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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • El más reciente libro de Darío es Indagación con fantasmas. Fotos: Edwin Bustamante.
    El más reciente libro de Darío es Indagación con fantasmas. Fotos: Edwin Bustamante.
  • Ese fantasma que también es Darío Jaramillo
  • Ese fantasma que también es Darío Jaramillo
  • Ese fantasma que también es Darío Jaramillo

Ese fantasma que también es Darío Jaramillo

Una conversación con el escritor sobre su más reciente libro, Indagación sobre fantasmas, la escritura y los recuerdos.

Mónica Quintero Restrepo | Publicado

A Darío Jaramillo nunca se le ha aparecido ningún fantasma, y eso solo le ha traído una pregunta, que él llama paranoica y pone en el primer párrafo de su libro Indagación sobre los fantasmas: ¿qué le ven que lo omiten de tal manera? La obsesión por ellos lo llevó más de seis años a escribir. Leyó, los buscó, los escribió.

—Este libro sos vos con tus lecturas de fantasmas, un recorrido literario...

—En realidad lo estás definiendo exacto, es un collage. Hay una primera etapa de acopio de materiales donde simplemente iba reuniendo todos los textos, y una segunda en la que comienza la decantación y buscar las formas de agrupamiento. Así fue como encontré que lo que tenía que hacer era desde diferentes oficios. El principal, la literatura, pero por ejemplo cuando descubrí la cantidad de fantasmas que había habido en el siglo XI o XII, me di cuenta de que era porque se había inventado el purgatorio en ese siglo. La Iglesia dijo “hay un sitio que se llama purgatorio donde la gente tiene que hacer antesala para llegar al cielo”. Entonces quedé metido en la cosa religiosa y de la teología, así que a buscar que había por ahí. Con los filósofos también me pasó, que los filósofos usan mucho la palabra fantasma, pero no se refieren a los fantasmas, sino a la fantasmidad de las ideas o de las imágenes. De pronto empiezo a encontrar las cosas inverosímiles con ellos, como las cartas que escribe Spinoza a un amigo hablándole de que no existen los fantasmas o como la protesta que hace Kant contra Swedenborg, que empieza a hablar furioso, que uno no se imagina a Kant bravo, Kant era un señor muy decente, muy pueblerino. Y aquí se enfurece con Swedenborg, le parece un fantoche, lo detesta. Se me fue organizando por materias y luego ciertos nodos que hay de la época en que la literatura inglesa se dedica a escribir de fantasmas. En particular, muchas mujeres escritoras que escriben de fantasmas. Y luego ya la cosa geográfica, de que yo creía que el epicentro de los fantasmas, por el hecho de que la literatura de fantasmas obedece a una época, eran las islas británicas, cuando descubro el Japón, y el Japón es mucho más fantasmal o amigo de fantasmas que los mismos ingleses. Los fantasmas forman parte de la vida cotidiana del japonés. Toda esa indagación por la cultura se me volvió otro paquete para hacer.

P. 110. Definitivamente, el tipo podía hablar con el más allá, era nuestro fantasma en ultratumba. Así lo trata Kant con sarcasmo:

Por ello Swedenborg es el veradero oráculo de los espíritus, que son tan curiosos que contemplan en él los estados presentes del mundo, o lo que es lo mismo, contemplan en su memoria, como en un espejo, las maravillas del mundo.

Sigue Darío:

—Una cosa que yo iba a decir es que no necesariamente los fantasmas son almas de muertos. Para los japoneses hay fantasmas de cosas, una mesa fantasma, una casa fantasma. Los animales son fantasmas. Hay perros fantasmas. Hay caballos fantasmas, el caballo del jinete sin cabeza, pues no solamente el jinete es fantasma, sino también el caballo. En fin, y se va ampliando el espectro de las cosas, de los seres que son fantasmas, y que no son necesariamente humanos, y añadido a eso los fantasmas que son fantasmas y no son más que fantasmas, no fueron ninguna otra cosa antes, simplemente nacieron fantasmas y murieron fantasmas, sin ser fantasma de nadie.

Cuando Darío empezó a escribir Indagación con fantasmas, que se terminó de imprimir el 14 de marzo de 2022, y que él escribió en Bogotá desde el 17 de marzo de 2014 hasta el 10 de octubre de 2020, fue por una charla que le pidieron una vez y en esa exploración él sintió que los fantasmas, la literatura de fantasmas, estaban en extinción.

