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El agua está cada vez más lejos de Medellín; EPM tiene que buscarla a decenas de kilómetros de distancia

La empresa debe buscar hasta en 30 kilómetros de distancia el líquido para garantizar el abastecimiento.

  • El embalse La Fe incrementa a un ritmo acelerado la amenaza de estrés hídrico, pues de allí sale el agua para el sur del Aburrá y el Valle de San Nicolás. FOTO Camilo Suárez
    El embalse La Fe incrementa a un ritmo acelerado la amenaza de estrés hídrico, pues de allí sale el agua para el sur del Aburrá y el Valle de San Nicolás. FOTO Camilo Suárez
  • El agua está cada vez más lejos de Medellín; EPM tiene que buscarla a decenas de kilómetros de distancia
El agua está cada vez más lejos de Medellín; EPM tiene que buscarla a decenas de kilómetros de distancia
07 de abril de 2024
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Hace más de 100 años, para que un medellinense pudiera abastecerse de agua solo necesitaba caminar unos metros hasta la quebrada Santa Elena. En la actualidad, para que el líquido salga por los grifos de las viviendas, EPM debe buscarla hasta a 33 kilómetros de distancia de los embalses y así garantizar la cobertura continua de agua potable en Medellín, algo que para las capitales del mundo es cada vez más difícil.

El problema es que el agua que consume la capital antioqueña proviene en un 92% de otras subregiones. Y depender de fuentes externas tiene sus riesgos. Así ocurre con la represa La Fe, que abastece las viviendas del sur del Valle de Aburrá. Principalmente en temporadas secas —cuando ya no es suficiente el caudal de las quebradas Las Palmas y Espíritu Santo, que son las que pasan a metros de este embalse—, EPM debe organizar su operación alrededor del río Buey, en los límites entre La Ceja y Abejorral, a 33 kilómetros de distancia. Allí, usando bombas de extracción, se saca el agua que consumen las viviendas, comercios e industrias del Valle de Aburrá y Rionegro.

Según Santiago Ochoa Posada, vicepresidente de Agua y Saneamiento de EPM, la cada vez más compleja operación para garantizar el abastecimiento de agua se debe al acelerado crecimiento demográfico en el Valle de Aburrá, donde cada vez se construye más y se asientan más personas. En el Valle de Aburrá habita el 60% del total de la población de Antioquia. No hay nada que pueda seguirle el ritmo a la expansión, mucho menos los caudales de los afluentes que lo surten.

“Recordemos que antes el agua estaba al lado, en la quebrada Santa Elena. Cuando el agua no era suficiente, se construyó primero la planta de Villa Hermosa, que cumplió 80 años y después la de Piedras Blancas, que es de la misma época. En la década del 60, cuando estas no fueron suficientes, se inició con el embalse de La Fe y ya en 1991 entró en operación Manantiales”, recordó Ochoa.

Cada uno de estos embalses cuentan con redes de bombeo que, dependiendo de las circunstancias, van sacando agua de los ríos y quebradas más cercanos posibles y que también acarreen menores costos de operación.

De acuerdo con Ochoa, cuando se presentan situaciones como la sequía actual, y las principales fuentes de abastecimiento comienzan a flaquear, entonces EPM tiene que echar mano de los planes de contingencia, que se revisan todos los días, para determinar cuáles son las movidas más viables para seguir surtiendo el líquido. “Haciendo uso de toda la infraestructura con la que contamos en la actualidad, empezamos a tomar de la primera fuente que genera menos costos, si esta no es suficiente, buscamos la segunda menos costosa y así sucesivamente”, ilustró.

La Fe es el embalse que pone el equipo de EPM a ir más lejos para encontrar fuentes que la abastezcan.

Para el caso de Riogrande II, en el Norte de Antioquia, que abastece principalmente a la Planta Manantiales, en los casos más críticos debe buscar el agua a 23 kilómetros de distancia, mientras que para el caso de Piedras Blancas, el rastreo se debe hacer a unos 11 kilómetros.

Infográfico

No sirve cualquier fuente

Aunque todavía persiste cierta creencia popular de que cualquier río y quebrada es fuente de abastecimiento para los subsistemas de EPM, en realidad muy pocas son viables operativa y financieramente para potabilizarlas.

