Basura, cruces de madera, fotos y mensajes azotados por la lluvia, es lo que queda en el cerro donde se estrelló el vuelo 2933 de Lamia hace dos años, en La Unión, Antioquia.
La vegetación volvió a surgir sobre la estela donde el avión se fue despedazando y cobró la vida de 71 personas entre tripulación, periodistas y miembros del club de fútbol Chapecoense, en un viaje que no vio puerto y provenía de Santa Cruz de La Sierra, Bolivia, para disputar el partido final de la Copa Sudamericana con Atlético Nacional.
El camino, que es una trocha casi intransitable, fue abierto por los organismos de socorro en medio de cultivos campesinos de la vereda Pantalio para llegar hasta el lugar donde, sin saberlo, la noche del 28 de noviembre de 2016, entre los restos de la aeronave aparecieron seis sobrevivientes.
Desde entonces son muy pocas las acciones que se adelantaron para rendir homenaje a las víctimas. Las partes del avión fueron extraídas para la investigación que determinó las causas del accidente (falta de combustible) y muchas otras quedaron en manos de habitantes del pueblo o visitantes que las tomaron como recuerdo.
El 15 de diciembre del año pasado, el Concejo de La Unión aprobó cambiar el nombre del cerro Gordo, que pasó a llamarse Chapecó, pero en palabras del presidente de esta corporación, Diego Tibaquira, aparte de afectar el Plan de Ordenamiento Territorial para que en el sitio de la tragedia se haga un monumento (que aún no se construye), no existen más iniciativas relacionadas con el tema.
Los fragmentos
Durante el recorrido hecho por EL COLOMBIANO para llegar al lugar donde ocurrió el siniestro encontramos un par de casas que conservan pedazos del avión.
En la finca de Albeiro Valencia está el tren de aterrizaje y un balón, obsequios de las autoridades por su colaboración en la recuperación de las partes de la aeronave; asimismo, Germán López conserva y exhibe en su vivienda una ventanilla del Avro RJ85.
Por allí pasaban, tras el accidente, un centenar de visitantes que se detenían a mirar los fragmentos rescatados, pero que según la esposa de Valencia, Luz Graciela Ocampo, si hoy pasan 20 personas es raro.
Una casa en el casco urbano, al costado occidental del parque principal, se había convertido en un museo lleno de piezas —entre ropa de los jugadores fallecidos, fotos, una silla del avión y otros objetos— que, administrado por la Corporación Binacional de Hermandad La Unión Chapecó, buscaba rescatar la memoria y rendir homenaje a quienes perdieron la vida.
Este sitio quedó reducido a un pequeño rincón en lo que ahora es el Café Del Carajo, que permitió acomodar lo poco que alcanzó en un cuarto al fondo del local. Uno de los socios del proyecto, Marcos Vallejo, explicó que los gastos del arriendo hicieron insostenible mantener el sitio como estaba y no recibieron apoyo por parte del Municipio.
En el parque, el Club Atlético Nacional instaló una placa conmemorativa, hace exactamente un año, y el Cuerpo de Bomberos tiene algunas latas y piezas mecánicas del avión de Chapecoense.
Su comandante, Arquímedes Mejía, expresó que sueña con lograr que en el lote donde está el organismo quede un espacio reservado para un museo del accidente donde la gente pueda entregar voluntariamente lo que tienen en sus casas y acompañarlo por lo que ellos mismos conservan.
Las promesas rotas
La sensación que queda es que nadie se hace cargo del prometido monumento en el lugar del accidente, y la administración municipal parece haber minimizado la conmemoración de la tragedia.
Fuentes del Concejo local le manifestaron a EL COLOMBIANO que existe una disputa entre el alcalde Hugo Botero y los miembros de la corporación que lidera el proyecto del museo y el monumento. El tira y afloje, de carácter político, sería la razón por la cual el Municipio no participa activamente en las iniciativas de memoria del accidente.
Indagando en el pueblo confirmamos que, a las 6:00 p.m. de hoy, la Alcaldía organizó una marcha con motivo de los dos años del siniestro, pero no hay vinculación de la administración en la programación que tiene la corporación: una misa en el cerro a las 2:00 p.m., un informe de gestión en el café donde está el museo a las 7:00 p.m., y otra misa en la capilla del parque a las 8:00 p.m.
En el palacio municipal las puertas estuvieron cerradas el lunes pasado, y tampoco hubo fortuna con las llamadas y los mensajes que le dejamos al alcalde para hablar del tema.
Una de las rescatistas durante la atención del accidente fue María Teresa Mejía, quien en 2016 tenía solo 19 años. Para ella la falta de diligencia a la hora de poner en marcha los proyectos perjudica a la comunidad, que cuando recibe visitantes que llegan a conocer el cerro solo se encuentran con un lote vacío con algunas cruces y poca información del suceso trágico.
Vallejo reveló que desde la corporación han buscado recursos en otros lados, como en Manizales, para comprar el terreno en el cerro Chapecó. Señaló que los costos del predio fueron inflados a raíz del accidente (sin dar detalles sobre el valor), pero no han parado en la intención de conseguirlo.
Hay una voz unánime en La Unión: que las autoridades estuvieron presentes mientras duró la curiosidad, pero cuando bajó la efervescencia, el boom mediático, hasta la Gobernación de Antioquia, que prometió vincularse a la construcción del monumento y el arreglo de la vía de acceso, desapareció como muchos de los restos del vuelo 2933.
71
personas perdieron la vida tras el accidente del vuelo 2933 de Lamia.