adie dice que hay que guardar absoluto silencio. Nadie interrumpe la conversación mental que sostienes con el artista. Nadie te avisa que al entrar al ascensor habrá una performance. Nadie evita que el pulso se te acelere cuando ves una obra que se creó en un momento de la historia que no fue el tuyo (y que parece regresar como un remolino cíclico) o para casi rozar las flores amarillas de un guayacán que te recuerda tu cuadra, tu barrio, tu pueblo. En el museo, las reglas no están escritas en un decálogo que hay que leer antes de empezar.
A María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia, siempre le ha gustado la soledad de los museos, y no se refiere a una soledad en el sentido del vacío o sin personas alrededor. Habla de esa experiencia personal, de esa especie de silencio que se hace en uno, de cómo el museo propone una conexión desde los sentidos y la propia comprensión de las cosas.
Un museo no es cualquier lugar. No es un santuario impoluto: se vale arrastrar las chanclas un rato, como recorriendo un camino familiar o porque se está de paso y se descubre la ciudad a través de sus propuestas artísticas; se puede tomar una fotografía u oler unas hojas secas mezcladas con tierra de una instalación. Los museos han cambiado con el tiempo, se han adaptado, aunque guardan esa idea original: coleccionar objetos valiosos. En la antigua Grecia ya se exponían obras de arte para la consagración de las musas, y las llamaban mouseion.
Un museo, según el Consejo Internacional de Museos, es una institución permanente que sirve a la sociedad y su desarrollo, abierto al público, que adquiere, conserva, investiga y exhibe la herencia tangible e intangible de la humanidad con propósitos educativos, de estudio y diversión. Por eso los hay de arte, de medio ambiente, de música, de ciencia. El Parque Explora es una institución museal. También lo es el Museo Cámara de las Maravillas de la Biblioteca Pública Piloto, donde se exponen tesoros litográficos, fotográficos y cartográficos. Las cámaras de maravillas fueron espacios que usaron los nobles y burgueses europeos del siglo XVI para guardar y clasificar sus objetos más valiosos y extraños, y son el primer antecedente de los museos actuales de historia natural.
Es decir, los museos son esos espacios para encontrarse con el pasado, por supuesto, y además para reflexionar sobre el presente y el futuro. El artista y curador Camilo Castaño explica que los de ahora deben crear nuevo conocimiento a través del diálogo y la participación de las comunidades; se construye con la gente, se ejerce el derecho a la ciudadanía y la democracia. Eso los diferencia de los de antes, que imponían un canon y una manera de pensar, que solo exponían. Los museos son para encontrarse, para debatir.
Un ejemplo es el Museo de Antioquia, que fue pensado hace 140 años como un museo nacional que honraba la memoria de los próceres de la Independencia y los cultivadores de las ciencias y las artes. Era un proyecto machista, blanco, cerrado, elitista, dice el curador. Hoy, en cambio, propone reflexiones desde su colección, sobre el arte moderno o contemporáneo, que pone a conversar a artistas de antes con los de ahora, que tiene una relación tensa y fundamental con el lugar donde está ubicado, el centro.
Los museos, entonces, cuentan quiénes éramos y qué seremos, por lo menos una especie de proyección de una humanidad que trata, a veces sin mucho éxito, de entenderse. Sin embargo, no está en estos espacios la responsabilidad de dictaminar. Más bien, llenan de preguntas, de imágenes, de pensamientos. Un diálogo entre los tiempos. En ellos se guarda el mundo, pero, a la vez, el territorio que habitamos.
El disfrute del arte
Hay muchos ojos ubicados en fragmentos del enigmático tríptico “óleo sobre tabla de madera de roble”, El jardín de las delicias, de El Bosco, que está en el Museo del Prado, en Madrid, España. Las cejas de los espectadores se alzan o se les frunce el ceño. Hay tanto por procesar: el destino de la humanidad, un pasado caótico que aún no se va. Cuando el tríptico se abre por completo, a la izquierda está el paraíso, todo tan perfecto; el panel central es la representación del mundo terrenal, con decenas de personas desnudas, disfrutando toda clase de placeres, especialmente sexuales. La tercera parte representa el infierno. Es la más emblemática y enigmática obra del pintor flamenco, la pintó hacia 1490 y 1500, y en su época rompió las reglas: la desnudez era inaceptable en la pintura, aunque él la justificó como ejercicio moralizador.