—La luz eléctrica cambió la noción de noche. Hay un libro muy bello que te lo recomiendo que se llama La Noche, de Al Alvarez, un autor inglés. El tipo hace una visión de la noche y cuenta cómo la noción cambió cuando comenzó el alumbrado público usando el gas como fuente en las ciudades inglesas. Cuando la noche pierde su oscuridad por efecto del alumbrado público, pierde su misterio, y comienzan los fantasmas que somos tímidos, a no aparecer porque necesitan esa cosa dubitativa de la penumbra, de soy o no soy. Eso fue un cambio radical. Y hay otro que es desde el punto de vista de la filosofía impuesta a la sociedad, que nuestro caso es el racionalismo. Lo que es racional es razonable, es aceptable. Por eso es que los científicos a veces se presentan como gente que está revelándole la verdad a la gente y quitándole las creencias falsas, entre ellas, según los científicos, las creencias en fantasmas.

—¿Y será que ahora hay otros fantasmas?

—Puede que sí. En una novela mía (Novela con fantasma), el fantasma habla es por teléfono, que es una novedad, la utilización de la tecnología por parte de los fantasmas. Van cambiando según los instrumentos que vamos encontrando.

—Algo que me llamó la atención es que varias veces cuentas lo de tu pierna amputada...

—Porque cuando a uno le cortan una pierna o algún miembro, una de las cosas que le dicen es que existe el dolor fantasma. No es ninguna mentira, es decir, estoy cortado aquí (señala la pierna debajo de la rodilla), y los miembros que transmitían mensajes del dedo gordo del pie siguen ahí transmitiendo mensajes del dedo gordo. Al principio, recién amputado, despertarse porque me rasca el tobillo y me mando la mano y no hay tobillo y me despierto asustado. Eso ocurre.

—¿Y todavía después de tantos años?

—Sí, pero hay remedios para eso. Hay un médico alternativo aquí que es Vega, muy famoso, que la explicación que me dio, no sé si la cuento en el libro, es que a “usted le cortaron la pierna, pero no le cortaron el aura de las piernas, entonces lo que hay que hacer es recoger el aura para que se adapte a la forma actual de su cuerpo”, y eso lo hacía con cristales. Yo no creía en eso. A mí me llevó una amiga y dije, bueno por amor a mi amiga, voy a ver qué. La verdad verdadera es que lo que hizo Vega fue mermar la intensidad de la sensación. No era tan angustioso, tan fuerte, pero sí lo sentía.

—Y también hablas con ella, se vuelve una pierna fantasma.

—Claro, claro, porque es a partir de algún testimonio sobre alguien que no tenía una pierna, entonces yo me pongo a jugar con que a lo mejor mi pierna sale de noche a dar su vueltica.

—Me reí mucho cuando decías que los fantasmas no meten la pata porque no tienen patas

—También digo que para pensar en otro hay que meterse en la piel del otro. ¿Cómo me meto en la piel de un fantasma si no tiene piel?

—Y también que no tener una pierna te hacía ya medio fantasma.

—Claro, claro, esta parte (se vuelve a señalar) ya es fantasmal.

Pág. 17. ¿Creen los fantasmas que los humanos no existimos o simplemente nos temen? En algún momento llegué a creer que los fantasmas no salen de día por temor a que los humanos los asusten. Además, llegué a creer que “cuando quiere intimidar a los fantasmitas, mamá fantasma los amenaza con una bestia bípeda de carne y hueso”.

—Darío, hablas varias veces en el libro de la posibilidad de ser otros. En algún momento decís “como el otro que soy escribió...”. ¿Qué tan importante es encontrarse con esos otros y dejarlos ser?

—Ni siquiera hay que esforzarse, ellos aparecen, y a todos nos pasa, no hablo de un privilegio que tengo, sino que es una cosa del ser humano. Todo el mundo me puede asentir en el hecho de que a veces ha respondido y se entera de la respuesta que está dando a medida que la da. Es decir que no la pensó. Mucha gente dice, contesté sin pensar porque definitivamente se enteran de lo que están pensando es cuando lo están diciendo. ¿Eso quién lo dicta? ¿Algún otro que también lo habita?

—Este libro lo terminaste en la pandemia. ¿Para qué le sirvió la pandemia?

