x
language COL arrow_drop_down
Generación — Edición El Cambio
Cerrar
Generación

Revista Generación

Edición
EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • La Cultura la pasó difícil este 2022, y no ha sido fácil, de hecho, en los últimos años. Foto: Archivo
    La Cultura la pasó difícil este 2022, y no ha sido fácil, de hecho, en los últimos años. Foto: Archivo
  • Hay muchas inconformidades por parte de los artistas con la administración. Se ha mostrado en cartas y en plantones. Foto de ilustración: archivo.
    Hay muchas inconformidades por parte de los artistas con la administración. Se ha mostrado en cartas y en plantones. Foto de ilustración: archivo.

Tensiones en el mapa cultural de Medellín

Las divisiones políticas –cruzadas por el revanchismo y la falta de presupuesto a entidades que han forjado el capital artístico y divulgativo– y las secuelas económicas de la crisis sanitaria de la covid-19 son los fantasmas del ecosistema cultural de Medellín.

Ángel Castaño Guzmán | Publicado

Medellín es una paleta de contrastes: es el epicentro tecnológico del país, hoy bajo el nombre del Valle del Software, la urbe de las casas construidas en laderas que se vienen abajo en las temporadas de lluvias y el escenario de eventos que atraen multitudes adoradoras de los dioses del reguetón, pero al mismo tiempo, mientras el show crece, la reflexión del arte parece marginal, un nicho. Según Medellín Cómo Vamos, las empresas culturales con mayor crecimiento en los últimos tres años son las que tienen como norte los espectáculos musicales en vivo, la creación audiovisual y la grabación y edición de música.

La escritora mexicana Teresa López Avedoy –encargada del plato fuerte académico de los setenta años de la Biblioteca Pública Piloto– dijo en una entrevista para El Colombiano: “Ahora que México está en llamas —con once mujeres asesinadas al día, ataques a periodistas y una creciente inseguridad— quiero ver lo que se hizo acá con la esperanza de que en México algún día podamos aprender de estos procesos”. Se refería a la transformación que empezó en 2004 con la alcaldía de Sergio Fajardo y que desde entonces no dejó de crecer por una fuerte alianza entre el Estado, las empresas privadas y públicas, la universidad e instituciones culturales, así se consolidó el Museo de Arte Moderno de Medellín, se creó el Parque Explora y ha visto sus mejores días el Museo de Antioquia, sin mencionar las redes barriales o el sector del teatro. Ese modelo entró en crisis con esta alcaldía, por el incumplimiento de pagos presupuestales o por las cambios en las reglas de juego.

Quizá una de las polémicas más grandes de este año fue el nombramiento del director de la Biblioteca Pública Piloto, Ángel Ovidio González, un hombre que si bien no tiene ningún tipo de denuncia, nunca ha estado en el mundo cultural, toda una afrenta para un sistema que desde principios de los años 2000 está asociado con un sistema público de bibliotecas que es materia de estudio en los pregrados y los posgrados de gestión cultural y bibliotecología en Latinoamérica.

Es un ejercicio de epidemiólogo: no hay nada en la superficie, pero el microscopio revela el submundo, el germen, el virus. Debajo de las políticas de inclusión social y de los premios internacionales por esto y aquello –Destino emergente (2022), Ciudad Educadora e Incluyente (2021)–, Medellín vive un quiebre que, dependiendo a quien se le pregunte, es calificado del natural cambio de narrativa en la gestión de los recursos públicos o de crisis que amenaza con tirar por la borda lo cultivado durante mucho tiempo.

La ruptura oficial

El actual alcalde —según German Benjumea, coordinador académico de la Maestría en Gestión Cultural de la Universidad de Antioquia— rompió con un modelo instaurado en las administraciones de Sergio Fajardo y Alonso Salazar. “Esos gobiernos fueron cercanos a los discursos de las alianzas público-privadas: crearon sinergias entre el Estado con ciertos círculos empresariales y artísticos”. El gran problema es que el nuevo modelo de Quintero no es claro y para muchos es cercano a los amiguismos, además de que no deja resultados claros y no solo tiene prendidas a las grandes instituciones culturales, también a pequeños colectivos: solo esta semana grupos de bandas marciales denunciaban cómo los dejaron a un lado y echaron por la borda un festival de importancia nacional.

