El médico colombiano Óscar Bernal acaba de demostrar que sigue siendo válido el dicho de que la plata no lo es todo en la vida. Días atrás se debatía entre continuar como consultor del Banco Mundial o aceptar la propuesta de una multinacional de trabajar de su lado. Pues resulta que no eligió ninguna de las dos, sino otra opción en la que ganará mucho menos dinero que en esas entidades que se lo disputaban.
El viernes pasado lo eligieron en Tokio, Japón, como uno de los doce miembros del Consejo Internacional de Médicos Sin Fronteras (MSF), una de las organizaciones humanitarias con mayor reconocimiento global.
Esa decisión suya probablemente pondría a revolcarse en la tumba a algún ancestro antioqueño de espíritu negociante, aunque es todo un honor para él y de paso para el país, porque además es el primer latinoamericano que ocupa una silla en el órgano que toma las decisiones sobre el presupuesto y el trabajo de 63.000 integrantes en 70 países.
“Ese Consejo es el que define hacia dónde va la institución y qué cambios hacer. Es el ente rector, entonces hacer parte de ese equipo es un gran reto, pero al mismo tiempo un gran honor”, expresa Bernal.
Explica que dos consejeros culminaban su periodo de tres años y era necesario reemplazarlos aprovechando la asamblea de las 27 asociaciones del movimiento que se celebraba en la capital nipona.
La asociación de América Latina lo postuló porque consideró que el galeno oriundo del Oriente antioqueño contaba con la experiencia y reunía el exigente listado de requisitos. Pasó infinidad de filtros e hizo exposiciones en los cuales se medía el grado de conocimiento y la opinión de cada uno de los aspirantes sobre temas de interés institucional, y quedó entre cinco finalistas, siendo los otros de Europa, Canadá e India, zonas que han tenido más representación en MSF.
El momento crucial era la asamblea del miércoles, jueves y viernes pasados, en la que cada una de las asociaciones tenía dos votos.
“Creo que pesó el hecho de que buscaban tener representación de regiones que no la han tenido. Se necesitaba sangre nueva y dinamizar y actualizar el equipo”, dice, evitando mencionar sus merecimientos.
Aparte de su pregrado de base, Bernal, de 60 años, es magíster en salud pública de la Tulane University School of Public Health y en Planificación y dirección de programas sociales en la Universidad de Coruña, con doctorado además en Salud Pública e Investigación Biomédica de la U. Autónoma de Barcelona.
El perfil inscrito en el portal del Ministerio de Ciencias parece interminable por la cantidad de cargos, así como de estudios y proyectos que ha dirigido, las ponencias y publicaciones. Se destacan 32 artículos en revistas especializadas, cuatro libros propios y siete en los cuales es coautor con la escritura de capítulos.
Bernal domina el español, inglés y francés y se defiende en portugués, camboyano y ruso. Desde 2009 es docente de la Universidad de los Andes y ascendió a profesor titular en 2018. Ha estado además en otros centros de educación superior del país y el extranjero, a la par con su papel de consultor sobre asuntos relativos a la atención primaria en salud, sistemas de salud, emergencias, epidemias, enfermedades desatendidas, conflicto y migración.
La relación laboral más larga ha sido con Médicos Sin Fronteras. Allí ha estado, aunque de manera intermitente, desde 1995, donde quiera que haya guerras o epidemias, y coordinando proyectos para mejorar el acceso a la salud y los medicamentos.
El cuño social
Para entender las motivaciones de Óscar Bernal al dejarse seducir más por los ideales que por la plata, hay que adentrarse en una historia que remite al municipio de La Ceja, donde abundan los Bernal. Unos son los del tronco del reconocido pianista, organista, compositor y director de orquesta Manuel J. Bernal. Los hay también finqueros y entre los negociantes estaba don Guillermo, dueño de la cacharrería El Regalo y que tuvo 10 hijos —seis mujeres y cuatro hombres—, todos profesionales. Óscar fue el séptimo. Diana, la menor, comunicadora social y profesora universitaria, cuenta con orgullo que en el local de su padre se vendió el primer televisor del pueblo, a principios de la década de 1960, alrededor del cual la gente se aglomeró para ver la transmisión de la visita del papa Pablo VI.
Era un negocio próspero, pero se volvió imperante trasladarse a Medellín cuando las tres mayores, Fabiola, Margarita y Marta entraron a la universidad a estudiar sociología, ciencias sociales y enfermería, respectivamente. De ahí en adelante el sustento vino del almacén de zapatos Boney, que perduró en las manos de la familia casi hasta el final de la existencia del patriarca.
Todos los hijos e hijas fueron alumnos aplicados y sobre todo muy interesados por los temas sociales. Óscar, muy precoz, iba con sus hermanas a reuniones y marchas; a sus 11 años dirigió un periódico sindical. Posteriormente alfabetizó en barrios marginales.
Tras culminar el bachillerato, pasó a ingeniería civil en la Universidad Nacional y a Medicina en la Universidad de Antioquia, y su interés lo ganó la segunda por involucrar un mayor contacto humano. El entusiasmo se esfumó con los seis meses que le tocó pasar disecando cuerpos en el anfiteatro, como parte del aprendizaje básico de anatomía y fisiología, pero luego se le reavivó, en octavo semestre, cuando tuvo entre sus profesores a Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur.
“Héctor Abad era un líder en temas de salud pública a nivel mundial y uno aprendía de su experiencia escuchándolo en clases, pero además era una persona muy accesible. Con Leonardo hicimos prácticas en barrios marginales, tuvimos un contacto más directo con poblaciones pobres; fue una gran enseñanza que me dejó marcado, como me marcó después el asesinato de ambos”, dice Bernal.
El galeno asegura que la medicina fue un camino para mantener la dinámica de trabajo social y más específicamente la rama de la salud pública ha sido la línea de conexión con áreas como la antropología o la comunicación, que siempre le han interesado porque complementan a las ciencias de la salud a la hora de resolver los problemas y las necesidades de las personas.
En épocas de adolescente, en las tertulias familiares —esas que todavía hacen los Bernal por lo menos una vez al año, no importa desde cuál recodo del planeta tengan que acudir— Óscar repetía sin cesar que quería cambiar el mundo, y doña Margarita Acevedo, una mamá de sabiduría avanzada para el tiempo y el lugar que le tocó en la vida, le ripostaba que debía llegar arriba, porque cambiar el mundo desde arriba era más fácil que hacerlo estando abajo.
Hoy él la recuerda y dice que espera que el cargo que asume en el Consejo Rector de Médicos Sin Fronteras le permita operar transformaciones necesarias para el futuro de la organización y que le facilite el acceso a foros globales donde pueda incidir en mejorar el mundo. Un sueño al que no renunció con los años.