En la concurrida esquina de la calle 39 Sur con carrera 39 de Envigado, a unas cuadras del Parque Principal, en el taller Carrieles Jericó, don Luis Javier Osorio y Beatriz Restrepo todavía mantienen viva la tradición de hacer carrieles que un día hizo grande al municipio.
Son ellos dos junto a su vieja máquina de coser, que según comentan tendría 130 años, los que todavía a punta de “guarnecer” (palabra que le da origen al término guarniel y que quiere decir cortar el cuero y unirlo a punta de hilo y aguja) aún le sostienen a Envigado el apelativo de “La Mata del Carriel”.
Le puede interesar: ¡Un teso! A sus 13 años, Daniel toca el órgano tubular de Yarumal
Don Luis Javier tiene 66 años y ha dedicado los últimos 32 a crear carrieles de gran calidad, como los que antaño usaron los abuelos y que heredaron hijos y nietos. Por su gran trabajo le han llegado exigentes pedidos, como esa vez que un cliente le pidió convertir un ataúd en un “carriel”, reto que superaron sin muchas afugias, según contaron él y Beatriz.
Gracias a su origen jericoano don Luis conoce algunos secretos del carriel y, sin soltar nunca sus herramientas de trabajo, ha compartido con EL COLOMBIANO dos de ellos. El primero es, que si bien el carriel es una prenda asociada a la ruralidad paisa, su génesis es citadina, precisamente envigadeña.
El segundo secreto, y que debería preocuparnos a todos los que estamos orgullosos de haber nacido en esta tierra, es que a juicio de don Luis el carriel tal y como lo conocemos está ad portas de desaparecer, ya que no hay quien siga la tradición. De hecho, en los cálculos de don Luis, en la ciudad apenas quedarían cinco guarnieleros o “carrieleros” que los hagan a la vieja usanza, mientras que en Antioquia solo 15.
En plata blanca: las futuras generaciones de paisas tal vez no lleguen a palpar aquella emblemática prenda que ayudó a abrir caminos para que el departamento tuviera el mote de “Antioquia La Grande”. ¿Una Antioquia sin carrieles? Como dice el refrán: ¡Siquiera se murieron los abuelos!
La génesis del carriel
Como es habitual al hablar de esta prenda, siempre es bueno hacer un recuento histórico de ella. Aunque todavía no ha sido preciso hallar desde cuándo data la fabricación de carrieles, gracias al trabajo juicioso de historiadores y entusiastas del tema se han encontrado nuevas pistas.
Lea también: Cañón del Melcocho, el río más lindo de Antioquia, está en disputa por los límites que fijaron hace 110 años
El carriel comenzó a popularizarse a mediados del siglo XIX luego de haber evolucionado del guarniel, que era una bolsa de cuero más sencilla pero que a la postre compartía similares características y el mismo uso. Para la década de 1860 ya había registros de su uso en la ciudad e incluso en los territorios más alejados del departamento, sobre todo al sur.
El carriel por predilección era el envigadeño, distintivo por sus ribetes amarillos y verdes que daban cuenta de su calidad. No por nada Tomás Carrasquilla alababa la manufactura de este municipio. “¿Y que qué decir de los carrieles envigadeños, con sus labores, con sus filetes, con sus chapetas de plata?”, planteaba en un texto.
De acuerdo con el libro Origen del Carriel en Envigado –del Centro de Historia de allí– Envigado y carriel comenzaron a volverse sinónimos gracias a que a raíz de la vocación ganadera y arriera de este territorio comenzaran a proliferar familias de talabarteros y artesanos del cuero que con el paso del tiempo se dedicaron a afianzar sus conocimientos en la elaboración de los carrieles. Según los “carrieleros”, el carriel fue todo un éxito desde sus primeros años. Era imprescindible para las exigentes faenas del campo donde rendía sin siquiera “mellarse”. A raíz del diseño original, entre finales del siglo XIX e inicios del XX sus usuarios, que principalmente eran arrieros, comerciantes, ganaderos, mineros y terratenientes que debían viajar largas distancias, fueron llegando a donde los talabarteros envigadeños para que les confeccionaran a su gusto dichos elementos.
