A Ricardo Silva Romero los lectores le pidieron una continuación de Cómo perderlo todo, la novela que se cuenta en el peor año bisiesto que se encuentre en las bitácoras del universo, como se lee en la séptima línea de la primera página, y con la que él recibió el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2019.
Se lo dijeron a través de las redes sociales, que a él le recuerdan lo que pasaba con los escritores en el siglo XIX: los lectores se los encontraban en la calle y les preguntaban por los personajes, si iban a escribir otro libro, en qué estaban. Una relación muy cercana escritor-lector que se perdió en el siglo XX cuando a los autores, dice Ricardo, se les puso en un pedestal.
En cambio, en las redes sociales cualquiera le puede preguntar y se crea mucha confianza, la misma con la que le dijeron, básicamente, que tenía que hacer otro libro porque quizá 2020 era un bisiesto peor que 2016.
—Un montón de gente me dijo en Twitter, usted hizo Cómo perderlo todo sobre una especie de hipótesis, que 2016 fue el peor año bisiesto de la historia de la humanidad. La gente en Twitter, en Facebook, en Instagram me empezó a decir, “¿no le parece que 2020 es peor? Ya estamos todos encerrados, estamos agobiados, tenemos esta incertidumbre, esta zozobra, no sabemos en qué va a terminar, es justo hacer una novela que corrija esa hipótesis de 2016, o que al menos acepte que 2020 es tan grave”. Esto era como un chiste de redes y yo lo respondía con mucha alegría, porque es chévere la gente diciéndole a uno, “oiga, hágase otra novela, ¿qué pasará con el profesor Pizarro en 2020?”. Lo hace sentir a uno que hay una relación de amigos a partir de los libros.
Todo se terminó de armar cuando Claudia Fernández, profesora de Medellín, filósofa del lenguaje como el profesor Pizarro, el protagonista de Cómo perderlo todo, y muy seguidora de la novela y de Ricardo, finalmente sentenció: “Ya tocó hacer esta continuación, esta pandemia está muy larga, hay que hacer algo, el profesor Pizarro tiene que reaccionar”, recuerda el autor.
Además se le unió la periodista Catalina Baldric, que Ricardo conoce hace varios años, y él por seguirles el juego les dijo: “Hagan una encuesta o una petición en change.org, algo serio, porque esto así por frases sueltas no lo es”.
Ellas hicieron la encuesta, votaron trescientas setenta y pico personas y a Ricardo le pareció que los lectores se merecían esa novela que se publicó este año y que pone a competir a 2020 con 2016 en una historia que continúa: cuenta en qué está el profesor Pizarro en la pandemia, su esposa Clara, sus dos hijas, su amada nieta que justo nació en el libro anterior, y nuevos personajes que entran desde las primeras páginas.
—Yo le había dado vueltas al personaje, a Pizarro, y sí sentía que era posible ponerlo a funcionar en otras historias. Antes de eso solo había ensayado poner al protagonista de Autogol, que se llama Pepe Calderón, a funcionar en otra historia que tengo hecha en borrador y no la he ni corregido ni editado. El profesor Pizarro sí me daba vueltas y a mí me gusta mucho, como a cualquier cinéfilo o a cualquier hincha del fútbol, esa posibilidad de que la gente, los personajes tengan otros partidos qué jugar. Pizarro me parecía que tenía esa vocación.
—¿Cuál es esa vocación?
—De personaje que uno puede poner en diferentes situaciones porque además es un tipo con esa apariencia de caricatura y ese interior de personaje dramático: se viste todos los días igual, come lo mismo, tiene unas características muy definidas, muy particulares, muy claras, y es posible imaginárselo en diferentes situaciones. Ya cuando había ese resultado de esa encuesta y en plena pandemia que estábamos haciendo la lectura en voz alta de Historia Oficial del Amor, luego la de Cómo perderlo todo, luego la de Río Muerto, me puse a pensar que tenía esa idea con la que arranca la novela, la de un abusador que llega de colado a una fiesta en donde está una de las personas que acosó, y me pareció que tenía que pasar en esa casa de los Pizarro y que era muy posible que sucediera un 31 de diciembre porque ponía a los personajes a reaccionar a su manera. La hija más joven que es la que fue acosada reacciona con mucho temperamento, con mucha claridad de lo que debe pasar. La hija mayor que es otro temperamento reacciona con indignación, pero con ganas de que eso se acabe. Cada uno reacciona a su manera y detona las historias que vienen después.
—Y ya hay nuevos personajes allí
—Sí, presenta a la consuegra que es una escritora importante, América Triana, y al hijo que es un locutor de radio. Va presentando y creando nuevos personajes a partir de allí y que yo los tenía pensados para algo alguna vez, y pasó en Cómo vivir en vano, que esos personajes encontraron una crisis muy clara, en este caso la pandemia, y otro fenómeno muy impresionante de 2020 que es además colombiano, que fue la exacerbación de la violencia en unas cifras que habría que investigar, pero que creo son de las peores del mundo. Hubo más violencia doméstica, feminicidios por montones, masacres, asesinatos de líderes, de excombatientes. Se exacerbaron esas cifras, se redoblaron, y me pareció que eso era lo que tenían que vivir todos: entre esa pandemia y esa violencia.
