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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

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Malestar y rutina

Valeria Mira | Publicado

Como todas las ideas, la idea de bienestar es mutable. Cambia a lo largo de la vida y ha cambiado a lo largo de la historia. Como todas las ideas, se construye a partir de la experiencia: es moldeada por la exposición a imágenes y discursos.

Una mujer se despierta a las cinco de la mañana, camina hasta su cuarto de baño ataviada con un gorro de seda que cubre los rizadores que se puso la noche anterior. La piel de su cara está cubierta de adhesivos de silicona, parches de colágeno o de cualquier cosa que le prometa una piel luminosa y joven. Frente al espejo se va arrancando las capas que se puso encima antes de dormir para despertar hecha una diosa. En Instagram a esta rutina le dicen morning shed. Esta muda de piel mañanera es un monumento al consumo excesivo asociado al bienestar que se impone en las redes sociales y que hace que el mercado del wellness reporte billones de dólares cada año y no pare de crecer.

Después de despojarse de la indumentaria nocturna, que en ocasiones incluye cinturones empapados en aceite de ricino, medias de compresión y cintas para mantener la mandíbula cerrada, la mujer va a la cocina y de una de las alacenas saca varios frascos de suplementos nutricionales. Se traga uno tras otro mientras su voz en off describe los beneficios del magnesio, el omega 3, la vitamina D y el caldo orgánico de huesos. Son las seis menos cuarto y ya con su outfit deportivo la protagonista de este reel empieza su sesión de pilates. Luego la vemos salir de una ducha humeante, envuelta en una bata y con una toalla especial para evitar el frizz en el pelo. Serum, hidratante, bloqueador solar, fluido anti imperfecciones, rubor en barra, iluminador, rímel, brillo labial. El resultado del maquillaje es impresionante: parece que no se hubiera echado nada. Ya vestida y con el pelo seco, vuelve a la cocina y llena un termo gigante con alguna bebida “funcional”. Son las siete y media de la mañana y ella termina su rutina justo a tiempo para encerrarse diez horas en una oficina.

Estas imágenes moldean la idea del bienestar con dos efectos perversos: asociarlo con el consumo y confundirlo con la productividad. Estaremos mejor en la medida en que tengamos todos los aditamentos que nos venden para estar bien. “No sabía que lo necesitaba”, el eslogan de la cadena de tiendas de baratijas plásticas, es la síntesis de la asimilación consumo-bienestar. Estaremos mejor si nuestro día es una lista de cosas por hacer y si la asumimos con una disciplina militar para completarla antes de ir a la cama. Estaremos mejor si, mientras dormimos, “aprovechamos el tiempo” para que los “productos de belleza” actúen.

El mercado se nutre de nuestro deseo genuino de vivir bien y nos presenta una trampa: ¿La insatisfacción proviene de no tener lo que nos ofrecen o del ritmo que se nos impone para poder comprarlo? Preguntarse por el origen del malestar es fundamental para construir una idea de bienestar alternativa. Una jornada laboral compatible con la vida, transporte público digno, una comunidad activa, una red de cuidado amplia y un comercio más justo. Estas cosas no se pueden comprar en línea, pero eso no significa que no podamos pensar en la forma de obtenerlas.

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