Pero todo tiene su revés. Dice Benjumea: “Al aumentar los presupuestos, los tipos y las modalidades de los estímulos se permite la participación de nuevos beneficiarios, fueron muchas personas, grupos conformados y organizaciones que entraron por primera vez a este circuito”. Algo parecido piensa Yacqueline Salazar Herrera, directora artística del Ateneo Porfirio Barba Jacob, organización más que cercana por trayectoria al secretario Álvaro Narváez Díaz: “La Alcaldía de Medellín también no sólo conservó los programas de estímulos, sino que los amplió desde la pandemia y generó políticas de preferencia a organizaciones culturales sin ánimo de lucro”. Ahora bien, sobre las convocatorias hay varias quejas sobre la cantidad y los tiempos. No todas las opiniones apuntan a la misma dirección. Juan Camilo Maldonado, director de la Corporación Vialibre-Kamado Showmaker, cree que hay una sustitución de unas instituciones por otras, algo que ocurre en cada administración municipal. De esa manera, la defensa o la diatriba a la labor del funcionario están condicionadas por la cantidad de convocatorias y becas adjudicadas.

Hay muchas inconformidades por parte de los artistas con la administración. Se ha mostrado en cartas y en plantones. Foto de ilustración: archivo.
Hay muchas inconformidades por parte de los artistas con la administración. Se ha mostrado en cartas y en plantones. Foto de ilustración: archivo.

Mucho se ha dicho en este año que en la Secretaría de Cultura manda la cultura de la improvisación. Justo dice Maldonado que la raíz del malestar del gremio cultural con la alcaldía parte de los cronogramas de las convocatorias: se abren con tiempos muy precisos para montar proyectos sólidos. A principios de noviembre Maldonado prendió las alarmas porque a menos de un mes de su realización no había claridad respecto al desfile de Mitos y Leyendas y a Danzamed. Al final se hizo un proceso exprés para Danzamed y será la organización de Maldonado la encargada de llevarla a cabo. Sin embargo, eso no disimula el grado de improvisación de la Secretaría de Cultura Ciudadana. Jaiver Jurado Giraldo, presidente de Medellín en Escena y crítico de Narváez Díaz, considera que el desorden ha sido la nota dominante de esta administración. “Hemos tenido un desorden en el tema de sacar las convocatorias a tiempo. Ese desorden administrativo, que en parte tuvo que ver con la pandemia, debió haber sido superado en 2021, pero eso no ha pasado”, y alude a los procesos formativos para sostener su afirmación: “En lugar de salir en enero, estas convocatorias salen en julio o agosto”.

Una mirada similar tiene Yamili Ocampo Molina, directora de proyectos de la Fundación Ratón de Bibliotecas. En la entrevista con Yamili la palabra recurrente para describir la cultura de Medellín es crisis, una que adquiere cuerpo no solo en el recorte de ciertos programas o actividades –la suspensión temporal por falta de recursos de los servicios de las bibliotecas públicas los fines de semana o la incertidumbre en proyectos históricos, como el de Formación de públicos, que le permite a la población de los estratos vulnerables acceder a museos y teatros– sino en los índices de la salud mental de los niños y adolescentes de Medellín. En datos de Medellín Cómo Vamos la tendencia de intentos de suicido creció en la década que va del 2011 al 2020: comenzó en 57,7 en 2011 y llegó a 81,3 casos por cien mil habitantes en 2020.

Yamili se refiere a las condiciones económicas de los barrios: el hambre y la falta de expectativas de vida son realidades que deben enfrentar los artistas cuyo campo de acción está afincado en las periferias. En ese orden, los cambios abruptos en el ecosistema cultural no se restringen a ser las secuelas del triunfo de un proyecto político sino que inciden en la vida y salud de los habitantes. Menciona los casos de grupos culturales que además de dedicarse a las funciones del arte hacen las veces de primera línea de contención emocional de los jóvenes y niños. Yamili no se va por ramas al momento de hacer un dictamen del trabajo de la secretaría de cultura: “El último año de este gobierno ha generado una gran crisis cultural... Hay una gran desconfianza de las organizaciones sociales y culturales frente a cómo se manejan los recursos destinados a la cultura”, dice.