—Para tratar de organizar todo. Me ayudó mucho el encierro. No cambié mucho de vida porque me mantengo encerrado, vivo casi sin salir a la calle, y lo que hicieron fue volver obligatoria la vida que para mí era voluntaria, pero sí me sirvió mucho y además porque comencé a oír de nuevo eso de que las calles fantasmas y se referían era a las calles vacías. Yo peleo con eso un poco pues, cuento tal vez una historia de Juan de Castellanos de la Bogotá del siglo XVII, en que un tipo se roba unas cosas de la catedral, los cálices y lo que hay de metales preciosos, y sale con su costalado de cosas de la catedral de Bogotá, que está a tres cuadras de la Jiménez con Séptima, él vivía ahí, y cuando llega con su robo a medianoche no encuentra la casa, se le desaparece. Así lo cuenta Rodríguez Freille, y la busca toda la noche y trata de hacerle trampa a ver si la encuentra por el otro lado, y no, la casa se le desaparece como un fantasma. Hasta que lo coge el miedo más grande del mundo y se va, deja el costalado de cosas en la puerta de la catedral, a ver si así encuentra la casa, y ahí la encuentra. Propongo a partir de ahí que ojalá eso nos pasara a todos, que cada vez que hacemos una maldad se nos desaparezca algo y entonces así nos toca aprendernos a comportar.

—Hay una frase que dice ¿creen los fantasmas que los humanos no existimos? Esa idea es bellísima...

—Yo a veces como hipótesis de por qué no se me aparecen los fantasmas, lo que pienso es en eso, que es tan absurda la vida humana, que los fantasmas deben pensar que somos una imaginación de ellos. Que los que no existimos somos nosotros y que somos más bien producto de la imaginación de algún fantasma. A mí me parece un punto a considerar seriamente.

—Y que nos pueden tener miedo también como nosotros a ellos...

—Si nos tenemos miedo entre nosotros, ¿cómo no van a tenernos miedo los fantasmas?

—También le interesan los mundos paralelos, ¿cómo es el Darío del mundo paralelo?

—Hay muchos mundos paralelos, es decir que hay muchos daríos. Más ahora, hay daríos femeninos, daríos masculinos, daríos viejos, daríos jóvenes, daríos niños, daríos animales, daríos gatos.

Ese fantasma que también es Darío Jaramillo

Para explicar cuándo empezó a escribir poesía, Darío cuenta una historia que le gusta mucho, porque tiene que ver con Alberto Aguirre, una persona muy importante en su vida. Tenía unos 13, 14, 15 años, no sabe cuánto, y Alberto tenía la librería Aguirre, donde Darío iba con mucha frecuencia y sus papás le habían abierto una cuenta para que si se antojaba de algún libro se lo entregaran. Él se instalaba, esculcaba y terminaba ayudándole a Aurita a pasar revistas de un sitio a otro. Un día del año 61, Alberto publicó las obras completas de León de Greiff, y le regaló uno. Darío no sabe por qué: él era un mocoso que no calificaba para entender a León de Greiff. Sin embargo, muy devoto se puso a leerlo y aunque no entendió un carajo, o bueno, unos poemas sí y otros no, empezó a escribir poesía.

—Lo que empecé haciendo fue imitaciones de León de Greiff, escribía poemas de León de Greiff copiándole el estilo, las extravagancias, todo. Ahí fue que descubrí que me servía hablar de mí mismo a mí mismo, y tratar de descubrirlo. La cosa empezó como por ahí, y a eso ayudaban otras dos cosas. Una era la verdadera devoción que tenía por Rafael Pombo, tenía el libro de los cuentos pintados de Pombo y para mí la idea de poesía inicial era esa. Lo otro, una cosa que siempre he tenido desde que era muy chiquitito, que me encantaba jugar con palabras, me encantan los trabalenguas, todos los juegos de palabras. Y juntando esas tres cosas comencé a escribir.

—Empezaste primero en poesía que en prosa...

—Sí, en prosa me daba trabajo a hacer las tareas del colegio, eso de qué hice en vacaciones, ese tipo de cretinadas que le ponían a uno. No era capaz de hacer eso. En cambio, los versos, jugando a ser León de Greiff, sí me salían.

—¿Cuándo entraste a la prosa?