Para determinar si son aptas como fuentes tienen que analizar si están libres de contaminantes por minería o por otro tipo de vertimientos que las haga inviables para consumo humano. Ochoa explicó que después de estos análisis y de cumplir con todos los permisos necesarios ante las autoridades nacionales, se hace la disposición de las fuentes hídricas. “Eso no es simplemente ir a cualquier quebrada, construir la infraestructura y tomar el agua. Para eso debemos solicitar todos los permisos”.

Para el caso de la represa La Fe, antes de recurrir al río Buey, primero deben agotar otros recursos, por ejemplo van al río Pantanillo, otro de los afluentes que pasan cercanos. Haciendo uso de una infraestructura interconectada, que transporta el agua, incluso, entre los otros ríos que abastecen el embalse, para que finalmente esta pueda ser utilizada sin problemas, garantizando así que en épocas complejas como lo han sido estos tres primeros meses del año se pueda abrir el grifo y salga agua con normalidad. Y así se replica con Piedras Blancas y Río Grande II, que son las otras grandes represas para el abastecimiento de la red de acueducto.

Garantizar agua cuesta plata

Las inversiones para mantener el suministro se hacen constantemente, bien sea para interconectar las redes existentes o para extender a nuevos territorios con el fin de evitar los problemas de abastecimiento como los que se han venido se presentando en el nororiente, oriente y noroccidente de Medellín, además del municipio de Barbosa, que actualmente dependen de pequeños sistemas veredales y no de la red interconectada del resto del Valle de Aburrá.

“Hemos trabajado constantemente para mejorar las redes y actualmente tenemos muy avanzadas las obras para que, por ejemplo, ya en San Cristóbal y Robledo las suspensiones se hagan por sectores y no en todo el circuito y hace poco tiempo hicimos un gran trabajo en San Antonio de Prado, que antes era de los primeros que padecía cada fenómeno de El Niño y en la actualidad no tuvo ningún problema”, explicó Ochoa.

De hecho, el pasado 14 de marzo se anunció que para evitar que se 9.600 familias del noroccidente de Medellín sigan viéndose afectadas, se construirá una estación de bombeo y un tanque, en unas obras que tendrán una inversión de $23.000 millones. El tanque tendrá una capacidad de almacenamiento de 2.000 metros cúbicos que recibirá agua que será impulsada desde otras fuentes para evitar depender del caudal que tenga la quebrada La Iguaná.

Este es uno de los proyectos que se han ejecutado, muchos de ellos apenas perceptibles para la comunidad, y para los cuales EPM asegura que ha destinado más de $2 billones 946.818 millones entre 2016 y 2024, distribuidos de la siguiente manera: $129.746 millones en bombeos, $148.876 millones en redes de captación de agua, $359.892 millones en conducciones, $821.846 millones en redes de expansión, $410.520 millones en potabilización, $959.788 millones en redes secundarias y $106.149 millones en la construcción de nuevos tanques.

El Oriente cambia el juego

A propósito del embalse La Fe y sus afluentes, la mayoría de estos provienen del Oriente antioqueño, situación que puede generar un conflicto, teniendo en cuenta que esta subregión es una de las de mayor expansión urbanística en los nueve municipios que conforman el Valle de San Nicolás, por lo que el agua que antes estaba disponible exclusivamente para las necesidades del Valle de Aburrá, ahora tiene que ser distribuida de manera prioritaria en el propio Oriente.

El vicepresidente de Aguas aseguró que el suministro de agua en la represa La Fe puede durar hasta 50 años, aunque advirtió que la expansión del Valle de San Nicolás, alentada por el Túnel de Oriente, puede recortar significativamente la vida útil proyectada. “Esto significaría que deberíamos optar por un crecimiento de las redes de suministro para abastecer a ambas subregiones o recurrir a otras alternativas”.

Según las cuentas preliminares, con este panorama el agua y las redes que están previstas para durar medio siglo, ya solo tendrían una vida útil plena para el Valle de Aburrá de 30 años o menos, dependiendo de qué tanto crezca el territorio, por lo que se deben pensar en alternativas para evitar cualquier crisis.

Entre las opciones que contempla EPM está hacer un mayor aprovechamiento del embalse de Río Grande II, que actualmente abastece a la Planta de Manantiales como principal red de suministro, aprovechando que esta cuenta con una capacidad de 138,8 millones de metros cúbicos de agua, la más grande de toda Antioquia. Pero esto significaría hacer algunas modificaciones en el interconectado de la red.

