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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • El becerrito es una propuesta de Juliana Góngora. Los pelos son hechos con leche, como una manera de devolverle el alimento, y a su vez es una reflexión sobre la ganadería: está esperando que lo sacrifiquen. Foto: Jaime Pérez.
    El becerrito es una propuesta de Juliana Góngora. Los pelos son hechos con leche, como una manera de devolverle el alimento, y a su vez es una reflexión sobre la ganadería: está esperando que lo sacrifiquen. Foto: Jaime Pérez.
  • La obra de María Buenaventura sobre el pez capitán.
    La obra de María Buenaventura sobre el pez capitán.
  • Series Transputamierda y Cambalache de Federico Ríos. Foto: Jaime Pérez.
    Series Transputamierda y Cambalache de Federico Ríos. Foto: Jaime Pérez.
  • Esta es la obra que conecta las dos salas temporales. Se llama Pasafuegos. Foto: Jaime Pérez.
    Esta es la obra que conecta las dos salas temporales. Se llama Pasafuegos. Foto: Jaime Pérez.
  • “Tábula Terre Naufragus” (Mapa de las Tierras Náufragas) es la obra de Libia Posada. Foto: Jaime Pérez
    “Tábula Terre Naufragus” (Mapa de las Tierras Náufragas) es la obra de Libia Posada. Foto: Jaime Pérez
  • La obra de Astrid González, Pronunciar perejil en la masacre, reflexiona sobre los migrantes. Foto: Jaime Pérez.
    La obra de Astrid González, Pronunciar perejil en la masacre, reflexiona sobre los migrantes. Foto: Jaime Pérez.

Recorrer fragmentos del mundo en la exposición del Museo de Antioquia

La exposición es una reflexión sobre la relación del arte con la naturaleza y el territorio. Participan nueve artistas.

Mónica Quintero Restrepo | Publicado

Fragmentos del mundo es una exposición que activa los sentidos: mientras mira el becerro que está acostado en el piso y al que debe acercarse para detallar los pelos que están hechos con leche, huele a ruda. Así que debe mirar a la derecha para encontrarse que el olor proviene de un camellón de esta planta que honra al pez capitán que se mueve como una sombra sigilosa entre el piso.

Esa es la propuesta de las artistas María Buenaventura y Juliana Góngora. Ellas compartieron el espacio para poner a dialogar sus obras: hablan de la alimentación, de la relación de la comida con el espacio. Buenaventura, por ejemplo, ha hecho una larga investigación sobre el maíz y la historia de la alimentación en la sabana, y por eso trae a su pieza a ese pez en específico: en Bogotá fue muy común en las comidas diarias y ya está en vía de extinción. Muchos ni siquiera lo recuerdan o saben de él.

La obra de María Buenaventura sobre el pez capitán.
La obra de María Buenaventura sobre el pez capitán.

Eso en contraste con el becerrito, propuesta de Juliana, que explica Camilo Castaño, el curador de la exposición, es muy poético: con esos pelos hechos en leche se le devuelve simbólicamente su comida y se toca el tema de la ganadería, que habla otra vez de la alimentación y se une con Buenaventura para la intención crítica que buscan. El becerro está ahí también para el sacrificio y el pez ya casi no existe.

Ese recorrido en la sala temporal del Museo de Antioquia se acompaña con el sonido de fondo de las piedras de la obra sonora de Jorge Barco. Camilo lo explica: es una pieza que nos recuerda cómo suenan y cómo hablan las piedras. Cómo suena la tierra. Lo hace a través de un montón de artefactos que el artista creó y que se ven al inicio de la sala.

Sobre la derecha, en cambio, hay que agudizar la visión para ver los dos trabajos del fotógrafo y artista Federico Ríos. Por un lado 300 fotos de Transputamierda, esa serie de imágenes tomadas para Instagram en las que él documentó durante diez años las particularidades, las anécdotas y las curiosidades de ir de un lugar a otro en Colombia. Luego está Cambalache, fotos que documentan cuánto vale la comida en gramos de cocaína. Tanto de arroz por tanto de cocaína.

Series Transputamierda y Cambalache de Federico Ríos. Foto: Jaime Pérez.
Series Transputamierda y Cambalache de Federico Ríos. Foto: Jaime Pérez.

Termine la sala sintiendo mucho calor. Al fondo está la obra de Santiago Vélez. Tan pronto entra al espacio el mapa que está en la pared blanca empieza a calentarse. Es un recorrido insular, llega hasta la Antártida, ese que está en el imaginario y que, precisa Camilo, está tan lejano, pero que ayuda con el mensaje de este proyecto: todo lo que se hace acá, repercute allá. El mapa de la Antártida está hecho con una resistencia eléctrica que se activa cuando alguien entra. Se escucha.