—Ya mucho más grande. Para empezar, llevaba dos o tres libros de poemas cuando publiqué mi primera novela, se llama La muerte de Alec, que era sobre una cosa que me había sucedido estando en Estados Unidos y de lo que yo había tratado de escribir un poema y no había podido. Había tratado de escribir un cuento, y no había podido, y yo que era el lector de novelas me daba cuenta de que no era capaz de escribir una novela. No sabía hacer diálogos, no sabía hacer nada. Lo que sí había escrito mucho eran cartas, que esa época se acostumbraba mucho escribir cartas. La muerte de Alec es una carta realmente. Y ahí fue como llegué a la prosa.

—La siguiente, Cartas Cruzadas, también son cartas
—Llevaba dos novelas sin saber escribir un diálogo. No le contés a nadie.

—¿Y cómo aprendió?

—Me puse a aprender, me puse la tarea de escribir una novela que fuera con narrador omnisciente, con diálogos, con todas esas leyes generales de la novela del XIX, y ahí publiqué una que se llama Memorias de un hombre feliz. Ahí empecé a escribir diálogos.

—También es antologista, ha hecho varias antologías

─A mí me gusta mucho la historia y leer historia, y de pronto me di cuenta de que en Colombia había una nueva manera de hacer historia, que eran historiadores profesionales, no aficionados, no de señores que escribían la biografía de su abuelito y ya figuraban como historiadores, sino tipos formados como historiadores. Había un grupo que hoy en día ya son clásicos como Jaime Jaramillo Uribe, Jorge Orlando Melo, Álvaro Tirado. Cuando me di cuenta de eso, en esa época se estaba haciendo la biblioteca básica en Colcultura y le propuse a Juan Gustavo Cobo hacer una antología de textos de nuevos historiadores. Entonces la primera antología que yo hice se llama La nueva historia de Colombia y es de libros de historia. Después, trabajaba en el Banco de la República y estábamos en el asunto de conseguir que la gente se aficionara a leer, e hice una de lecturas amenas de autores colombianos. Eso condujo a que alguien me dijera por qué no hace una de poemas, e hice Poemáquinas, y he hecho muchas más, de autores, de crónicas. Hice una de poemas de amor que se llama Sentimentario... Es como volver libro lo que uno subraya, y me encanta ese oficio, le da cierto sentido a las lecturas.

—Es lo que hace con el newsletter de Gozar Leyendo, que es como mostrarnos qué lees.

—Mi sueño es llegar a hacer reseñas que sean solo citas de los libros. Lo que hago es eso, tratar de engachar lectores a un libro que me gustó, trato de escoger los mejores pedazos de los libros.

Pág. 7. Poemáquinas. Todos los niños saben lo esencial de la poesía. Lo que pasa es que, salvo unos pocos, los demás lo olvidan cuando crecen. Pero lo esencial es sabido. Cuando era niño, me salía del tiempo repitiendo interminablemente, por ejemplo, la palabra caravana, caravana, caravana. Tal vez sea este el ejemplo más primitivo del poder de las palabras... Un libro de poemas no se lee de pasta a pasta, de una o dos sentadas. Un libro de poemas se lee a saltos. Se abre al azar y se lee lentamente un poema.

—Encontré en Wikipedia que cuando vos empezaste a ser poeta dizque que eras irónico e intelectual, y que eso ha ido cambiando. ¿Qué pensás?

—Eso puede aludir a que para mí fue una revelación el conocimiento de la poesía de Nicanor Parra, de los antipoemas de Parra, porque la idea que había de poesía cuando estaba chiquito era una cosa solemne, de declamación de Berta Singerman que llegaba al teatro Junín y lo llenaba, y la señora vestida de largo hablaba inspirado. Detestaba esa idea de la poesía, que era la que le daban a uno en el colegio. La poesía como algo muy serio, muy formal, muy solemne, y yo no creía que fuera eso, pero no sabía muy bien qué era lo que creía hasta que me encuentro con los poemas de Parra, que es un tipo totalmente espontáneo, duro, irónico, y llegué a escribir poemas a lo Parra.

Ese fantasma que también es Darío Jaramillo

—Por qué estudiaste para ser abogado y economista, si ya estaba en vos la poesía...

—Porque una cosa es el oficio y otra las cosas inútiles que uno hace. Soy abogado y economista porque me quería ir de mi casa y aquí no se podía estudiar derecho y economía al mismo tiempo. Me inventé una cosa que no se pudiera estudiar aquí y mis padres me patrocinaron. Si hubiera sido honrado con lo que quería hacer sería ingeniero civil porque era muy bueno para matemáticas y cuando uno está en el colegio y es bueno matemáticas se supone que va a ser ingeniero, pero terminé estudiando derecho y economía que me han servido mucho para ganarme el pan, a pesar de que no soy vocacionalmente un abogado y hace un millón de años dejé de estudiar derecho y ya me derogaron todo lo que sabía.

