El ritmo cansino que traía consigo Sergio Álvarez se transformó en ímpetu cuando entró al pabellón seis, del cementerio Parroquial de La América, y se encontró de frente con la tumba de su madre.
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El hombre agarró la escoba para ahuyentar el polvo y ubicó con esmero las rosas y los claveles frescos que llevaba de regalo.
“Vengo aquí cada mes. Aquí está mi mamá que murió de forma natural hace 37 años y dos sobrinos a los que mataron en los 90 cuando la violencia. Esa época fue muy dura, aquí enterraban jóvenes que habían asesinado y a la noche siguiente llegaban los enemigos a terminarlos de rematar”, contó el hombre, habitante de la comuna 13.
A su alrededor, mensajes escritos en paredes y materas dan cuenta de esa época de violencia y de un ejercicio de memoria colectiva que viene construyendo la comunidad en un rincón del barrio Veinte de Julio: “Nos resistimos a olvidar a tantos muertos dejados en el arado”, dice un fragmento de uno de los mensajes del colectivo Agroarte.
El cementerio (ver foto principal) acoge además grafitis coloridos que reflexionan sobre la memoria colectiva de los barrios y explican por qué ese espacio, del que se tiene registro desde 1953, se convirtió en un lugar de encuentro que tiene como ejes centrales una combinación exótica entre arte y duelo.
Uno de los artistas que estampó su sello en las paredes del cementerio es Seta Fuerte, un bogotano que desde hace siete años se enamoró de la comuna 13 y se quedó trabajando por la memoria de uno de los espacios más estigmatizados.
“Hasta donde sabemos es el único cementerio del mundo que tiene grafitis por dentro. Lo pintamos porque es una zona importante para la comunidad y se ha convertido en un lugar de encuentro. Los colectivos de hip hop, cantantes de rap, pintores de grafiti y los bailarines de break dance son los que le han cambiado la cara en los últimos 15 años a la forma de vivir en comunidad. Los que han cargado el peso social de la transformación de la comuna 13.
Incluso, el camposanto de La América tiene una pared para honrar la memoria de los hombres que han trabajado allí como sepultureros: Evelio Rivera, Jorge Muñetón, Don Enrique, Miguel Ángel y Pablo, el único que queda en servicio y quien ajusta 28 años cuidando el cementerio y acompañando a las familias que llegan a despedir sus muertos.
Belén y El Poblado, íntimos