Como jugar lleva
En Cómo vivir en vano vuelve a pasar lo que en la primera novela: todas las historias se van conectando y se van pasando como si estuvieran jugando lleva. Pizarro toca a Clara en la historia y el narrador se va con ella a ver cómo está, y ella a su vez toca a su hija Adelaida y la novela sigue girando sobre esta editora que habla de su nueva pareja y la historia continúa con él, que a su vez se encuentra alguien más, y así sucesivamente.
Esto pasa porque a Ricardo le interesa que los personajes tengan su momento, que así haya un narrador, cada uno tenga su oportunidad, su momento de ser la estrella. Un poco como en los dramas corales, muy frecuentes en la literatura del siglo XIX, que son como unos murales de personajes de todas las suertes en la sociedad, lo compara él.
—Quería de alguna manera combinar esos murales del siglo XIX con esas convicciones de las religiones, las filosofías y los esoterismos de que todos estamos conectados. Es particularmente a propósito y evidente en estas dos novelas que un personaje le lleva algo a otro, que se están tocando todas las vidas todo el tiempo, que se están modificando todos los personajes por los encuentros que tienen y que sin embargo hay una ceguera a esa realidad de que todos estamos conectados. Siempre hay una, o mucha gente, que conserva una vocación muy extraña a sentir que los demás no lo afectan ni lo tocan ni hacen parte de sus vidas. Hay una educación en el protagonismo que hace a la gente pensar que los demás son extras en su vida y eso se puede rastrear en lo que ha pasado con la novela desde el siglo XIX hasta hoy: en el siglo XIX había esos murales de personajes y cada personaje que aparecía tenía su oportunidad de ser importante, luego hay una especie de tendencia a girar sobre un protagonista, o un par de protagonistas que revelan la educación en el éxito, en alcanzar metas, en ganarles a los demás. Hay muchas historias que en el fondo son sobre ganarles a los otros y dejan una lección más bien decadente de que hay que prevalecer sobre los otros. Cada vez tengo más la tendencia a llenar las historias de gente que tenga la oportunidad de mostrarse como persona.
—Y después de escribir estas dos novelas, ¿cuál es entonces el peor bisiesto de la historia, 2016 o 2020?
—Pues ambos fueron muy brutales, pero el que abrió esta época es 2016. Abrió como una especie de caja de Pandora y salieron, o se hicieron evidentes un montón de males, por ejemplo el hecho de que nos toca reeducarnos porque vivimos entre las redes sociales y hay casi que hacer una nueva urbanidad de Carreño para los tiempos de las redes, reeducarnos en ese mundo que ha creado el pensamiento en manada, que le ha creado un altavoz a la violencia y al tiempo le ha dado un altavoz a cosas muy nobles.
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—Por ejemplo...
—Las redes han posibilitado esos talleres de escritura o esos clubes de lectura o esos grupos de gente afín que nos hacen sentir mucho menos solos. Hay cosas muy buenas, y 2016 abrió eso, dejó en evidencia que un político podía mentir y mentir y mentir y no pasaba absolutamente nada, había gente que denunciaba las mentiras, y él aumentaba su seguidores, avanzaba, ganaba las elecciones mintiendo. Eso ha seguido pasando desde 2016 con mucha claridad y mucha frecuencia. Las posverdades, las noticias falsas, todo eso me parece que en 2016 se notó.
—¿Y en 2020?
—En 2020 es otra cosa, quizás más honda, quizás más humana, y se da sobre todo lo que es un revés muy fuerte si uno le está haciendo barra a la humanidad, a la especie humana: se suponía que todos habíamos captado por fin que teníamos que servirles a los otros. La vocación de las lecturas en voz alta era esa, yo qué puedo hacer en este momento. Mucha gente salió con cosas muy conmovedoras, los músicos hacían miniconciertos desde su sala, los ilustradores hacían dibujos para aliviar a los demás, los poetas hacían poemas para compartir, la gente hizo lo que sabía hacer, pero los ricos se enriquecieron, los negociantes se sirvieron de ese momento, no hubo lo que parecía en un principio obvio y era que la gente tenía que compartir más el dinero, no quedarse con todo, sino ser más generoso. Eso no pasó. La gente volvió como arriada al mundo, enloquecida, estamos viviendo un momento vertiginoso en el que a la gente no le alcanza el tiempo y vive ahí ansiosa y hasta paranoica, es un regreso de la pandemia que ha sido muy fuerte y eso a mí me parecía interesante tenerlo en la novela.