“Por ejemplo, el tema de los bolsillos secretos muy posiblemente se dio para que los arrieros llevaran plata o papeles delicados sin problemas. O como tal vez los ganaderos querían ver reflejado su oficio en el carriel, pedían que las tapas fueran de pelo de res. Estoy seguro que a algún talabartero le dieron varias ideas y de ahí surgió el carriel. Al final lo que la gente quería era cargar su identidad y la esencia de su oficio con ellos” explicó el guarnielero Yesid Rodriguez Pimiento.
Rodríguez es dueño de Yerroz S.A.S., que está ubicada sobre la carrera 65 al lado de la estación Suramericana, lo que la convierte en una de las pocas guarnielerías que sobrevive en Medellín y en donde todavía la gente acude a comprar carrieles o a restaurar el de algún ancestro. Yesid también es heredero del guarnielero jericoano Darío Rodríguez Porras por lo que, pese a su juventud, lo que dice desde su máquina de coser también goza de autoridad.
Siga leyendo: El universo de esculturas que hace de Medellín un museo a cielo abierto
Volviendo a la historia, la popularidad del carriel envigadeño comenzó a transgredir el Valle de Aburrá y de a poco su calidad fue ganándose adeptos hasta donde llegaba la diáspora paisa en el país. En la sección Apuntes Históricos publicada en EL COLOMBIANO el 19 de enero de 1944, José Gers escribió sobre “Los antioqueños en el Valle del Cauca” que a finales del siglo XIX y e inicios del XX “se venían de Envigado con una remesa carrieles de cuero hasta Cartago”, evidenciando la “exportación”.
Por esas fechas familias envigadeñas enteras se dedicaron a la elaboración de la prenda. Estirpes como los Escobar Ochoa, Ochoa Restrepo, Lotero Toro, Villa, González y Santamaría levantaron a sus vástagos a punta de hacer artesanalmente carrieles. Los secretos de la elaboración quedaban entre la parentela y los cruces genealógicos de estas realezas “carrielísticas” que son tan enredados como los de los Buendía de Cien años de Soledad.
Entre 20 y 30 “carrieleros” de renombre pudo llegar a tener Envigado hasta mediados del siglo XX. Incluso hasta Castor Arango Díez –el padre de la artista Débora Arango– estuvo metido en el cuento.
De acuerdo con el libro, como el ancestro paisa era tan inquieto, no se limitó a los dominios del Aburrá y se dedicó a extenderse sobre todo al Suroeste. Allí, el territorio conocido como Jericó comenzó a llamar la atención de los envigadeños pues con casi 11.000 habitantes era la principal parroquia de la subregión. Pero aparte de esto, sus similitudes geográficas y de vocación comercial con Envigado se volvieron un atractivo. Y allá fue a parar un grupo de envigadeños entre los que estaba Apolonio Arango Uribe.
“Él (nacido en la década de 1870) era primo segundo de Castor Arango Díez. Apolonio fue de los primeros talabarteros que llegó a Jericó a hacer carrieles al inicio del siglo XX. La primera guarnielería que montaron en Jericó fue de él. Y allá le enseñó a mucha gente porque él era muy generoso y muy amplio en el enseñar. Así migró el carriel de Envigado a Jericó”, apuntó don Luis.
Lea acá: ¿Qué pasó el día en que nació eso que celebramos como antioqueñidad?
Con el paso de los años, la elaboración del carriel se fue volviendo más habitual en otros rincones como San Pedro de los Milagros, con su característica tapa en forma de lanza, o como Amalfi y Jericó, donde la santificación de Santa Laura Montoya ha hecho que su carriel de ribete rojo y amarillo goce de fama mundial y sea confundido como el carriel primigenio. Sin embargo, en el Aburrá comenzó el declive.
El mismo libro de la Academia de Historia de Envigado apuntó que en el siglo XX, la ganadería y el comercio de cueros sobre todo en la ciudad fue decayendo pues “los cueros no pudieron dar el salto de los talleres artesanales a las fábricas mayoristas” como si pasó con los textiles y el calzado a mediados del siglo. Esto marcó el declive de los talleres de carrieles en el Aburrá.
“En Jericó mucha gente aprendió de los guarnieleros envigadeños. Eso hizo que el carriel ganara popularidad allá mientras que en Envigado las familias guarnieleras se fueron mermando. De pronto pasó en ese entonces lo que pasó ahora: ya a nadie le interesa hacer carrieles”, sentenció don Luis con su curioso sentido del humor.
