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“¿Llegaste bien?”

Una reflexión sobre cómo es vivir el espacio público de la ciudad cuando se es mujer.

  • 7 de cada 10 mujeres (67.18%) en Medellín les produce temor ser violentadas en la calle. FOTO MANUEL SALDARRIAGA
    7 de cada 10 mujeres (67.18%) en Medellín les produce temor ser violentadas en la calle. FOTO MANUEL SALDARRIAGA
23 de noviembre de 2020
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1.367 mujeres, entre 0 y 84 años, fueron víctimas de delitos sexuales en las vías públicas de Antioquia durante 2019 según las denuncias registradas en la Policía Nacional. Es decir que el 57,4% de 2.380 denuncias de mujeres agredidas en el departamento fueron por acciones en las calles.

En contraste, hay registradas 283 denuncias de hombres que fueron víctimas de delitos sexuales en las vías públicas del departamento, el 63.7% de los 444 reportes totales en 2019.

Juliana Martínez Londoño, Secretaria de la Secretaría de la Mujer de Medellín, explica que la sensación de seguridad en el espacio público es una percepción “y en esa medida uno de los factores que incide es el género”. “La sensación de seguridad también se ve determinada por otros aspectos como ver en las noticias que las mujeres son asaltadas en la noche, y no solo asaltadas sino que al tiempo que las robaron, las violaron. Hay una realidad que soporta esa percepción”, detalla.

Según un informe de ONU Mujeres en 2018 sobre territorios seguros, mujeres y niñas sufren y temen enfrentarse a los diversos tipos de violencia sexual en espacios públicos, desde el acoso sexual hasta la agresión sexual, incluida la violación.

Andrea María Navarrete Mogollón, consultora de género y transporte, explica que la percepción de inseguridad es clave para entender cómo las personas se apropian y usan el espacio público, en su cotidianidad. “Es también una realidad que afecta en mayor proporción a las mujeres, porque en el espacio público también se refuerzan los roles y valores sociales y se profundizan las desigualdades de género”.

Precisa que hombres y mujeres tienen diferentes comportamientos y diferentes actitudes en su interacción con el espacio público y un análisis con enfoque de género permitiría encontrar esas diferencias y el porqué de esas diferencias. Agrega que es también distinto cuando se analiza esta interacción desde el enfoque diferencial, de acuerdo con la autodeterminación étnica, nivel socioeconómico, identidad de género, edad, entre otros.

Vea aquí el especial sobre violencia contra la mujer: Ellas soy yo

Miedo

Pero no es un temor exclusivo de las mujeres, Navarrete detalla que el miedo a transitar y habitar el espacio público también lo experimentan hombres homosexuales, hombres transexuales y transgénero, personas binarias. “Por miedo, las personas en sus diversidades, limitan la experiencia de la vida pública”, dijo.

Sobre el miedo y la percepción de inseguridad la abogada especialista en estudios de género, Maria Claudia López Gil, dice que puede ser visto como un aspecto meramente subjetivo, pero en realidad refleja que el tránsito de algunos grupos de la población por el espacio público es una experiencia hostil. “Las mujeres desde pequeñas lo experimentan y por esta razón es que crecen coleccionando herramientas de prevención o de autocuidado que se convierte en un sentimiento de inseguridad que caracteriza el comportamiento de las mujeres en general y que debe ser problematizado como una cuestión de género”, agregó.

Jenny Giraldo García, directora del programa mujeres de la cooperativa financiera Confiar y quien ha trabajado y ha hecho investigaciones sobre la relación de las mujeres y el espacio público en Medellín, destaca que “hemos aprendido desde la adolescencia métodos de prevención”. A identificar situaciones que nos generan un “por ahí no paso”. Además, de crear herramientas de afrontamiento como cambiarse acera al pasar por un sector o vestirse de cierta forma cuando vas a determinada zona de la ciudad. “Se trata de armar estrategias propias para no dejarnos quitar el espacio público. De ahí las redes de cuidado entre amigas, por dónde camino y dónde no, dónde cojo un carro y dónde no”, detalla.

