Cuando las encuentran las esconden en sus casas a la espera de revenderlas o de que llegue el dueño y les ofrezca una recompensa por haber recuperado “esa mercancía”. Según investigadores de la Policía, a veces les pagan hasta 1.500.000 pesos por kilo recuperado siempre y cuando esté seco. Mojado cuesta la mitad. “Por eso es común ver como en estas casas aumentó la compra de hornos microondas, todo para secar la coca”, dice el investigador.
En Juradó, Marcela es una profesora que en sus clases intenta darles esperanza a los alumnos. Dice que la falta de oportunidades ha llevado a Argemiro y a sus amigos de colegio a pasarse días enteros mar adentro, soñando toparse un cargamento de coca que “les arregle la vida”.
Como no hay fuentes de empleo formales en el municipio ni tantas oportunidades de educación, muchos de los jóvenes lo que hacen es que se dedican al narcotráfico
dice Marcela, maestra en Juradó.
La maestra se lamenta porque en 2019, de 43 estudiantes que salieron de la escuela secundaria solo cinco se fueron a estudiar a alguna universidad, el resto, pasan las tardes frente a la playa a la espera de ver emerger la coca del mar.
Lo más triste, agrega la docente, “es que hemos tenido muchos casos de jóvenes que salen a comprarla o a cogerla y desaparecen. Algunos seguramente saldrán en faenas de pesca y se encontrarán con gente que tiene que ver con el negocio y son inocentes, pero hay muchos que sí están vinculados con el narcotráfico”.
Uno de esos jóvenes es Pacho. El 3 de julio de 2013 salió a cobrar una coca que devolvió a los narcos, y no regresó a casa. En su cuarto en Bahía Solano, su madre aún guarda las camisas del colegio y uno de los cuadernos que dejó cuando desertó de la escuela.
“Puse la denuncia en la Fiscalía, pero no me dieron respuesta. Llevo más de siete años preguntando para que me ayuden a encontrarlo”, cuenta Mariela, su madre. Aunque la mujer asevera que su hijo no tuvo nada que ver con la pesca de la coca, otras son las versiones en el pueblo. Dicen que Pacho se encontró una droga y entregó parte de ella, la otra la vendió a un mejor postor, que le pagó 2.500.000 pesos por kilo.
Ha pasado que el que se guarda la droga lo buscan y a veces hasta lo torturan. Conozco un caso que el pelao se guardó una panela y le cortaron un dedo para que dijera que había hecho esa droga
dice un habitante de Juradó.
Por ahora ese no es el caso de Argemiro. Después de internarse por siete horas en el océano y regresar con la espalda casi en llagas quemada por el sol, se sintió el rey de Juradó. En las redes de pesca trajo 16 kilos de cocaína que le representarían 24 millones de pesos, suficientes para no pagar la deuda con su vida.
Al llegar a la playa pasó por entre los pescadores como si aún estuviera sobre las olas. Se bajó con una amplia sonrisa y con el bulto de coca en la espalda. Había salvado su vida y eso le daba ese halo de satisfacción, casi de ironía por haber burlado a la muerte. La salvó, por lo menos, hasta otro juego de cartas en el que apostará el dinero que le dan las panelas de coca que de vez en cuando brotan como un milagro de las aguas del mar.