.—¡Ingeniero civil!

—Por la pasión por las matemáticas, que me siguen gustando mucho. Ahora, la poesía no es una profesión, a pesar de que es uno de los oficios más absolutamente absorbentes que pueda haber. Pero no es una profesión. Ha habido poetas profesionales en determinadas culturas. El poeta de la corte, en ese tipo de cosas, o Pablo Neruda, pero en realidad no es una profesión, es como un estado del alma.

—¿Y la escritura es un oficio?

—Siempre me he considerado un aprendiz. Nunca me he puesto plazo para escribir cosas, porque como no depende mi economía, el tiempo que me tome está bien.

—También leí que quisiste ser futbolista

—Me encantaba jugar fútbol. No era ninguna maravilla, comparado con algunos de mis compañeros era realmente malo.

—¿Todavía te encanta el fútbol?

—Me encanta. Para verlo por televisión me encanta, claro que cada vez me gustan más otros deportes. Desde hace muchos años tengo verdadera pasión por ver béisbol por televisión. Adoro el béisbol, me parece el deporte más televisable de todos, es perfecto para eso. Lo que me pasa con el fútbol es que sigo viéndolo, pero el profesional no es el juego que jugaba cuando era niño. Cuando yo era un niño podíamos jugar yo solo contra mí mismo, o contra dos, y hacíamos la portería ancha. Las veces que jugué fútbol once contra once, un partido de 90 minutos, son mínimas si las comparo con los picados que jugué, con el deporte del fútbol adaptado a la necesidad del momento, del tamaño de la calle para hacer la cancha, la cantidad de gente que había para hacer el picado. Era otra cosa distinta de ese fútbol que dirige la Fifa que a mí me parece sosísimo.

—Vos toda la vida trabajaste, en un tema ligado a la cultura, pero a qué horas escribías porque era un trabajo arduo, de viajes.

—Mientras estuve en el Banco y cuando hacía novelas, lo que hacía es que llegaba el viernes a mi casa y me ponía la pijama y me la quitaba el lunes para salir a trabajar. Adoraba los puentes. A fin de año nunca pedía vacaciones, porque podía ir o no ir según lo que hubiera el 28 de diciembre, entonces ahí me pegaba unas encerradas deliciosas.

—¿En semana no escribías?

—Había veces en que por el acoso del tema, que llegaba el martes a hacer lo que tenía que hacer de escritura, pero fue siempre así, lo programaba en mis horas libres de trabajo.

—Y ahora que está jubilado qué

—Escribo más o menos al mismo ritmo. Hay épocas en las que no hago un carajo, y otras en las que me pongo a escribir.

—La poesía sí es cuando llegue...

—Cuando le da la reverenda... Si supiera, trataría de controlarlo, pero es completamente aleatoria. Me pasan meses sin escribir un solo verso.

—Por ejemplo, ¿los poemas de gatos no llegaron constantes? ¿O es por obsesiones?

—Sí, sí, es por obsesiones. El de gatos está documentado. Un día estoy en mi ventana y miró el cielo y veo un gato en forma de nube, que creo es el primer verso de ese libro. Y escribo ese poema de gato en forma de nube y sigo obsesionado por los gatos, estuve un año engatado.

Gatos

Nube en forma de gato:

gato que come lunas,

sigiloso carnívoro del cielo,

disfrazado de nube

o embozado en lo oscuro,

gato que devora estrellas.

agazapado, vigila las órbitas

Y las engulle en la noche,

gato que come lunas.

—Vos hablás mucho de ser aprendiz... aprendiz de poeta, aprendiz de fantasma

—Sí, porque en la escritura no existe la experiencia. Si existiera la experiencia, todos los escritores serían mejores a medida que van avanzando y eso no ocurre. Hay escritores que escriben una gran obra en cierto momento y después escriben pendejadas. Es decir, cada vez que se sienta uno a escribir, uno empieza de cero. A ver cómo logró volver letra escrita esta situación. Entonces tiene uno que aprender, y eso también le da una cierta distancia para pensar que a lo mejor algún día uno logra hacer algo más o menos bien hecho. Si se esfuerza en tener la mente abierta para seguir aprendiendo.