“Las mujeres nos tenemos que juntar para ocupar el espacio público, no nos podemos quedar encerradas por el miedo ni los patrones culturales. Generar ese cuidado es muy importante mientras se da toda esa transformación cultural”, dijo.

Según un estudio realizado en 2016, en la ciudad, Juliana Toro Jiménez y María Ochoa Sierra, en ese momento investigadoras del Grupo de Investigación Cultura, Violencia y Territorio del INER Universidad de Antioquia, como parte de su tesis de grado: Violencia de género y ciudad: cartografías feministas del temor y el miedo y siendo en ese momento identificaron que en los [...] espacios masculinizados o con mayor presencia de hombres, como los parques donde se hace ejercicio, las canchas de los barrios, las plazas de vicio, los acopios de taxis, las zonas de parqueaderos y talleres, los sectores donde hay ferreterías, las esquinas. Las mujeres afirmaron que cuando pasan por estos lugares son objeto de comentarios sexuales y coincidieron en que cuando van a pasar por ahí ya están preparadas para que les digan cosas desagradables o incómodas y asumen formas de protección como pasarse de acera, taparse el escote de la camisa, bajarse la falda y bajar la mirada”.

Para López Gil esa es una explicación que facilita el entendimiento del fenómeno en términos culturales, dado que ahora los derechos de las mujeres han avanzado a tal punto que es impensable que las mujeres no puedan hacer lo mismo que hacen los hombres y viceversa, pero sirve para entender la estructura que da origen a un comportamiento tan sistemático y naturalizado.

La Secretaria Juliana Martínez aseguró que el problema sobre el que “estamos es que hay un grupo de ciudadanos, una parte de la sociedad, que no está logrando vivir de la misma manera el derecho a la ciudad. Que está teniendo que asumir una serie de logísticas para poder proveerse esa seguridad (...) Y es ahí donde uno dice: el género es un asunto diferencial porque el delito se comete de manera distinta cuando se comete como hombre y como mujer”, enfatizó.

Y es que 7 de cada 10 mujeres (67.18%) en Medellín les produce temor ser violentadas en la calle según información de la línea base del proyecto internacional de ciudades seguras de ONU Mujeres de la Medellín parte desde 2015.

La capital antioqueña tiene suscrito un convenio para replicar dicho programa en la ciudad, que en esta administración se llamará “Espacios Seguros” según explicó Juliana Martínez. Medellín fue la primera ciudad en Colombia y la número 22 en el mundo en adherirse a la iniciativa global en la que las ciudades que se unen se comprometen a implementar estrategias eficaces para abordar el acoso sexual y otras formas de violencia sexual que ocurren contra mujeres y niñas en los espacios públicos.

La línea base de esta iniciativa en la ciudad se adelantó entre octubre y noviembre de 2016 tomando como muestra 1.067 mujeres y adolescentes y fue la herramienta de partida para conocer el estado de la situación respecto al acoso y la violencia sexual contra mujeres y niñas en espacios públicos.

¿Qué encontraron? Que el 60% de las encuestadas perciben a Medellín como una ciudad insegura para ellas; el 29% de estas lo considera así porque hay muchos casos de acoso sexual. Y a un 57,6% de las encuestadas les genera mucho temor los parques y espacios públicos del Centro de la Ciudad.

Sobre las formas de acoso sexual sufridas alguna vez por ellas, mujeres y niñas reporta que el 21% que fueron piropos, el 15% miradas lascivas y el 12% silbidos y otros sonidos.

¿Qué hacer?

La Secretaria Martínez Londoño dice que “el foco sigue estando en que las mujeres no consumen la ciudad y no en que la ciudad debe ser un lugar seguro para las mujeres”.

