La foto es real —¿vieron cómo ahora todos abusan de la palabra “real”? Pero aquí es exacta—. La foto es real, no nos dejemos engañar por la luz que pega en la cabeza y en el plexo solar del hombre y que le otorgan a la pared y al pavimento una textura de cartel publicitario. Ese hombre existe con su manta, con sus tenis, con esa sudadera de tres rayas; ese hombre pasa el sueño o la traba acostado en los bajos de la estación Prado del Metro. La foto —de Edwin Bustamante— es real, existe. Pienso en Matadero Cinco, la novela de Kurt Vonnegut en la que se narra el cruento bombardeo a Dresde durante la Segunda Guerra Mundial; allí, el protagonista aprende de fuerzas extraterrestres que los seres humanos están encerrados en sus episodios eternamente: quien vivió un bombardeo permanece en él para siempre. Es una manera de decir que los traumas siempre regresan, nunca se van. Este hombre acostado en la calle, tapándose con una manta para que el frío no le hiele los huesos, está siempre allí —él y muchos otros—, vivirá para siempre en esos episodios de carencia, de desconsuelo, de abandono, de terror. ¿No hay un corazón que nos devuelva la esperanza, la misericordia, la bondad, el fuego secreto del abrazo? No.
Por: Daniel Rivera Marín | Publicado
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