—Pero digamos que la forma, por ejemplo Indagación con fantasmas es un ensayo, vos has hecho ya varios ensayos.

¿Eso ya no da cierto conocimiento?

—No creo, sobre todo porque la clase de ensayos que yo he escrito, para hablar del término ensayo, son muy heterodoxos, aquí no llevo un orden cronológico, el tema salta de un lugar a otro, según el ritmo que yo le quiera dar a la cosa. En fin, cada tema va imponiendo una forma y para mí eso es muy importante, no que la forma determine el contenido, sino que el contenido que uno va desarrollando se vuelva, tenga una forma de su propia talla.

—Y el ensayo te gusta

—Me encanta. No es un ensayo sistemático ni con notas de pie de página que las odio. A mí me hubiera gustado poner ahí, todas las notas aquí son referencias bibliográficas, no hay ninguna explicación especial.

—Con Indagación sobre los fantasmas pensaba que un escritor es sus lecturas
—Sin duda. Borges decía que él primero que todo era un lector, no un escritor.

—En la pandemia mandabas una serenata por correo, qué es la música para vos, ¿compañía?

—Uno siempre se estaba preguntando cómo le estará yendo a este en la pandemia, entonces era un boletín de prensa de que estoy bien y aquí sigo escuchando mi música. A mí con la música me pasa que no sé nada, entonces para mí toda la música es misterio. No soy capaz de leer una nota, entonces a mí me llega como un placer absoluto inventado por Dios. Y toda la vida he adorado oír música, hasta un punto en que no puedo escribir con música, porque me roba la música. Necesito silencio. Si pongo un disco por ejemplo de Chopin para piano, y me pongo a escribir, la escritura se va al carajo, porque uno extasiado oyendo a Chopin.

—Y el arte, este año también salió el libro Cien tesoros del Museo de Arte Miguel Urrutia

—Este libro tiene un autor secreto que es Miguel Urrutia, el nombre del museo y que fue mi jefe en el Banco. Él me dijo usted por qué no se escoge sus cien cuadros favoritos y hace un libro con ellos. El resultado fue este, que efectivamente no son cien, son así más o menos, con la conciencia de que si mañana me toca hacer de nuevo ese ejercicio, seguramente van a hacer otros cien, o habrá unos que se repitan, pero fue todo un deleite porque a mí me tocó manejar esa colección y ver su crecimiento, y cuando me hicieron el encargo lo que hice fue meterme allá en esos depósitos a ver otra vez toda la colección. Fue como una inmersión de la cual saqué esta escogencia. Me dio mucho gusto hacerlo porque fue ver qué me decían los cuadros.

Ese fantasma que también es Darío Jaramillo

Darío escribe a mano, tiene muchos lápices y sacapuntas, y escribe con pluma, de esas que hay que meter en tinta. No borra, tacha, por eso no tiene borrador. Luego pasa al computador. Tiene una manía: las linternas.

—¿La poesía sí es útil? ¿La cultura es útil?

—Creo que sí, porque nos vuelve más civilizados. Inclusive nos vuelve respetuosos de gente que no queremos.

—¿Vas a escribir otra novela?

—Sí he escrito y además tengo por ahí cosas inéditas que algún día saldrán.

—¿Algún día? ¿Qué les falta?

—Que las publiquen. Lo que pasa es que tengo muy poco sentido de la propiedad en eso, y cuando termino la novela ya se acabó mi relación con ella. No pienso mucho si la voy a editar o no. Sí cuento desde hace más de 20 años con la fortuna de un editor que me conoce bien, que es Manuel Borrás, y Manuel llega a mi casa, por ejemplo, y me pregunta qué tengo por ahí o esculca, y hay libros que nunca pensé que se iban a volver libros y Manuel los volvió libros. Por ejemplo, un día le mostré el juego que hacía con las palabras, El Diccionadario, le mostré la libreta con todas las que había apuntado, y él se fue para su cuarto y lo leyó y lo oía reírse, y al otro día me dijo, esto hay que volverlo un libro. Me puso a transcribir, y él mismo tachó cosas. Yo tengo la distancia con la edición que se remedia con el hecho de tener un buen editor. Hace poquito cuando estaba investigando cosas para el libro de fantasmas, me puse a buscar qué más había escrito, y de pronto me encontré con una novela que se llama Las visitas del diablo, que tiene que ver con apariciones, una novela de 2003 que ni me acordaba que la había hecho. Y me puse a mirarla, y dije esto todavía tiene posibilidades de salvarse. Entonces, claro, vino Manuel a Bogotá, se la mostré, y algún día la vamos a hacer. Y ahí la tiene. Es una novela de hace 20 años. O lo que me pasó con esos cuenticos que leí en los Días del Libro (los que leerá al final de esta entrevista) es que se muere mi madre, yo vengo a tomar posesión de la casa, y veo un baúl con cosas mías de antes de yo irme a trabajar al Banco de la República (el de la pierna es del año 83, lo pude identificar porque hay una parte de esos cuentos que se publicaron en una revista Cromos del año 83).

