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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Músicos de la grabación La Sociedad de la Cumbia, de Puerto Candelaria. En la segunda fila, en tercera posición, Juancho Valencia. Foto: Cortesía
    Músicos de la grabación La Sociedad de la Cumbia, de Puerto Candelaria. En la segunda fila, en tercera posición, Juancho Valencia. Foto: Cortesía

El chiste musical que pocos entienden

Reflexiones sobre la complicidad de entender chistes musicales, de no tomarse en serio. En este texto, el autor habla de Puerto Candelaria y su más reciente álbum.

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Hay una línea muy famosa de El Perseguidor, ese cuento fabuloso que Julio Cortázar escribió en homenaje a Charlie Parker. La línea es una frase de Johnny, el protagonista, donde en medio de una grabación dice: “Esto lo estoy tocando mañana”. Hay películas y ensayos alrededor de esa frase, todo muy serio, pero se me hace que la línea es un chiste que solo pueden entender los músicos. Hay un humor que solo entienden algunos, y son los que saben algo de música, y no hablo de melómanos, hablo de quienes pueden detectar, por ejemplo, una disonancia o una amalgama (busquen en Wikipedia). Son chistes que aparecen en medio de las canciones y que son como el humor del absurdo. Esto me hizo recordar que hace un año me encontré a un colega muy reputado en Cartagena, quien al verme me preguntó sobre el periodismo (¿Cómo va el periodismo?) y yo le respondí: “Publicando mentiras”. Él se quedó serio, inmutable, meses después se convirtió en ministro.

No sé muy bien si Puerto Candelaria es una banda, una orquesta, un grupo, un cuarteto, un quinteto, un sexteto de música. Nunca supe muy bien cómo categorizarlos, de la misma manera que pasa con algunos textos de Julio Ramón Ribeyro o de Juan José Saer, que apenas se desglosan uno no sabe muy bien si son cuento, crónica, novela corta, entrada de un diario o receta de brujería, cualquier cosa podría pasar. Sucede también con la comida: ¿cuál es este sabor que tengo en la boca? ¿Es agrio o es amargo? El caso es que una vez entrevisté a Eduardo González, el bajista de Puerto, porque estaba embarcado en un perfil sobre Juancho Valencia, el director y genio, y él me dijo que Valencia lo guiaba todo: componía, escribía las letras, dirigía las grabaciones y que cuando llegaba el momento de montar un nuevo disco y leer las partituras, todos los músicos soltaban la risa, porque en las partituras había chistes. Chistes. Es decir: en la música entraba el absurdo, como cuando Thelonius Monk hacía solos con los dedos rígidos, como si tecleara una máquina de escribir y no un Steinway & Sons.

El placer máximo es detectar los chistes de la música y compartirlo con alguien que también los entiende: o escucharlos al mismo tiempo y decir: ¿escuchaste ese wiwiwiwi? ¿Y ese cambio de tiempo? ¿Cómo pasó de 4/4 a 7/4? Bobaditas. Creo que las bandas que lo logran, que logran hacer chistes y reírse de ellos —es decir, que no se toman en serio—, son las que logran una obra. Vean los en vivo de Dream Theater para que sepan de qué les hablo. Miles, Parker, Thelonius, Coltrante, todos se tomaban en serio su oficio, pero no a ellos mismos, lo que les permitía hacer chistes en muchas de sus canciones. Vuelvo a Puerto Candelaria: los álbumes Kolombian Jazz y Llegó la banda es una manera de burlarse del bambuco, del pasillo, de la versión de música de cámara que tenemos en Colombia, pero también es una manera de llevarlos a lugares inexplorados, sofisticados, oníricos, absurdos. Nadie entendía a Puerto Candelaria, nadie los entiende aún, pero son el grupo más importante de la música colombiana. En algún momento Juancho Valencia se dio cuenta de que la música se tenía que vender y llevó el chiste a las letras con canciones como Mono Loco, Cumbia Rebelde, La Fiera, La Tusa y Amor y Deudas. El último disco de Puerto, La Sociedad de la Cumbia, es una belleza absoluta, lleva al gran género madre a lugares inexplorados de teatralidad, hace de la herencia de Lucho Bermúdez un mundo sutilmente disonante, por momentos parece que escuchamos una Big Band clásica hasta que un clarinete revela algunas sutiles notas que se salen de la armonía que lo guía todo, entonces me río. Ahí está el chiste.

Pensaba en todo esto porque vi un video en el que el baterista Dennis Chambers es puesto a prueba con una canción que nunca antes había escuchado: Schism, de Tool. Schism es una canción de metal progresivo con varias amalgamas en el camino, lo que quiere decir que la canción parece cojear todo el tiempo, como si estuviera incompleta, como si le faltara un pie. Chambers, que no está nada familiarizado con el género, solo ríe mientras escucha: entiende el chiste. Y dice: “Okey, tengo un problema con esto”, y luego: “Es una gran canción, quiero conseguir esto”. Ríe mucho, y ríe porque lo que escucha es una genialidad. El chiste en la música no es un chiste, es una genialidad, como cuando Spinetta dice en su recital de la Casa Rosada que va a tocar una canción que, por lo menos, es tarareable. Alguna vez Juancho Valencia me refirió la historia de Hermeto Pascoal, el gran músico brasilero que se tomó el tiempo de hacer 365 canciones de cumpleaños feliz, un chiste: ¿cómo puede ser que exista una canción para todos los que pisamos la tierra?

Cuando mi padre se va a dormir, o a darse una pequeña siesta, dice: “Hasta mañana, voy a entrenar para muerto”. A veces pienso que eso lo está diciendo mañana.

Si quiere más información:

Daniel Rivera Marín

Editor General Multimedia de EL COLOMBIANO.

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