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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Los seguidores de Foo Fighters se reunieron a las afueras del hotel donde falleció Taylor Hawkins en Bogotá, para rendirle homenaje. FOTO GETTY.
    Los seguidores de Foo Fighters se reunieron a las afueras del hotel donde falleció Taylor Hawkins en Bogotá, para rendirle homenaje. FOTO GETTY.

Adiós a Taylor Hawkins, el duelo de un fan

La crónica del duelo colectivo de miles de seguidores que, en medio de una celebración del regreso a la vida colectiva y la música en vivo, enfrentaron la muerte del baterista de Foo Fighters.

Omar Mauricio Velásquez Hurtado | Publicado

“25 de marzo.

Ayer, explicaba a Damisch que la emotividad pasa, que queda la aflicción.

Me dijo: No, la emotividad regresa, ya verá usted”.

Roland Barthes. Diario de duelo. 1978

La muerte es algo que sucede de un modo que apoca las palabras. Cualquier intento por dibujar en homenaje al muerto está cercado por el aturdimiento de lo inesperado. Habría que darle tiempo a la muerte para que se convierta en memoria. El dolor viene en oleadas, pero siendo la muerte el instante y el lugar del epílogo insondable y misterioso, es natural observar y asumir que toda gran vida ha venido arrastrando una gran memoria. Al menos es lo que he pensado desde hace unos días con la repentina desaparición del músico Taylor Hawkins. Entregaba tanto y de tal modo su alma en cada concierto, en cada gira, que vino a Colombia justo a eso, a perpetuarse en nuestras vidas un instante antes de sentarse en su batería, y compartir su tropel rítmico con todos los que amamos la música de Foo Fighters. Por eso atiendo que estas palabras, todavía precipitadas, le hablan con amor, profundo respeto y agradecimiento a él, a su música y su legado. Algunos, desprevenidamente dirán que es absurdo atender en homenaje al hombre que muere justo antes del ritual que lo hizo célebre en vida, pero es que he decidido desmarcarme aquí de las circunstancias y los aspectos que acabaron con su existencia. Taylor Hawkins es y será uno de los más grandes bateristas de rock que hayamos celebrado. Lo único que hay más allá de eso, pertenece al umbral de su privacidad, la misma que todos tenemos y esperamos que sea respetada en el inventario cultural del espectáculo, por más propiedad pública que tenga nuestro nombre. Él era Taylor Hawkins, baterista, cantante, compositor, amigo, hijo, hermano, padre y esposo. Ser humano.

La primera vez que vi la figura de este baterista fue en un video en vivo de la cantante Alannis Morissette. La energía de la canción le venía bien a ese performance. Mezclaba erupción y exorcismo. Su dinámica en la batería, sin duda, le otorgaba brío e impulso a cada sección. Era el tipo de baterista que iba más allá de los tecnicismos, del groove y del feeling: todo en él era ritmo primitivo, fuerza y explosión. Cada canción con Taylor Hawkins, en adelante, las presentía como un reto físico que se impone alguien de forma brutal y brillante. Fue años después cuando supe que aquel hombre de rubio exagerado y sonrisa repentista, era el nuevo integrante de la banda formada por Dave Grohl. Todo encajaba, arte, pasión, melodía y ritmo. Todo era como el rastro etimológico de su nombre “Taylor”: estaba hecho a la medida. Con él, Foo Fighters alcanzó la cota más alta y definitiva. En él, reposó parte del carisma que los elevó a la categoría de leyendas vivas. Quedará para la historia cómo aquel texano fue el motor rítmico del ex baterista de Nirvana, algo único, monumental, y al mismo tiempo irremediable.