—¿Qué sentís cuando leés eso de hace tanto tiempo?

—Lo primero es un sentimiento de extrañamiento, de que no me acordaba, esto lo escribió alguien que no soy yo. Luego cuando acepto que sí lo escribí yo, a ver qué es basura y qué no. Casi todo es basura.

—¿Cómo sabes eso?

—Por puro instinto. No sé. Esto no me gusta. En general, me pasa mucho.

—Después de escribir un libro sobre fantasmas, ¿qué fantasma querés ser?

—No, no me he preguntado eso nunca, pero por ejemplo ser el fantasma de un gato... o ser el ángel de la guarda de alguien, que no sea muy importante ni que se crea mucho. Una lavandera, de un minero no porque me aterraría estar entre una montaña, aun siendo fantasma. Una lavandera que lava a cielo abierto, oyendo el agua, sería bonito.

—Darío, y al final qué, si se te aparecieron fantasmas

—No, desgraciados.

Estos relatos son de los años 80. Darío los encontró en un baúl en su casa de Medellín. No los recordaba. Los desempolvó y aquí están.

Conflictos internos

Esta mañana se rebeló. Dice que no me acompaña. Que, adonde la lleve, tendrá que ser arrastrada. Se niega a acompañarme. Como no puede hablar, con el dedo gordo me hacía señas en morse. ¿Por qué tengo que ir siempre adonde usted me lleve?, me decía mi pierna derecha en un tono que, si no fuera morse, sería grito limpio.

Fue tal la sorpresa, que ésta no dejó lugar para el terror. El terror vino luego, lentamente; fue cuestión de un minuto. Y al minuto temblaba pensando que mi pierna derecha no forma parte de mí mismo, que ella tenía otro dueño, otro yo. Y que sabía morse hasta el punto de que tuve que decirle que trasmitiera más despacio, pues nunca he sido muy rápido en eso de punto raya punto.

—¿Tienes una conciencia aparte de la mía?, —le pregunté.

—La pregunta no es pertinente, punto. No me interesa la metafísica, punto. Pero acomodándome a tus términos, diría que sí .

—Y ¿por qué nunca me habías hablado?, —le repliqué.

—Sí te hablé. Pero crías que era un tic de mi dedo gordo, —me respondió.

No solamente tenía otro yo, sino que era mucho más sagaz que mi propio yo. Pero, ahora que lo pensaba, era probable que no solamente mi pierna tuviera su yo. Se lo pregunté:

—¿Algún otro órgano de mi cuerpo tiene su propia individualidad?

—Todos, estúpido.

Fue entonces cuando decidí quitarme la vida. Pero mi brazo derecho, rebelado, se niega a tomar el arma con el argumento de que él desea seguir viviendo.

Posibilidades desconocidas

Esto de las piezas de recambio nos tiene felices. Ahora somos una pareja perfecta. La cosa empezó cuando ya hubo expendio de todas las piezas del cuerpo humano. El ser que éramos nosotros compró un juego completo de piezas de recambio y armó dos seres mezclando al azar partes de su cuerpo con las recién compradas. Ahora somos dos. Una pareja perfecta, de acuerdo en todo, armónica.

El ser único original que fuimos nosotros había sido infeliz hasta cuando se duplicó. Su primer matrimonio le fracasó por las continuas peleas que tenía con su mujer. Después tuvo varios affaires por todos acabaron con más heridas que buenos recuerdos. Siempre le reclamaban a nuestro ser original que era muy narcisista: “no estamos de acuerdo sino en una cosa -le dijo la última de sus amantes- y esa cosa es que ambos estamos enamorados de ti”.

La frase, que había hecho llorar de la rabia a nuestro ser original, se convirtió en idea luminosa cuando vino el gran invento de las piezas de recambio. Armaría dos seres con partes de su amado cuerpo. Y ahora somos felices.

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