Ahí está Borges. El video es en color, pero no sé por qué se me antoja que él se ve en blanco y negro, como si estuviera condenado a estar siempre en una especie de pasado. Su traje gris, sus ojos apagados que ya no le sirven para nada —o no para leer, por lo menos—, esa voz cansada, difícil de seguir.
Es 1984. El entrevistador, Antonio Carrizo, quiere saber su opinión sobre otros autores. Pregunta por Quiroga, por Alfonsina Storni, por Gabriela Mistral. Borges mete a Neruda... Todos son poetas menores, dice o insinúa. A duras penas se salva Cortázar. O parece que se salva.
Me acordé de esa lista de anotaciones del mismo Jorge Luis Borges cuando fue jurado de un concurso de poesía organizado por el periódico La Nación, de Argentina, en 1963.
13) Perplejidad sintáctica
14) Mejor que otros pero insensato
15) Inepto y escolar
16) No
17) Tampoco
18) Autóctono y prescindible
19) Superior a los anteriores
20) Malo, malazo
21) Curiosa ortografía
22) Irresponsable rimador
23) Caótico
24) Patriótico, más ilógico
25) Ilustrado y pésimo
26) Preocupado con cabello, no logra el acierto
27) Inepto
28) Incoherente
29) Enérgico y tosco
30) Feble
31) Enfático y agrícola
32) Vana, entusiasta y ridícula
33) Misterioso y estúpido
34) Acaso atendible
Hay quien dice que el asunto es ficción o que esté falsamente atribuida a él (parece que la letra es de Bioy Casares). No está del todo mal, a fin de cuentas si hay alguien que cargue con apócrifos, ese es Borges. Desde ese lamentable “Instantes” que antes vendían en esquelas y ahora se reproduce sin pausa en internet (“Si pudiera vivir nuevamente mi vida /en la próxima trataría de cometer más errores...) hasta la anécdota sobre el prólogo que un cuentista salvadoreño Menéndez Leal escribió simulando ser Borges para engrandecer su libro de relatos.
Aquello que se creyó leyenda por muchos años la recogió Bioy en la biografía de su amigo que tituló “Borges”. El nicaragüense Sergio Ramírez armó todo el asunto en un artículo para La Nación, de Buenos Aires.

El manuscrito
Camino por el edificio Stephen A. Schwarzman más conocido por ser lo que es: la Biblioteca Pública de Nueva York, la de los leones en la entrada. Que nadie se llame a engaños, el nombre lo encontré en Internet.
La Biblioteca, desde septiembre de 2021, decidió exponer sus tesoros bajo el nombre de Exhibición Polonsky: apenas 250 objetos raros de entre los más 45 millones de —¿cosas será la palabra correcta?— que componen sus colecciones de investigación. En 126 años se pueden reunir un montón de elementos.
Una copia de la declaración de independencia de los Estados Unidos, una biblia de Gutenberg, una carta de Colón, las ilustraciones originales de “El mago de Oz”, los peluches originales que le regalaron a Christopher Robin Milne y que inspiraron a su padre, el escritor Alan Alexander Milne, para escribir “Winnie the Pooh”, un enorme grabado de un arco del triunfo creado por Durero... Y sin embargo es otra cosa en la que me detengo.
Un manuscrito de Borges hace parte de la exhibición. Se trata de “La lotería en Babilonia”, que primero apareció en la revista Sur, en 1941, y luego estaría incluido en el libro de cuentos “Ficciones”. El guion museográfico, sin embargo, dice que hace parte de “El jardín de los senderos que se bifurcan”.
Ambos asuntos son ciertos. No fue sino hasta 1944, cuando estuvieron listos los nueve cuentos que componen “Artificios”, que se publicó “Ficciones” con sus dos partes y sus dos prólogos.
Es un cuaderno curioso. O por lo menos a mí me lo parece. Cuadriculado. Grapado, las márgenes izquierda y superior son amplias y Borges las respetaba. No así con el borde inferior ni el derecho: escribía hasta donde se lo permitía la propia hoja. Creo que el cuaderno es más grande que el tamaño carta. Se me antoja más apropiado para sumar y restar que para escribir cuentos. Más el cuaderno de un contador que el de un escritor.

Está expuesto abierto por la mitad, dejando ver las grapas que unen el papel al cartón que lo protege. Dudo ahora si siempre fueron solo esas hojas o son apenas un fragmento debidamente estilizado para ser exhibido, un apéndice separado de su todo.
Lo escribió Borges dejando un renglón de por medio, para darle espacio a las futuras correcciones, supongo. Lo que se ve en la exhibición es la parte final del cuento. La letra es menuda, pero legible. Se puede leer el cuento que pudo ser y el cuento que finalmente fue. Saco el celular y disparo.
Busco imágenes de la exhibición en la página web de la biblioteca. Claro que está el artículo, con una foto más clara que la primera hoja del cuaderno. El título está fuera de las márgenes, subrayado tres veces. “Como todos los hombres de Babilonia, he sido alguna vez dictador; como todos, esclavo”, dice la versión tachada sobre la que se leen las decisiones finales. “Como todos los hombres de Babilonia, he sido proconsul; como todos, esclavo”. Dudó Borges entre el todos y el algunos para hablar de esclavitud.
Asuntos minúsculos en apariencia (una coma que reemplaza al verbo ser), un cambio de acciones (indagar en lugar de estudiar) o renglones enteros reemplazados, la minucia del artesano, la búsqueda permanente de las palabras que sentía precisas.
El azar (más cortazariano que borgiano) o el algoritmo (esa otra forma de la realidad) me pone en la pantalla del celular, vía Twitter, una entrevista a Daniel Balderston, director del Borges Center de la Universidad de Pittsburgh. El hombre lleva años dedicado al estudio de la obra del argentino, sus manuscritos, entendiendo el método Borges.
Patricio Zunini firma la entrevista a Balderton en Infobae.
—¿Qué aportes le da el estudio de los manuscritos, lo que se llama crítica genética, a la obra de Borges?—, pregunta el periodista.
La respuesta del investigador pone en otra dimensión a Borges, en la del humano común y corriente, en la del escritor que se esfuerza por lograr lo que verdaderamente busca. El texto convertido en el tigre aquel del poema que no logra asir de ninguna manera.
Responde Balderton:
—Lo desmonumentaliza. Lo saca del pedestal de la perfección de la prosa y el verso, y muestra que llegaba a través de un proceso arduo, de verter sobre la hoja muchísimas posibilidades, de ir escogiendo, puliendo, pensando el ritmo, etc”.
Comparo en la foto que tomé lo escrito allí con el texto final que tengo en mi biblioteca: no me coincide una palabra. Un cambio final que, tal vez, no quedó registrado. “... para eliminar el azar”, se lee en el manuscrito”, “...para corregir el azar”, encuentro en la edición que poseo.
Otros tesoros
Hay otros manuscritos en la Exhibición Polonsky (llamada así porque el filántropo —y millonario— Leonard Polonsky donó 12.5 millones de dólares para hacerla posible). Está Un yanqui en la corte del rey Arturo de 1887. Conservado en una caja, se aprecia lo voluminoso de aquella novela satírica de Mark Twain. Es posible ver una página de La cabaña del tío Tom, de la escritora Harriet Beecher Stowe, cuyo interés se renovó hace unos años cuando el buenismo revisitó la obra. Lo curioso de esta exhibición es que puede ir variando, teniendo en cuenta la cantidad de tesoros que acumula la biblioteca.