—Que justo la escribió cuando volvía la “normalidad”
—La escribí cuando ya se veía que el regreso era decepcionante porque no se había entendido todo lo que había ahí en esa pandemia: la solidaridad, el llamado a replegarse, a cierto silencio, a cierta lentitud. No se entendió, me parece que había algo casi evolutivo, que nos estaba aconsejando vamos despacio, miremos con calma las cosas, reflexionemos más, privilegiemos la reflexión sobre la reacción, que es a lo que invitan las redes, a estar reaccionando por minuto, y todo eso era lo que podía uno haber aprendido de la pandemia, que es lo que los personajes de Cómo vivir en vano están viviendo. Me parece importante que se vea, para que se recuerde, porque parece como si 2020 hubiera sucedido hace un siglo, o porque nadie quiere pensar en eso porque fue duro, o porque todo el mundo está produciendo, trabajando, afanado, haciendo fiestas, o lo que sea. Es una incomodidad volver a esa época y leerla, y conocerla, y afrontarla, pero para eso son las novelas, para revivir incomodidades.
—En hay unas reflexiones importantes sobre el feminismo, los políticos, las marchas, la familia.
—Es cierto que las novelas no se escriben solo para escribirlas, sino que sostienen esa cosa de servicio, de reflexión o de ir un poquito más allá. Todo eso es muy importante porque las dos novelas empiezan a funcionar juntas, a ser de alguna manera una sola. La pasada era en 2016 y el Me Too empezó en 2017, entonces en Cómo perderlo todo eso no había pasado, y de alguna manera el profesor se salvó porque si su debacle sucedía no en 2016 sino en 2017, quizás hubiera encontrado más gente con más argumentos contra él. Aunque él, yo creo que es claro, es un hombre liberal y progresista, solo que de su tiempo, todavía tiene rastros de machismos evidentes y unas tradiciones a las que sigue respondiendo, y es un tipo más torpe porque pertenece a otra generación. Sin embargo, es un liberal al que le duele especialmente que no le reconozcan que ha vivido una vida de liberal, y eso en 2020 sí que va a tener ocasión para ser revisado: la hija va a reaccionar como reacciona, ya el problema va a ocurrir dentro de su familia. Antes su familia era su burbuja, ahora ya no hay burbuja y le toca responder incluso ante sus hijas que están más grandes, que han vivido ya el Me Too, que han reflexionado, le han revisado, releído el pasado con ese lente nuevo que es el de este feminismo nuevo, que ya no es nuevo porque lleva muchos años, pero para los personajes está sucediendo. Es otra ocasión para criticarse, para reflexionar, para investigarse a uno mismo, que el profesor poco a poco va asumiendo.
—Se viene otro bisiesto, 2024, ¿qué hará?
—Eso es muy bueno. Desde que oí que existía un dicho popular que es año bisiesto, año siniestro, uno debe estar preparado para que en los bisiestos pasen cosas extraordinarias. Usualmente las cosas, los reveses o los golpes suelen servir para entender cosas de uno mismo, de la vida, de la sociedad, nunca son años perdidos: 2016 y 2020 son muy importantes, muy enriquecedores si se quiere ser positivo, y 2024 va para allá, y estoy esperando qué podría suceder y si valdría la pena construir historias a partir de ese bisiesto. Ahora, es muy probable que no me quede toda la vida haciendo novelas sobre bisiestos, pero es cierto que hay algo quizás que uno tiene metido en el cerebro: dos novelas necesitan una extra, una especie de trilogía. No estoy seguro, no es algo que tenga claro, yo tengo unas ideas en un papelito y en ese papelito no está hacer una más. Sin embargo, Cómo vivir en vano quedó tan en punta, que es casi justo en algún momento regresar a esos personajes a ver en qué pueden quedar.
La lectora que hizo la encuesta: Claudia Fernández
Claudia cuenta que justo hace tres años comenzó el encierro por la pandemia y ella empezó a decirle a Ricardo que 2016 no era el peor año bisiesto de la historia: “Mire lo que está pasando”. Se necesitaba un Cómo perderlo volumen II o uno con ñapa y encima. Hasta que llegó la encuesta y los lectores dijeron que sí, que por favor, necesitaban una segunda novela para ver cómo el profesor Pizarro iba a actuar en la pandemia. Incluso una señora le preguntó a Ricardo que cómo iba a hacer un libro por encargo y él respondió que claro, que había que escuchar a los lectores, cuenta Claudia. En algún momento llegó la buena noticia: Ricardo le escribió que ya estaba todo listo. Por supuesto Claudia ya se lo leyó y tiene su conclusión: por lo del plebiscito del no, 2016 sigue siendo el peor bisiesto. Lo que más le gustó de Cómo vivir en vano son la carta que le envía Clara a su esposo Pizarro y la respuesta de Pizarro a ella. “Son hermosas, una cosa fascinante”. Ahora espera qué va pasar en 2024 a ver si ojalá hay historia para que Ricardo siga contando sobre ellos.