Desde entonces mi vida, como la de muchos fanáticos, comenzó a ser trazada por las canciones que hoy son la banda sonora de muchos instantes y circunstancias. Y es ahí, en ese pequeño intersticio, donde el músico se hace ídolo. Allí donde una letra y una melodía con su tiempo preciso nos hacen vibrar, reír, llorar, celebrar. Además de brillante como músico, se hizo habitual verlo asumiendo roles como personaje de los videos de la banda. Como azafata en Learn To Fly, como golfista y atracador en Walk, Taylor Hawkins llevaba la vitalidad de las canciones al performance actoral con total naturalidad. No es raro que hoy Foo Fighters tenga una recién estrenada película que no he podido y no he querido ver. Tengo entendido que en ella el personaje de Hawkins muere. Todo es memoria. Y en adelante, tributo y amargura. Elegir cuál fue su mejor interpretación será cosa de los expertos musicales. Mi juicio, individual y por lo tanto arbitrario, se queda con All My Life y The Pretender. Cada elemento de la batería en esas canciones suena imponente. Y noten que ese “suena” se escribe en presente, porque Taylor Hawkins ha quedado en el registro de los grandes y no dejará de sonar aun después de su muerte, esa que aconteció para nosotros, los fanáticos de Foo Fighters, de la forma más surrealista posible: instantes previos a su acostumbrado ritual.

Todo era devastación y preguntas en aquel gramado. Acabábamos de celebrar el funk de Nile Rodgers y nos disponíamos para un concierto que nos producía esa ansiedad febril que emerge cuando te reúnes con tus ídolos. La noticia comenzó por acusar de una enfermedad grave a uno de los integrantes de la banda, y a los pocos minutos, llegó la confirmación de algo que hoy parece situarse en ese universo paralelo de lo increíble. Desde ese instante, nada ha sido fiesta. La salida del campo de golf habilitado para el festival fue lenta y tortuosa, llena de un silencio helado que solo se rompió con los batacazos de un baterista que se inventó un homenaje a Taylor repitiendo sin parar las figuras de My Hero. A muchos aquel eco les produjo las primeras lágrimas. No había rabia. No había amargura. Tu artista favorito no salió al escenario porque llegó la muerte, y frente a ella, no hay respuestas. Es tal el grado de emoción y densidad que no te preguntas nada distinto de “¿por qué él?”.

Pocas personas desde sus creencias y sus mitos religiosos asumen la muerte o piensan en ella. En occidente, en ese occidente en el que vivimos cargados de oropeles materiales, la muerte es tragedia irreparable. Todo alrededor de ella duele, porque nos han enseñado que duele. Aun en algunos rituales, como el Alabao chocoano, aquí en Colombia, hay fiesta del dolor aunque se llame fiesta. El duelo significa romperse en cada fraccionamiento de realidad donde se hizo presente el que ahora no está. No hace falta haber abrazado a una persona, incluso haber cruzado un par de frases con ella, para sentir su pérdida. Es la lógica del fan. Participamos en la construcción de un mito. Amplificamos sus rasgos. Repetimos sus acciones. Somos activistas de una causa, casi siempre artística. Y por eso nos duele, porque parte de nosotros muere con el ídolo. Si a lo anterior le sumamos la circunstancia de una partida justo antes de encontrarse con quienes le han esperado por meses, el duelo además pasa por la hondura mundana del abandono accidental.

Alguien anotaba en las redes sociales que la muerte de Taylor Hawkins era comparable a la muerte de Carlos Gardel, a quien como signo definitivo le correspondió alcanzar la altura de mito en Medellín. El baterista de Foo Fighters vino tres veces a entregar su aliento en cada baquetazo de cada canción. Lo vimos en dos ocasiones, en la tercera solo asistimos al relato de su exhalación final.

Alguien me dijo, en ocasión de la muerte de mi padre hace unos meses, que “No se trata de la ausencia, ni de los momentos que quedaron por vivir. Se trata de los recuerdos, sobre todo de esos momentos donde siendo nosotros, llevamos una parte de ellos a la eternidad”. Es completamente cierto, porque aunque no hay medida para un duelo, asumirlo de forma emocional también es racional. Cada quien emprenderá el camino para definir cómo y de qué manera duele menos el duelo. Por ahora, el mío será simple: paliarlo con las canciones de otros, para no ahondar en la grieta que esta desaparición dibujó en nuestras almas el 25 de marzo de 2022 en Bogotá.

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