Pero entre los elementos que pueden contribuir a que las mujeres se sientan más seguras está que las personas que acosan no deben hacer esas prácticas: “debe entenderse como una práctica prohibida para la sociedad”, dijo. Además de “mejor iluminación, más frecuencia de rutas, rutas de atención claras cuando se presenten hechos de acoso o abuso en el transporte público y en lo cultural es un trabajo muy grande”.

La consultora de género y transporte Navarrete considera que “la mayor deuda histórica en la planeación de las ciudades” es la inclusión de las mujeres en representación, participación y espacios de decisión y que la consecuencia de esa falta de perspectiva de género en los proyectos urbanos produjo, precisamente, que una parte sienta miedo o se sienta vulnerable a la violencia sexual en el espacio público.

“Gracias a ese desconocimiento de las experiencias de las mujeres en sus diversidades en el espacio público es que se han perpetuado dinámicas de poder y también de control social, que han limitado a las mujeres y que, por supuesto, al limitarlas, constriñe el acceso de servicios y oportunidades que afectan la garantía de sus derechos”, precisa.

Agrega que es necesario incluir una perspectiva feminista en el urbanismo. El Colectivo Punto 6, una cooperativa basada en Barcelona de arquitectas, sociólogas y urbanistas, explica que el urbanismo con perspectiva de género parte de la base que el urbanismo no es neutro y que las ciudades y barrios se han configurado a partir de los valores de una sociedad que es patriarcal y que la forma física de los espacios ha contribuido y contribuye a perpetuar y reproducir estos valores. Frente a esto, el urbanismo feminista propone poner la vida de las personas en el centro de las decisiones urbanas. El urbanismo feminista incorpora la diversidad de experiencias de las personas y considera que estas experiencias y necesidades son esenciales para introducir en cualquier proceso y proyecto urbanístico.

“Apostamos por transformar la sociedad a partir de repensar los espacios, porque consideramos que los espacios también contribuyen a configurar las realidades”, dicen. Y ¿cómo deben ser los espacios? dicen que “no hay fórmula mágica para saber cómo deben ser los espacios desde esta perspectiva porque no se puede replicar exactamente” que se deben acomodar a cada contexto territorial y población.

Desde lo personal y lo que puede hacer un ciudadano de a pie, manifestó que conocer y ser conscientes que nos atraviesan distintas experiencias de habitar y transitar por el espacio público “es fundamental” para generar cierto grado de empatía: Si se es hombre, trabajar en sacar de su vida todos esos actos machistas y de cómo veo a las mujeres en sus diversidades en el espacio público (y privado también), para no acosar, no tocar, no piropear, no opinar sobre el cuerpo de las mujeres y, quizás lo más importante, no violentar física, ni psicológica, ni simbólica ni verbalmente a ninguna mujer. Y si se es mujer, afianzar más las prácticas colectivas, activar redes de cuidado y que eso tampoco lo hacemos solas, lo hacemos con compañeros dispuestos a aliarse con las causas feministas, con la erradicación de todas las formas de violencias contra las mujeres. Es un asunto humano al cual estamos todas las personas llamadas a participar.

La investigadora Giraldo García coincide y agrega que “todos tenemos cosas que hacer y cosas que aportar”.

“A mí me parece muy triste que casi todo se plantee en términos de prevención y de afrontamiento porque lo que no debería existir es todo eso que nos genera miedo, el aspecto cultural. Esta generación, que tenemos capacidad de ver esta problemática y entendemos que es problemático, debemos hacer esa pedagogía y dar esa conversación con nuestros entornos cercanos”, explica.

“Cuando la institucionalidad pública que el transporte público, la policía, autoridad de tránsito y demás no responde las mujeres lo que hacen en este tipo de mecanismo de autoprotección: Ya llegaste, anotar placa, decirle al conductor “se la encargo” y todo eso nos da seguridad. Ya que yo decido salir y estas son las condiciones en las que habito, tomo estas medidas” agregó la Secretaria.

Le preguntamos a algunas mujeres si alguna vez habían enviado o recibido uno de estos mensajes. Estos son algunos de los que han enviado:

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