familias y gustos.

Una nueva amenaza

Los recorridos por las calles y parques se convirtieron en atractivo turístico, aún más cuando la represa bajaba de nivel y no se podía navegar.

Una resolución de 2007 que le concedió el título de “pueblo de zócalos” y un acuerdo municipal de 2009, regularon la zocalización de Guatapé, concediendo un plazo de 24 meses para que todo el casco urbano tuviera las figuras iniciadas por Parra. Hoy, estima la administración, 95 % de las fachadas cuenta con este elemento patrimonial.

Ahora el pueblo de Isidora se enfrenta a otra amenaza que ya no es tan visible como la inundación. El crecimiento urbano, sumado a la llegada masiva de turistas, pone en riesgo la principal representación cultural del municipio.

El crecimiento inmobiliario será en altura y no en suelos de expansión, para lo cual, las casas, desde lo estético, no están diseñadas. Los zócalos están ocupando espacios que en el futuro se destinarían para accesos a edificios, parqueaderos o sótanos. ¿Sobrevivirán en las puertas o subirán, como ya empezaron a hacerlo, a segundos y terceros pisos, en forma de murales?

César Calvo, director de Cultura de Guatapé, manifestó su preocupación por el futuro del elemento moderno que identifica a uno de los municipios más turísticos de Antioquia (un fin de semana pueden arribar 25.000 turistas).

“¿Qué sucederá con las fachadas, qué será de Guatapé si se afecta el elemento que está llamando la atención del mundo entero?”, cuestionó.

Como una alerta temprana, antes de que la expansión urbana ponga en riesgo los corderos y sus derivaciones, el municipio empezó un inventario de zócalos, enmarcado dentro de la revisión del esquema de ordenamiento territorial. El proceso, que culmina en 2019, pretende hacer un diagnóstico del estado de estas obras de arte, trazar tareas de conservación y articular otros proyectos afines, como el embellecimiento de 9.000 m2 de fachadas.

“Empezamos a establecer líneas base para anticiparnos a los factores que comienzan a amenazar esta manifestación cultural. Buscamos generar movilización para que la gente proteja y se apodere de la tradición”, dijo.

Así como en los años 80, la administración pretende crear voluntariados, ya no para pavimentar calles, sino para renovar y embellecer los zócalos. “Son acciones para que no se pierda la cultura y sigamos queriendo nuestras calles estrechas de casas coloridas. Debemos proteger lo que somos”, añadió Calvo.

Elkin García Giraldo, gerente de una promotora de turismo, dijo que Guatapé no es ajeno a la invasión cultural que trae el turismo. “Nos podemos convertir en un municipios de extraños. El zócalo es lo que nos permitirá sobrevivir como un pueblo que tiene su propia identidad cultural”.

Es su segunda resistencia.

Encuentre esta semana en www.elcolombiano.com el recorrido por los mejores zócalos de Guatapé y la historia de su transformación patrimonial.

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