Esta es una abeja nativa: nannotrigona, paratrigona... los expertos no pueden determinar muy bien pese a la buena resolución. Para lograr los detalles —los ojos de alien, los vellos sobre la piel nacarada, las antenas como resortes, las esporas amarillas— hay que acercarse con un lente macro, pero también con cautela, como si ese fuera un animal herido que ante el más mínimo temblor cercano se lanzará a defenderse hasta la muerte. Son insectos laboriosos —hay veinte mil especies en el mundo y desaparecen con rapidez— miremos este con atención: copula con ansia en la flor, la envuelve con las patas, abraza el pequeño tallo como si de eso dependiera —depende— el planeta, le inserta el pico precioso de dulzura. Es la foto de un amor: el amor por el sino: nacer para un único trabajo y defenderlo hasta la muerte. La muerte del aguijón. Recuerdo el inicio de La muerte del padre, del noruego Karl Ove Knausgard: “La vida es fácil para el corazón, late mientras puede”.
Por: Daniel Rivera Marín | Publicado
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