Sin árboles no habrá agua

Por más embalses, plantas y redes que se construyan, si EPM y las administraciones del Valle de Aburrá no se la juegan en los próximos años por ambiciosos programas de reforestación y conservación ecológica, difícilmente servirá para algo la infraestructura.

“Para nosotros es muy importante el tema de recuperación y protección de las cuencas hidrográficas y estos son los resultados de un programa de recuperación de ecosistemas que tiene la empresa”, apuntó Ochoa.

Esta estrategia es articulada entre la siembra de los árboles en todas las zonas donde se extrae agua de la empresa y la ampliación de áreas de reserva y zonas de retiro que protegen los afluentes.

Actualmente, a través del programa Fomento Forestal se busca hacer siembras de distintas especies en más de 37.000 hectáreas y, a la vez, contar con personal que se encargue de todo el cuidado de cada uno de los árboles para que estos crezcan en perfectas condiciones.

Desde la empresa reconocen que es un trabajo lento, que puede demorar décadas, pero que consideran tan importante como instalar redes y construir plantas si se quiere pensar en tener agua durante los próximos 100 años.

“Ninguna sociedad debería perder de vista esa responsabilidad de cuidar esas fuentes que lo abastecen de agua. Es un mensaje tal vez más importante y es el que muchas veces se deja de lado, pues porque sí que probablemente los efectos del árbol que se va plantar no los voy a ver yo, pero si yo no los planto, no lo van a ver mis hijos ni mis nietos. Si yo no empiezo ahora, si esta sociedad, si esta generación no lo hace ya, sus descendientes no lo van a poder disfrutar”, explicó el funcionario.

Cerrar la canilla es imperativo

Los habitantes del Valle de Aburrá, principalmente los de estratos altos, se dan lujos que no pueden darse ni los ciudadanos de las capitales más encopetadas.

Un habitante de estrato 6 en Medellín se gasta en promedio 210 litros, más del doble de los recomendado por la OMS para satisfacer las necesidades básicas de consumo e higiene. El consumo per capita en los 10 municipios metropolitanos supera con holgura los 100 litros diarios recomendados. Ya quisieran en Londres, El Cairo y Tokio, por citar solo tres grandes urbes que padecen actualmente un grave problema de escasez de agua.

Los habitantes del Valle de Aburrá viven endeudados ecológicamente con las regiones de donde proviene el agua que consumen, es la conclusión del investigador de la Universidad Nacional, Daniel Mejía Palacio, cuya investigación en 2021 determinó que la manera de equilibrar la dependencia hídrica del Aburrá con las fuentes externas y las amenazas sobre las cuencas abastecedoras es implementar con mayor rigor las herramientas establecidas por la Comisión de Regulación de Agua Potable y Saneamiento Básico para ‘castigar’ el consumo desmedido de los ciudadanos. Hacer frecuente el uso de la figura de topes máximos de acceso a agua potable aplicable una vez se superan los límites establecidos por consumo básico de metro cúbico al mes por usuario.

Más que a la penalidad económica, estas medidas (que se aplican de manera excepcional en épocas críticas como el Fenómeno del Niño) tienen el objetivo de lograr en los ciudadanos una posición responsable respecto al uso racional.

También señaló la investigación que es fundamental combatir las pérdidas del sistema, es decir, el agua que se pierde y no se factura.

Según ha señalado EPM, en los últimos años han mantenido a raya las pérdidas del sistema con sus estrategias de detección temprana de fuga, monitoreo de presiones, oportuna reposición de redes y reordenamiento del sistema, la renovación del parque de medidores de los clientes y los programas de detección y eliminación de fraudes.

Pero la deuda ecológica del Aburrá por el agua que consume sin duda se ha acelerado por la pérdida del sistema. Según la investigación de Palacio, entre 2011 y 2018, esas pérdidas fueron del 30%, todo esto se traduce en millones de metros cúbicos de agua que se pierden en el proceso antes de llegar a las casas o dentro de las mismas por el derroche.

Lo cierto es que, a menos que el ordenamiento territorial priorice en el futuro cercano el agua como eje, a la vuelta de la esquina garantizar que siga saliendo fluida y limpia agua por las llaves de los habitantes de la ciudad será cada vez más complejo.

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