El Estudio de Niño Lobo es un cuarto del apartamento en Envigado de Hernán Franco y Diana Solano. Un vistazo desde la entrada del sitio revela la profesión de ambos: en las paredes hay afiches de rock y guitarras eléctricas que se acoplan con la línea cromática del recinto. En efecto, ambos son diseñadores. Como en muchos casos, el trabajo financia la pasión. Las labores docentes y profesionales de ellos pagan las facturas de la vida diaria y, al tiempo, sirvan para hacer posible los proyectos de Niño Lobo. “Nosotros trabajamos para esto. Esto, en sí mismo, todavía no es un negocio rentable porque está muy lejos de tener las cifras de ventas de los vinilos”, dice Hernán.
Y ese espíritu entusiasta, que se mueve en la cuerda floja de los números, es el mismo que impregna al punk. Por eso no resulta asombroso que buena parte de los casetes que Niño Lobo produce sea de los grupos punk de Medellín y de Antioquia. Hay algo antisistema en hacer de las cintas el soporte bandera de los movimientos musicales alterno. Y ese algo no es otra cosa que la posibilidad artesanal de difundir música por fuera de los algoritmos de las plataformas musicales. El casete puede reproducirse, puede pasar de mano en mano. Además, apunta Diana, puede almacenarse. Es decir, cada quien puede tener su colección personal de música, una colección que no está anclada a ningún sistema virtual y, por lo mismo, solo le pertenece al dueño.
Niño Lobo no es una productora. En un estudio de diseño. Es decir, ellos hacen la parte visual de los casetes; no intervienen en la música. Las ganancias de las ventas de los productos se reparten entre Niño Lobo –que pone en la transacción los materiales y el trabajo– y los grupos – que ponen la letra y la melodía de las canciones–. De nuevo hay que hablar de la impronta punk del proyecto: se trata de la materialización del hazlo tu mismo, esa idea de los movimientos punk ingleses que pelecho en las comunas de Medellín. El hazlo tu mismo está por fuera de los cánones del virtuosismo y apela, sobre todo, al impulso primigenio de hacer arte con las herramientas que se tienen a la mano. Esto, por supuesto, deja por fuera las ambiciones comerciales, que han hecho de la industria de la música un cálculo económico y comercial. En otras palabras, Niño Lobo es un proyecto adolescente, una empresa que no quiere ser empresa.