Nos recuerda, cuenta el curador, nuestra actividad humana en la tierra. El arte tiene cosas por decir frente a los problemas políticos, ambientales, económicos. En esa obra se habla de ciencia, de arte, de las expediciones, del cambio climático. Del calentamiento global.

Mientras lo siente vea las fotografías que Santiago nombró Bellas Durmientes y que aluden a espacios en blanco y a un momento de pausa: hay que pensar sobre lo que está pasando, sobre lo que el ser humano le está haciendo a la Tierra. Es una reflexión para volver a la pandemia, lo que significó para la naturaleza y que parece ya se olvidó.

Aquí termina la primera sala y devolviéndose volverá a escuchar a Jorge, que también tiene que ver con la pandemia: esos sonidos los recogió en el momento más crítico del covid-19, en los alrededores del Volcán del Ruiz. Dice Camilo: me conmueve porque precisamente esa crisis nos estaba recordando la importancia de escuchar la Tierra.

Ahí se escucha.

Naufragar

Entre los dos espacios en los que se exponen las nueve obras de los artistas invitados a Fragmentos del mundo, que además tiene un subtítulo, Miradas críticas a nuestra relación con el territorio, está la obra Pasafuegos, en la que se unieron dos arquitectos, Sebastián Mejía y Camila Ángel, y el artista Alejandro Tobón.

Ellos abrieron una reflexión llamada Eco y el primer invitado fue Carlos Pardo, que a su vez llamó a Ana Bustamante, y quienes visitaron varias ladrilleras y armaron esta obra que está hecha con los pasafuegos, que es donde se cocen los ladrillos, y entonces es una pared de ladrillos con huecos —por ahí pasa el fuego— que permite mirar al otro lado, permea la luz y la voz y que, ya puesta en la exposición, sirve de metáfora para los alrededores del Museo: la plaza Botero encerrada.

Es una pieza que conecta las dos salas, que está hecha de tierra. Usted la mira, conversa y pasa al otro lado.

Esta es la obra que conecta las dos salas temporales. Se llama Pasafuegos. Foto: Jaime Pérez.
Esta es la obra que conecta las dos salas temporales. Se llama Pasafuegos. Foto: Jaime Pérez.

Abra la puerta. Esta parte es para el silencio. Primero se encuentra con la obra de Jose Ignacio Vélez, Arqueología en el espejo, de la que el artista escribió:_Obra que resume los últimos años de mi trabajo en el desarrollo de una idea donde en el planeta todo es material cerámico. Idea que me ha llevado a imaginar hipotéticos cambios en nuestro planeta donde el fuego sería protagonista fundamental.

Es como entrar a un horno lleno de cerámica. Para Camilo, esta obra es un ejercicio casi místico donde está todo el conocimiento del ceramista, la presencia del pintor, la persona que investiga. Son 96 placas refractarias que hablan de la extinción: esos son los restos que quedarán. En esa obra se habla también de la vida y la muerte. Y la idea concreta está en los dibujos del centro, sin terminar, entre ellos una ecografía en la que se ve al hijo de Jose Ignacio en el vientre.

Salir del horno es encontrarse con el mar en la obra de Libia Posada, “Tábula Terre Naufragus” (Mapa de las Tierras Náufragas). Se reconoce de inmediato si uno ha visto su obra antes, pues ya había usado la cuadrícula pintada en lápiz en la pared y que da una sensación de hospital y de tranquilidad y de mapa. Todo al mismo tiempo.

Al frente hay unas balsas y la sensación de movimiento, de que está en el mar. Las paredes están llenas de mares, literal: de las miserias, de los anhelos, de los naúfragos, de los ricos, de los pobres, de oriente, de los horrores, de las masacres.

Esta obra hace parte de un proyecto que Libia inició en 2006 y en el que reflexiona sobre las relaciones problemáticas entre cuerpo y geografía o cuerpo, geografía y humanidad. Es también, explica ella, un ejercicio de humanización, de cómo hacer más humanos los mapas, esos que se vuelven un documento científico tan lejano para quienes originaron las experiencias.

Es una reflexión crítica frente a la geografía oficial, a esa noción de mapa que termina excluyendo.

Dice Libia: En este caso es una instalación, pero al mismo tiempo es un espacio geográfico que habla precisamente de esas experiencias humanas que se dan en el territorio. Lo que uno encuentra en la instalación es esa insistencia mía sobre los espacios blancos, asépticos, ligados muy a los espacios hospitalarios y clínicos, que es desde donde se plantea entrar en situación, digamos, de enfermedad o crisis.

