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Sin plata, en la calle y con hambre: el drama de los 5.000 migrantes varados en Turbo y Necoclí

Cada día más viajeros de todo el mundo quedan atrapados por varios motivos buscando cruzar el Darién.

  • Algunos migrantes duermen en las calles o playas de municipios como Turbo y Necoclí. Algunos ajustan meses varados en la zona, sin plata, con hambre. FOTO Camilo Suárez
    Algunos migrantes duermen en las calles o playas de municipios como Turbo y Necoclí. Algunos ajustan meses varados en la zona, sin plata, con hambre. FOTO Camilo Suárez
  • Uno a uno los migrantes van abordando las embarcaciones que los llevarán desde el puerto de Turbo hasta Acandí, allí iniciarán la travesía a pie por el Darién hasta Estados Unidos. FOTO Camilo Suárez
    Uno a uno los migrantes van abordando las embarcaciones que los llevarán desde el puerto de Turbo hasta Acandí, allí iniciarán la travesía a pie por el Darién hasta Estados Unidos. FOTO Camilo Suárez
  • Migrantes cocinan en las playas de Urabá. FOTO Camilo Suárez
    Migrantes cocinan en las playas de Urabá. FOTO Camilo Suárez
09 de septiembre de 2023
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La arena de Necoclí es fina, finísima, y tal vez es lo más suave que en los últimos dos meses y 15 días hayan pisado los encallecidos y rajados pies de Ronald Castro, un migrante venezolano que desde mediados de junio se vino caminando desde Chile hasta el Urabá antioqueño en busca de cruzar el Darién para llegar a Estados Unidos.

Sin embargo, por ahora el anhelo de Ronald está trunco, pues por el momento no cuenta con el dinero necesario para cruzar hacia Acandí y de allí hasta el escabroso paso por el Tapón del Darién hacia Panamá.

Como él, según las autoridades, hay cerca de 5.000 migrantes de diferentes nacionalidades varados en toda la subregión del Urabá que han tenido que quedarse en la zona a raíz de los amagues de cierre de frontera, las condiciones climáticas que han demorado la salida de migrantes, así como la descarada subida en los precios para este descontrolado tráfico humano: el trayecto que antes valía $70 dólares por persona hoy se cobra por $350 dólares.

Dicho asunto hace que los migrantes queden detenidos por días, semanas y meses en los que esperan algún dinero que les permita cruzar, el cual esperan conseguir por medio de un alma caritativa, de un familiar que ya “coronó”, o con algún trabajo temporal. Por esto Urabá se volvió una especie de torre de Babel en la que los diferentes acentos confluyen. Predomina el venezolano, pero también se escuchan el colombiano, el peruano, el chileno, el chino y hasta el ruso.

Sin embargo, mientras eso sucede los migrantes tienen que esperar donde puedan, cubriéndose con lo que encuentren en esa playa inclemente de arena fina, que puede parecer paradisiaca unas horas pero que en una convivencia extensa se vuelve una pesadilla por cuenta de la arena, la basura y el sol.

Por eso, si bien los más acomodados pueden dormir en los hostales de la zona, muchos que llegan casi sin recursos terminan durmiendo en carpas, en cartones, debajo de canoas e incluso en el sucio muelle donde una oficina de migración aparece cerrada y sin funcionarios. Allí mismo, sobre la playa, cocinan, hacen sus necesidades, tienen sexo y forjan nuevas amistades para llegar hasta arriba porque aunque acá todo escasea saben que solo se tienen los unos a los otros.

¿Y la comida? Ese es el drama de cada día, que hace a Ronald —un hombre de aspecto rudo y de cuchillo al cinto— desesperarse aún más. Ese día, un “sancocho” de una sola yuca tenía que alimentar a un grupo grande de personas.

“¡Nos tratan peor que a perros, somos los parias de Suramérica. ¿Dónde está la plata que dicen que envían para atendernos? Vea lo que vamos a comer hoy!”, vocifera manoteando, indignado.

Sus reclamos los interrumpe la gritería de unos niños que todavía en ese drama encuentran motivos para maravillarse. En la orilla de la playa se encontraron una mantarraya pequeña. “¡La encontramos, la encontramos!”, gritan a la vez que le narran a quien quiera escucharlos como hallaron al animal. Sin embargo, instantes después, el mismo pez “navega” troceado dentro de la olla junto a la yuca. Al menos ese día hubo carne para echarle al sancocho. ¿Y mañana, y pasado?

Los migrantes en Necoclí quedan enganchados en un territorio en el que cualquier cosa se cobra a precios elevados. Una recarga de energía de celular cuesta plata y una comida medianamente decente no baja de $30.000 pesos, y una noche en un hostal no se consigue en menos de $70.000. Los vendedores de la zona se las arreglan para esquilmar a los migrantes chinos —los que más plata traen— y por eso les estarían cobrando hasta $20.000 por un jugo y hasta $1.500 dólares por persona para cruzar hasta Acandí y guiarlos hasta Panamá. Por situaciones como esas los más paupérrimos de los migrantes se ven a gatas para ajustar lo que necesitan para cruzar y lo necesario para subsistir quedando atrapados en ese círculo vicioso y sin poder reclamarle a nadie, pues por lo menos en Necoclí la autoridad no hace presencia.