En la ciudad, cada cierto tiempo, notables ciudadanos intentaban hacer esfuerzos por revivir la popularidad del carriel que ahora era solo sostenida por los que todavía se resistían a dejar de usarlo en la urbe. Hasta fiestas populares se hicieron en su honor como una forma de revivirlo. Así ocurrió el 25 de agosto de 1951 en Envigado –con carrera de 5.000 ciclistas y reinado a bordo– fecha que a la postre terminó “institucionalizando” las fiestas locales.
Pero parecía que el carriel ya tenía los años contados, pues desde entonces se ha venido dando una gran merma en quienes se dedican al oficio de construirlos.
Cayó en desuso
Aparte de la pérdida de la popularidad del cuero, el carriel –otrora entregado a personalidades como San Juan Pablo II o Pelé– ha ido en merma por múltiples motivos.
Don Luis explicó que un buen carriel solo lo debe hacer un artesano calificado con por lo menos un año de experiencia, hecho que hace que su producción se limite mucho. De otro lado el principal público objetivo (el campesino) ya muy poco usa carrieles porque primero, es una prenda que puede rondar los $400.000 pesos. “Y segundo, un campesino no se va meter de carriel a un cafetal para volverlo nada” apuntó.
Por su parte Rodríguez señaló que en la ciudad si se ha dejado de usar el carriel pero por motivos de seguridad. “Al que ven de carriel por ahí, los ladrones creen que tiene plata y se le tiran. También por temor a que se lo roben o se lo dañen la gente no los usa en la calle”.
El otro tema que tocó Osorio tocó es la baja calidad de los productos, en comparación a los de antaño, con los que varios talabarteros producen carrieles hoy. “El carriel ya no es de uso diario sino para decorar. La gente lo compra y, o lo cuelga de un clavo, o se lo manda a un familiar en el exterior que posiblemente haga lo mismo. Eso hace que proliferen los carrieles de mala calidad”, apuntó.
No hay relevo claro
Otra de las principales preocupaciones de los guarnieleros es que por ahora no se avisora un relevo generacional que mantenga vivo de arte del carriel, pese a que gracias a la popularidad de Jericó este ha cobrado un segundo aire.
“Ya lo que hay son tiendas para distribuirlos. Algún día escuché decir que en Antioquia había 15 fabricantes de este accesorio, y creo que llevan razón. Pero aparte de eso, puedo decir que de esos, ‘14 y medio’ ya vamos de salida. Yo estiro la pata y conmigo se van otros cinco o seis detrás. ¿Qué va a pasar con una profesión que no tiene estímulo? Porque supuestamente hay una Ley del Carriel, pero eso no tiene nada que ver con nosotros, o al menos conmigo. Dice la Ley que debe haber recursos para montar en Jericó y Envigado escuelas de guarnielería, pero acá ni saben de esa palabra”, se quejó don Luis.
Este diario consultó con el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia ICPA para conocer si existe un censo de guarnieleros en el departamento y que disposiciones se han cumplido de la Ley del Carriel en Antioquia para preservar dicha tradición, como lo señalan sobre todo los artículos tercero y sexto. Sin embargo desde la entidad no dieron pistas del censo e indicaron que para el ICPA dicha Ley tan solo es una exaltación, más no una declaratoria acorde a la Ley de Patrimonios.
Pese a que Yesid señala que gracias a la Ley el carriel ha gozado de una nueva popularidad que le ha permitido exportarlo con modificaciones en su diseño a países como Estados Unidos, México y Venezuela, también le preocupa la falta de estímulos para enganchar nueva mano obra.
“Como que los muchachos no quieren seguir este arte que es hasta rentable porque vea que mi papá alzó a cuatro hijos haciendo carrieles. Guarnieleros de 30 años debe haber uno o dos cuando mucho”, apuntó.
Por su parte, don Luis sentenció lacónico el negro futuro –como tapa en pelo de vaca oscura– que hoy se cierne sobre el carriel. “Tengo 66 años, no estoy para hacer más carrieles y tampoco tengo quien herede el asunto. Por el estilo mío estamos los demás ‘carrieleros‘. Mejor dicho, estamos que ‘colgamos el carriel’ sin que haya quien lo recoja”.