Dicho escepticismo ha derivado en protestas y comunicados en rechazo a decisiones gubernamentales. Los artistas del teatro y del circo han hecho marchas y plantones en las calles adyacentes al edificio Vázquez, y han apelado a los símbolos para dejar en claro su molestia con el trabajo de Narváez Díaz. En la primera mitad del año la mesa de Museos le hizo llegar a la secretaría de cultura unas cartas indicando la preocupación por la deriva en la que estaba el programa Formación de Públicos. Y así varios casos más: la claridad presupuestal respecto a la Fiesta del Libro se tuvo tarde –a la fecha de escritura de este artículo a algunos de los invitados no se les ha pagado los honorarios por su participación–. Y hasta el desfile de silleteritos, en plena Fiesta de Flores, estuvo en vilo: sus organizadores tradicionales publicaron una carta desistiendo de realizarlo por la demora de la secretaría de dar informes claros sobre los apoyos. Lo terminó haciendo la Alcaldía fuera del cronograma oficial.

El problema más grande de todo este panorama es que el secretario Narváez no escucha, no se da cuenta que el imperio está en llamas y como Nerón sigue tocando el arpa.

El papel de la empresa privada

Como ningún otro en Colombia, el empresariado antioqueño ha sido un actor decisivo en la cultura de la ciudad. Su historia en los asuntos públicos se remonta a las sociedades de ornato que durante parte del siglo XIX y del XX se preocuparon por la belleza y el orden de las calles y los barrios. Esto se refrendó con la gestión hecha a mediados del siglo para traer a la ciudad el proyecto bibliotecario que en un inicio la Unesco pensó para Manizales: La Pública Piloto. Así, de distintas maneras, los empresarios han tenido un papel protagónico en los procesos culturales de Medellín, a veces tras bambalinas, en otras en la mitad del escenario y ya más allá de solo lo bello. Comfama y Sura y las Fundaciones Familia y Éxito –para mencionar las más citadas por las fuentes– han abonado el trabajo de grupos de teatros, de bibliotecas comunitarias, de colectivos de danza. Un gestor cultural de larga trayectoria afirmó que sin estas empresas la cultura de Medellín sería pobre.

El dinero de la empresa privada ha alimentado a la cultura por dos caminos. El primero es el del mecenazgo. En este renglón los proyectos bibliotecarios y de Museos han sido los más beneficiados. Una muestra de ello es el porcentaje del presupuesto del Mamm que proviene de la empresa privada: 2.700 millones de pesos –el 37% del presupuesto de 2022–, muy por encima a lo recibido de la Alcaldía, el 13%. Es decir, para las finanzas de las grandes instituciones culturales de Medellín la empresa privada representa un salvavidas ante el congelamiento o atomización de los estímulos públicos. El segundo camino es el de compra de servicios: obras de teatro con mensajes institucionales, música para eventos internos. Las cifras del primer renglón son más significativas que las del segundo, pero estimulan a menos actividades culturales. “La empresa privada ha sido la salvadora de la cultura en estos últimos años... hace mucho tiempo las fundaciones empresariales que han respondido a su misión social”, dice Yamili.

Con esta luz se entiende la postura de los firmantes de la carta a favor de Sura en medio de los asedios de las OPA de los banqueros Gilinski. El texto menciona “una estrategia orquestada desde afuera para romper los tejidos empresariales y sociales de Medellín”. Sin mencionarlos de forma explícita, cuestiona los intentos de Quintero y de los magnates foráneos de menoscabar el poder del GEA. La narrativa al respecto es clara: la cultura en Medellín es un tejido cuyas hebras son el empresariado, los gestores y artistas y el Estado.