En el recorrido hecho por EL COLOMBIANO no se vio un solo Policía y solo las ONGs humanitarias daban un cariz de institucionalidad al asunto. Sin embargo, eso no quiere decir que la zona esté al garete. Un negocio tan lucrativo que solo mueve efectivo y que puede dejar millones de ganancias al día, y del que algunos se están lucrando a manos llenas, no puede descuidarse.

Allí, “ellos” o “los muchachos” son los que mantienen el orden. Estos, con sus gorras, camisetas, sandalias y riñoneras a la moda ‘patrullan’ en motos, identifican al foráneo que no tenga intención de migrar y al menor atisbo de desorden aparecen.

Uno a uno los migrantes van abordando las embarcaciones que los llevarán desde el puerto de Turbo hasta Acandí, allí iniciarán la travesía a pie por el Darién hasta Estados Unidos. FOTO<b> Camilo Suárez</b>
Uno a uno los migrantes van abordando las embarcaciones que los llevarán desde el puerto de Turbo hasta Acandí, allí iniciarán la travesía a pie por el Darién hasta Estados Unidos. FOTO Camilo Suárez

En Turbo también hay varados

Pero en este mundo en el que todo lo mueve la plata, hasta el drama humano de la migración se ve estimulado por la ley de la oferta y la demanda. A raíz de la subida injustificada de precios en Necoclí, se abrió una ruta alterna que sale de Turbo hacia Acandí y que solo cobra $165.000.

Para alguien que no conozca la zona, la mejor forma de llegar al Puerto de Turbo es seguir la serie de casas que montan reventa de elementos esenciales para los migrantes: agua, carpas, colchonetas, botas aparecen en los frontis, marcando el camino al terminal marítimo “¡Pregunte por lo que no haiga!”, grita un vendedor.

Luego, las casas son reemplazadas por los cambuches en los que duermen los migrantes más humildes en inmediaciones del puerto, a la espera de que ajusten el dinero para cruzar. Sí, Turbo es más barato, pero no hace diferencia para quien no tiene un duro en el bolsillo.

“El asunto es así. Si usted sale desde Necoclí le pueden cobrar $350 dólares para llegar hasta Panamá. En cambio desde aquí a la gente se le cobran máximo $250 dólares hasta el cruce de la frontera. O sea que es un ahorro de casi $100 dólares. ¿Usted sabe que son $100 dólares pa’ esta gente?”, explica un hombre que traslada migrantes en Turbo, aclarando que él no es ningún “coyote”, pues el término le resulta ofensivo. Pero también dice que la reducción en la tarifa es porque a Turbo llegan los que esperan cruzar el Darién “sin guía”. Esa es la letra menuda del contrato.

Desde las 5:30 a.m., el puerto de Turbo se vuelve un enjambre humano de actividad frenética. Los que duermen en sus inmediaciones esperan ese día poder embarcarse en uno de los 20 viajes que hacen los barcos (que son capaces de mover entre 40 a 80 pasajeros cada uno). Otros, los más pudientes, llegan directo desde Medellín o desde algún hotel vecino. Se les ve menos trajinados incluso con mascotas a bordo. Un delicado perro Shih Tzu luce confundido mientras su ama, de decoradas uñas salidas de un spa, trata de calmarlo.

Allí se encuentra doña Gloria Acevedo, la matrona que dirige Multiservicios Caliche, lista para atender a su clientela. Allí también se encuentran las carpas, las botas y los enlatados para que los migrantes puedan abastecerse antes de zarpar hacia el temido cruce del Darién.

Sin embargo, la queja de algunos trabajadores de la terminal marítima es que las ventas se están reduciendo pues los revendedores venden más barato aunque no sean los productos de la misma calidad que ellos tienen en sus negocios que sí pagan impuestos.

A diferencia de Necoclí, el embarque en Turbo es más ordenado y más seguro aunque la presencia de la Alcaldía es también nula. Las lanchas solo zarpan una vez los funcionarios de Migración y de la Dirección Marítima dan el visto bueno. Tal vez eso hace que muchos migrantes tomen el que será el viaje más duro de sus vidas como si de un paseo se tratara. Hay quienes bromean y graban videos antes del zarpe. “Pobrecitos, van engañados y no saben lo que les espera. Allá van a saber por qué se llama así la Loma de la Llorona”, se lamenta un viejo marino que en su juventud estuvo por la zona.

Algunos lucen nerviosos, llevan figuras religiosas y una que otra vez se ve una imagen del “santo” venezolano José Gregorio Hernández mientras su portador se santigua y hace una oración. Uno de ellos es Misael, viene caminando desde La Guaira en Venezuela, esperanzado en llegar a Estados Unidos en donde tiene unos conocidos. Cada pregunta la contrapregunta con un “¿y la cosa está muy brava por allá?”. Al ser llamado a abordar, una señora nota su nerviosismo. “Pasa, mi amor”, le comenta para calmarlo un poco.