Ahí hay unas camillas de combate sobre el piso y las telas se han reemplazado por mapas que están cubiertos al mismo tiempo por unos vidrios opacos que hacen las veces de negatoscopios, donde se dan las radiografías en medicina. Las paredes están todas marcadas y hay un inventario grande de mares, de palabras que enuncian situaciones humanas. Los nombres vienen de nociones cercanas a la geografía en sí, pero también de nombres de mares, de puntos cardinales. Sobre todo predominan los mares que hacen alusión a situaciones humanas que se están dando en ese cuerpo geográfico que es el mar. Hay mar de derechas, de izquierdas, de sueños rotos, de tristezas, de guerras, de conflictos armados, de desigualdades. Dejan de ser el mar Mediterráneo o el Atlántico para volverse el mar de lo que está sucediendo con los seres humanos que están cruzando desesperadamente de un lado al otro en ese afán de mejorar sus vidas.

En ese inventario está esa crítica contenida, por ejemplo, del mar de los despojados, de los delincuentes, de los cadáveres. Y al mismo tiempo la palabra mar denota cantidad, como una cantidad grande de cosas.

Las camillas van acompañadas de unos remos que están como si estuvieran fracturados, y de unas boyas que se usan en la navegación para marcar un sitio o zona de peligro. En este caso son de cerámica, así que son objetos condenados a hundirse. También las camillas. Ese inventario de mares, más las boyas, más los remos fracturados, todo nos habla de entrada del fracaso. Es un viaje condenado al naufragio, a nuestro propio naufragio como cultura y como sociedad.

Estamos asistiendo diariamente a un nivel de indiferencia desde el ciudadano común hasta el político más alto. Esta obra hace alusión y quiere puntualizar sobre esa idea de nuestro fracaso como sociedad, como humanidad. Esos elementos podrían flotar, pero no.

“Tábula Terre Naufragus” (Mapa de las Tierras Náufragas) es la obra de Libia Posada. Foto: Jaime Pérez
“Tábula Terre Naufragus” (Mapa de las Tierras Náufragas) es la obra de Libia Posada. Foto: Jaime Pérez

Salga de ahí, si puede respirar una última vez, camine entre el agua y cierre esta exposición en la última esquina de la sala con una obra que también es un golpe: Astrid González vuelve a la masacre de 1937 en el territorio de República Dominicana y Haití, donde el dictador de la época masacra a todo aquel que no sepa pronunciar correctamente en español la palabra perejil. Mire a la pantalla al hombre que intenta desesperadamente decir pejejil. Perejil. Pe-re-jil. Pe.

Es una obra muy actual, cuenta Camilo, porque en Antioquia ahora pasan muchos migrantes, muchos haitianos pasan por aquí, y es un drama enorme que no hay que olvidar. Es una obra dramática, dolorosa. Triste. Increíble.

La obra de Astrid González, Pronunciar perejil en la masacre, reflexiona sobre los migrantes. Foto: Jaime Pérez.
La obra de Astrid González, Pronunciar perejil en la masacre, reflexiona sobre los migrantes. Foto: Jaime Pérez.

Saque sus fragmentos y devuélvase. Ha terminado. Esta exposición cierra una trilogía que el Museo abrió con Presente Simple en 2020, siguió con Futuro Perfecto y termina aquí. Con las tres querían hacer un diálogo con la historia, con la identidad y con la relación con el territorio.

El curador explica que buscaban una mirada crítica al posconflicto, a la violencia, al desastre ecológico. Los nueve artistas invitados, precisa él, no solamente están preocupados por una apuesta estética, sino política. En esta exposición se habitan esos territorios, y se sienten. Ese perejil va a acompañarlo el resto de la tarde. Lo repite. Usted puede pronunciarlo, habla español. Esa balsa se va a hundir y ese becerrito lo va a mirar hasta mañana. Hace calor y suenan las rocas. Huele a ruda.

Lea más: Desmorir: una conversación con Anne Boyer

Para ver Fragmentos del mundo

Puede verla en las salas temporales de Museo de Antioquia de lunes a sábado de 10:00 a. m. a 5:30 p. m. La entrada al museo es de $16.000 para nacionales, ingreso gratuito para estratos 1, 2 y 3. Puede aprovechar la visita para ver también Mutis, la Expedición Continúa.

Texto de Libia Posada para la exposición

“Tábula Terre Naufragus” (Mapa de las Tierras Náufragas) se inscribe dentro del proyecto Cuadernos de Geografía o Estudios para Cartografía Distópica iniciado en 2006, el cual propone una serie de reflexiones en torno a las relaciones problemáticas entre geografía, cuerpo y humanidad.

Desarrollado en diferentes momentos, el proyecto plantea una mirada crítica a la geografía oficial, en cuanto construcción prejuiciada marcada por ejercicios de exclusión de lugares y experiencias.