Sin embargo, por las limitaciones de los dineros y por la propia naturaleza del mecenazgo, no todas las artes ni todos los gestores se benefician del sistema. Hay voces que cuestionan los alcances y las formas de distribuir los auxilios del empresariado. “La gran empresa privada local sólo contrata y apoya a un círculo de organizaciones muy restringido”, dice Yacqueline Salazar Herrera. En este punto la secunda Juan Camilo Maldonado: “El apoyo de la empresa privada se canaliza en sus propias fundaciones. Las artes escénicas (danza, teatro, circo) difícilmente acceden a apoyos privados para sus procesos formativos, creativos, de circulación e investigación. No estamos en el radar de la empresa privada”.

Los grupos de mediano y pequeño tamaño deben vender sus productos a la empresa. Ese es el camino que ha tomado La Pájara Trueno –un colectivo feminista de teatro–, dirigido por Diana María Fuentes Jaramillo. La experiencia le ha enseñado a Diana que la forma eficaz para asegurarse el sustento es la de apuntarle a todas las formas de subsistencia, no consagrarse a una sola. “De la boletería no podemos vivir... de esperar estímulos del gobierno menos... de solo la empresa privada tampoco. La mente debe estar abierta al cambio y a la transformación para buscar nuevas fuentes de recursos”. Esta idea colisiona con la concepción del arte financiado por las becas y la chequera pública. Aunque Diana reconoce que los artistas se sienten huérfanos de la Alcaldía, también dice que la responsabilidad no descansa en exclusiva en el Estado.

¿Y los públicos?

La Encuesta de percepción de Medellín Cómo Vamos ofrece pistas para entender los rangos de satisfacción ciudadana respecto a la oferta cultural de Medellín. Los datos dibujan un mapa social y simbólico: en el suroriente (El Poblado) las cifras aprobatorias son más altas que en el sector nororiental (Aranjuez, Popular, Santa Cruz), donde casi la mitad de los encuestados manifestó insatisfacción. Robinson Meneses, comunicador y analista de cultura de Medellín Cómo Vamos, explica la circunstancia con el hecho de que en el suroriente tienen asiento la mayoría de las organizaciones sin ánimo de lucro y las empresas culturales de la urbe. El mapa coincide con los niveles de bienestar social: los territorios con mayores posibilidades de consumo cultural –El Poblado, La Candelaria y Belén– tienen una oferta nutrida y a la mano. Y asimismo las zonas con bajos niveles de desarrollo humano son las que menos opciones tienen para elegir.

Hay una cifra que revela las falencias de los procesos de formación de públicos informados y conscientes: el 49, 3% de los consultados por Medellín Cómo Vamos confiesa no participar en ninguna actividad cultural de la agenda de la ciudad. El siguiente escalón lo ocupan quienes fueron a cine –el 20,6%–, quienes leyeron un libro –el 17,2%–, y quienes asistieron a un concierto –el 8,8%–. En este punto hay que tomarse un segundo: la encuesta –cuenta Meneses– mide consumo y no calidad de lo consumido. En otras palabras, el 20% de ciudadanos que fueron a una sala de cine pudieron ir a la proyección de un filme alternativo o a la de un mega-éxito de Hollywood. Lo mismo ocurre con los demás ítems: quienes asistieron al concierto de Bad Bunny están en el mismo renglón de quienes fueron a un recital de la Filarmónica.

¿Y el futuro?

Independiente de cualquiera que sea la orilla en la que se ubican las empresas y las fundaciones culturales –sea en el lado de la Alcaldía o del empresariado–, ninguna ha sanado del todo sus finanzas. El Ateneo, por ejemplo, ha logrado un 80% de las metas de recursos para el año. El Mamm, por su parte, todavía no iguala las cifras de asistencia anteriores a los cierres por la pandemia. Las cifras de la economía cultural de Medellín son las de la supervivencia, todavía no las del progreso, y el sistema que lo sostenía fue estallado desde adentro y todos los ojos miran a la Alpujarra, el detonador, el detonante.

Si quiere más información:

Ángel Castaño Guzmán

Periodista, Magíster en Estudios Literarios. Lector, caminante. Hincha del Deportes Quindío.

x

Revista Generación

© 2024. Revista Generación. Todos los Derechos Reservados.
Diseñado por EL COLOMBIANO