Ese día, como los demás, se espera que zarpen entre 500 y 1.000 personas. “Pero de dónde diablos sale tanta gente, por Dios? ¡Es que ese país se va a quedar vacío o qué!”, le comenta un lanchero a su capitán. “¿Por allá si habrá tantos puestos de lavaplatos para toda esta gente?”, replica el marinero.

Pero no todos se van, pues en Turbo se está repitiendo el mismo fenómeno de varados. Según el último censo hecho por la Alcaldía, hay 660 familias que quedaron atrapadas en el municipio. De estos 168 son niños. “Turbo es solidario, y acá les ayudamos al menos con la alimentación. Pero aún así hay gente con hasta cuatro meses de permanencia. Una persona en tránsito puede durar tres a cinco días, pero una familia que ya lleva tres meses acá es muy complejo que salga pronto”, explicó la alcaldesa (e) Paola Rodríguez.

El asunto no es menor, pues si bien las cuentas revelan que cada día llegan 200 migrantes a Turbo y salen 800, la caja no cuadra. “Lo que pasa es que los 200 son los que llegan legalmente al municipio en transporte público. Pero no se cuentan lo que vienen muleando, los que vienen a pie, o los que mueven los coyotes. O sea que el subregistro puede ser mayor”, contó Rodríguez.

Sobre la falta de atención la alcaldesa admitió las falencias más que justificadas en la falta de recursos del territorio que incluso hace que a los servidores locales les adeuden más de seis meses de sueldo. “Solo tengo dos comisarios de familia para atender a todo el municipio. No tenemos recursos para nosotros ahora para atender migrantes...”. Otro funcionario que prefirió el anonimato también reveló que, salvo la atención básica a migrantes en el hospital, los apoyos de la Gobernación y la Nación tampoco se han hecho ver hasta el momento.

De acuerdo con las autoridades de Turbo los migrantes más pobres entre los pobres buscan refugiarse en la placa deportiva de La Bombonera o en el sector de la Fábrica. En La Bombonera los juegos infantiles se volvieron tendederos y las bases para ranchos de trapos. Los niños se las arreglan para jugar allí sin importunar mucho a los migrantes mientras que los pequeños migrantes se entretienen inocentemente con lo que pueden, así sea cuidando de ellos mismos.

Los habitantes del barrio observan a los migrantes con curiosidad y compasión. Pero también hay miradas duras y gente que cuenta las horas para que estos se vayan pues dicen que allí llegó lo peor que Nicolás Maduro pudo enviarles.

Migrantes cocinan en las playas de Urabá. FOTO<b> Camilo Suárez</b>
Migrantes cocinan en las playas de Urabá. FOTO Camilo Suárez

“A estos les decimos ‘chirretes’ y mentiras no son: uno los ve drogados, son desordenados y esperan que les den todo. Mandan a los niños y a las mujeres a pedir”, señaló un turbeño.

En La Bombonera se encuentra Ronald Sánchez quien ya perdió la cuenta de cuántos días lleva “viviendo en la calle”. Habla cansado, despacio como saliendo de un sueño. Lo poco que dice es que él y los demás trabajan vendiendo bolsas y dulces, y reciclando. La idea es conseguir lo suficiente para él, Jackeline y sus cinco niños. “Ella no es mi pareja ni nada, pero ¿cómo la voy a dejar acá tirada?”, contestó.

Otro coterráneo suyo es Yénderson González, quien es más animado. Cuenta que vino “muleando”. En un viaje que dice que no se lo desea ni a su peor enemigo. “Ayer hicimos el intento de abordar la lancha, teníamos la plata de mi pareja y la mía pero de la niña no. Entonces nos tocó bajarnos. Los coyotes son despiadados”, se lamentó.

Otra mujer, desnutrida y con tatuajes de mala factura, se queja. Dice que en La Bombonera no se puede dormir pues al que se descuida le roban las cosas. También reclama por las promesas incumplidas de la Alcaldía.

“A la gente turbeña le debemos todo. Han sido muy caritativos, aunque no falta el que quiere hacernos mal. Pero el alcalde nos prometió un tanque de agua y nada, antes nos está quitando la luz del coliseo y está el rumor de que debemos desalojar el próximo 18 de septiembre. ¡Cuándo será que nos llega una bendición para poder irnos tranquilos!”, agregó justo cuando un ataque de tos la interrumpió La última escena vista en La Bombonera fue la de un hombre “repartiéndole” el desayuno a los que tal vez serían sus hijos. Los pequeños, filados, iban tomando de a un sorbo de agua con leche cada uno, ni siquiera un tetero para saciar el hambre. Esa tal vez sea su comida de hoy. ¿Y la de mañana?, ¿y la de pasado mañana?.

Así es que transcurren sus días esta especie de “Ulises” modernos de la que tal vez sea la más grande migración en la historia reciente. Unos “Ulises” que ojalá no se tengan que quedar atrapados en el Urabá los 20 años que el rey de Ítaca tuvo que padecer hasta que los dioses lo dejaron llegar a su destino.

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