Cuadernos de Geografía propone entonces una especie de tratado de geografía paralela, conformada por una serie de mapas distópicos originados en pobreza, aislamiento ligadas a ciertas condiciones de conflicto armado, desigualdad, pobreza, aislamiento geográfico y abandono institucional, entre otras, las cuales, vividas sobre el territorio geográfico, corren el riesgo de ser borradas o aseptizadas entre cifras y trazos científicos, incomprensibles la mayoría de las veces para sus directos protagonistas.

En este sentido, esta serie de obras, nos habla de dos cuerpos, el humano y el geográfico, dos territorios, dos mapas, que lejos de cualquier neutralidad, se deslizan uno sobre otro, en estrecha relación, afectándose íntima e insistentemente, construyéndose, unas veces, o mutilándose y destruyéndose, otras.

Ambos constituyen cuerpos de memoria, plenos de marcas, cicatrices y accidentes: los signos, que narran historias invisibles, inaudibles o ausentes, tanto en los atlas de anatomía humana como de geografía local y universal.

Atlas No.3 o Tabula Terre Naufragus (Mapa de las Tierras náufragas) hace alusión a la “Tabula Terre Nove “ (TABVLA TER-RE NOVE) o mapa de las nuevas tierras, dibujado por Martin Waldseemüller hacia 1508 y publicado hacia 1513 como parte de una nueva edición de la Geografía de Ptolomeo, siendo esta la primera vez en que un mapa dedicado al “nuevo mundo” es recogido en una publicación.

Si bien el término “nove” se refería a las tierras recién descubiertas, aquí es sustituido, irónicamente por la palabra naufragus, para referirse a ese un “nuevo orden” mundial erróneo, zozobrante y errático, marcado por una serie de tragedias humanas que se extienden a lo largo y ancho del planeta: marejadas de seres humanos errantes que huyen en un intento desesperado por dejar atrás las condiciones de precariedad y violencia impuestas en sus lugares de origen, ansiosos por descubrir un “Nuevo Mundo” esa “ Terre Nove”, que les permita salvar sus vidas y ampliar sus horizontes.

Estos errantes, que cruzan desesperadamente, montañas, valles, ríos y mares, de un lado a otro de la geografía, a pie o en precarias embarcaciones, inaugurando rutas inciertas, trazando destinos desconocidos y nombrando lugares a su paso, son los geógrafos contemporáneos que dibujan en sus cuerpos los mapas de tierras ignotas y las cartografías de la injusticia y el desarraigo. Estos persistentes trashumantes, escriben con sus propias vidas, los capítulos dolorosos de una geografía náufraga, bizarra y tambaleante y de una historia universal deshumanizada, errática, errónea, inaudible e invisible.

Tabula Terre Naufragus (Mapa de las Tierras Náufragas) propone un espacio híbrido entre lo clínico y lo geográfico.

Este espacio, blanco y aséptico en cuyas paredes está dibujada una retícula alusiva tanto al baldosín hospitalario como a las coordenadas geográficas, se despliega un inventario de mares cuyos nombres provienen tanto de los mapas oficiales como de situaciones humanas asociadas al desplazamiento, la migración y el desarraigo.

Distribuidas en el espacio, casi a ras de piso, un conjunto de camillas de combate, cuyas telas de lona han sido sustituidas por láminas de vidrio opaco, hacen las veces de negatoscopios o cajas de luz que albergan unos mapas absurdos.

Adosadas a estas camillas, unos remos de madera intervenidos con vendaje de yeso señalan de manera errática los puntos cardinales.

Adicionalmente, una serie de boyas elaboradas en cerámica se despliegan indistintamente sobre el piso y algunas de las camillas.

Estas camillas, soporte de cuerpos en situaciones de emergencia, se proponen como un planisferio fragmentario y en conjunción con los remos vendados, como unas balsas, que en su frágil y pesada materialidad, flotan a la deriva y nos hablan de ese viaje imposible, condenado en principio al naufragio. Las boyas, artefactos flotantes, usados, tradicionalmente, en la navegación, para marcar sitios o señalar zonas de peligro, se presentan, en este caso, como unos objetos blancos y asépticos propios del universo médico y al mismo tiempo como globos terráqueos mudos y vacíos.

Tanto las camillas como los remos vendados y las boyas cerámicas constituyen objetos absurdos, imposibilitados para su función: la navegación, la sobrevivencia y el viaje. Inmersos en este mar de mares, estos objetos paradójicos e inútiles, condenados de entrada al error, al naufragio y al fracaso, nos hablan de la fragilidad de la existencia humana y de la fractura como una condición sine qua non de la vida. Así mismo, ponen de manifiesto nuestro fracaso como civilización y como humanidad.

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