Carlos Chaguaceda Álvarez, periodista y quien hoy es el director de comunicaciones del Museo del Prado, sentencia que los tiempos cambian, “pero las preocupaciones, angustias y miedos, las alegrías, esperanzas y anhelos de los seres humanos siguen siendo los mismos. Y un museo responde siempre al anhelo de belleza que todos llevamos en nosotros, a la aspiración estética de estar en silencio ante una obra única, original y hermosa”.
Vemos, en un museo y en un cuadro pintado hace tantos años como El Jardín de las Delicias, las preocupaciones o denuncias de sociedades que vivieron siglos antes de nosotros, para darnos cuenta de que no tanto ha cambiado. Una obra o conjunto de obras, afirma él, responde tantas preguntas como quien las contempla sea capaz de hacer.
No se sale igual
Los museos son esenciales para cualquier comunidad. Son corazones palpitantes de las ciudades, íconos. Son espacios de encuentro que contribuyen a que haya una sociedad cada vez más abierta, crítica, creativa, sensible, diversa. Son referente para los visitantes, también para los propios que los redescubren.
María Mercedes González, directora del Museo de Arte Moderno, recorre las salas, claro, por razones logísticas, y también para observar las reacciones de la gente: los que leen la información de las fichas y de las paredes, los que disfrutan un recorrido comentado, los que se sientan por un momento en las bancas para conversar sobre lo que está pasando en la exposición (sobre lo que les está pasando a ellos al verla), los que toman fotografías, los que están conmovidos, los niños que preguntan.
“Todas esas experiencias que tienen los públicos en los museos son válidas. Nos ha interesado reiterar la idea de que no se necesita ser un conocedor ni tener conocimientos previos cuando se viene a un museo, que a veces puede ser algo que previene a la gente de visitarlos. Siempre se lleva uno algo, no es una experiencia pasiva donde tú sales como si nada. Algo aprendes, algo descubres, algo te confronta. La reflexión, la obra, la mirada del artista te pone a pensar en algo”.
Con la pandemia, la virtualidad permitió a los museos seguir presentes de otra manera. María del Rosario escobar cree que ya habían rozado con la punta de los dedos esta dimensión y las circunstancias atípicas les obligó a desatrasarse. “Hoy nuestros públicos y nosotros mismos podríamos tener muchos museos dentro del museo porque está el que se visita presencialmente, y además hay unos derivados en las redes sociales que tienen una conexión directa, pero no son exactamente el mismo. Eso es maravilloso”.
Es una nueva dimensión que a María Mercedes González le parece importante. Sabe que la pandemia cambió los vínculos desde varias perspectivas. Con su equipo reflexionó sobre el significado de la virtualidad, en especial en 2020, y de cómo hay ciertas experiencias que no pueden ser trasladadas literalmente del espacio físico al digital porque el contacto con la obra o con el edificio es irremplazable, pero sí encontraron potencialidades.
De la pantalla salen las voces de unas cantadoras. Muy cerca caminan personas con tenis, con botas, con sandalias, con sombreros, con medias de colores; amigos dan pasos largos para leer un mensaje escrito con labial en unas ventanas. El museo preserva obras de arte y abre posibilidades a otras manifestaciones. Hay conciertos, cine, talleres, conversaciones, literatura, porque hay una suerte de onda expansiva que hace temblar el piso de la comodidad, de lo habitual. Los museos, agrega Escobar, son espacios para la historia, la memoria, la diversidad, las identidades, que hay que apoyar porque cumplen funciones relevantes en la sociedad. “Se construye en el tiempo, van obteniendo más valor en la medida en que más tiempo van acumulando o van ganando o van procesando. El tiempo ejerce otro nivel de significación y de valía que debe representar un indicador muy fuerte de apoyo para su trabajo”.
Los museos se sostienen, por lo menos en Medellín, del apoyo público y privado. Importa tanto quienes lo visitan y pagan una entrada, como las inversiones de los gobiernos y las instituciones. La ciudad ha sido un ejemplo en ello, aunque, sobre todo el apoyo gubernamental, ha disminuido tras la pandemia. No han sido tiempos fáciles para estas instituciones que, sin embargo, continúan, sabiendo su valor: una ciudad sin museos pierde no solo la memoria, también la capacidad de reflexión y disfrute ◘
* Periodista. Magíster en Escritura Creativa.
Creadora de Taller de Letras.