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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Gesto antes de la lectura de cargos del Tribunal Penal de Manhattan por alterar la carrera a la Casa Blanca en 2024. Foto GETTY.
    Gesto antes de la lectura de cargos del Tribunal Penal de Manhattan por alterar la carrera a la Casa Blanca en 2024. Foto GETTY.

Trump vs Trump, retorno ¿inevitable?

Las primeras votaciones para ganar la candidatura republicana en EE. UU. le dan una amplia ventaja a Donald Trump; ni sus líos con la justicia parecen preocuparle. En el intento de reconquistar el poder, su carácter imprevisible es su peor enemigo.

Mauricio Jaramillo Jassir* | Publicado

Estos meses de campaña en EE. UU. serán clave pues Donald Trump buscará por todos los medios imponer la imagen de un Joe Biden impedido por su edad y haciendo énfasis en los lapsus (que no han sido pocos). Sin embargo, en el terreno de los debates que aparecerán en la segunda mitad del año es posible que de nuevo Trump desnude sus falencias. De acá a noviembre Trump dispone de una ventaja, eso sí, para nada definitiva, menos aun siendo tan imprevisible.

Hace cuatro años cambió drásticamente la historia de Estados Unidos con la aparición de la pandemia. Antes, el gobierno de Trump se preciaba de haber logrado un crecimiento histórico que derivó en una reducción notable del desempleo para 2019 (3,6%), la menor en los últimos 50 años gracias a la creación de más de 260.000 puestos de trabajo. Con su reforma tributaria puesta en marcha en 2017, se redujeron las cargas sobre empresas de 35% a 21% y alivió impuestos sobre los más ricos.

Ahora bien, hay que recordar que Trump recibió unas finanzas saneadas y en muy buena forma luego de 8 años de Barack Obama donde también se registraron niveles históricos de contracción de la inflación, aumento de empleo y crecimiento económico. No por nada, Biden hizo campaña basado en la idea de que había una “América corporativa” que no pagaba impuestos en proporción a la riqueza que ha venido amasando en las últimas décadas y que urgía una política de mayor redistribución.

Comenzando el 2020, todo parecía favorecer la reelección de Trump para los comicios de noviembre, sin embargo, dos hechos cambiaron drásticamente la correlación de fuerzas y exhibieron la peor cara del entonces mandatario republicano: la irrupción del coronavirus y el asesinato brutal de George Floyd. Con la pandemia, Trump no solo se ubicó entre los presidentes escépticos, sino que fue más allá y alimentó todo tipo de teorías conspirativas y, tal vez lo más grave, insinuó y alentó la utilización de salidas anticientíficas para tratar la enfermedad.

Aquello provocó una ruptura con una parte del establecimiento que, sin verlo con mucha simpatía lo toleraba por sus resultados en gestión económica. En el colmo de la extravagancia sugirió inyectar desinfectante o aplicar luz solar, una declaración que ningún miembro de su gabinete pudo relativizar o matizar. Se trató de una salida en falso pues para esa fecha ya habían muerto 50.000 personas que convertían a Estados Unidos por ese entonces (mayo de 2020) en la nación más golpeada por la pandemia. Aún se recuerdan las escenas de los cadáveres enlistados en Nueva York que dieron cuenta de la magnitud de la catástrofe sanitaria en, para colmo de males, el país más rico del mundo.

Con la campaña de “Black Lives Matter” (las vidas de los afrodescendientes importan) Estados Unidos llegó a niveles de polarización que no se habían visto en épocas recientes. En vez de asumir una postura de contrición y reconocer la gravedad de los hechos, el hoy candidato republicano optó por desafiar a los manifestantes con más despliegue de fuerza incluso llegando a chocar con las autoridades estatales en una nación donde el poder subnacional está en el ADN democrático, pues Estados Unidos antes que nada es una federación.

Todavía la gente le reclama que en pleno debate con Joe Biden en la televisión nacional y ante millones de espectadores no fue capaz de condenar la violencia supremacista, gesto que no solo da cuenta de su torpeza política, sino que evidencia hasta qué punto de manera genuina Trump no siente ningún compromiso claro respecto de los derechos los afros, históricamente discriminados. El propio Biden el día que fue sentenciado Derek Chauvin, el policía responsable de la muerte de Floyd, reconoció que Estados Unidos aún distaba de ser una democracia post-racial.

Y como si todo lo anterior fuera poco, Trump terminó incitando a sus seguidores a desconocer el resultado que le dio a Biden el tiquete a la presidencia y en un hecho tan inédito como grave, se presentó el asalto violento al capitolio en el que murieron 5 personas, entre ellas un policía. Es más, esta es la hora en que Trump no reconoce la victoria de Biden y ha dejado que entre sus seguidores crezcan las versiones que apuntan a un fraude facilitado por el voto por correo masificado por las circunstancias de la pandemia.

¿Por qué con todos estos escándalos a cuestas se habla de un retorno de Trump? Varias razones dan cuenta de una popularidad que aún le permite vigencia y con evidente facilidad conseguir la nominación del Partido Republicano. A diferencia de 2016 cuando tuvo que enfrentarse a la resistencia de varios sectores republicanos, entre ellos de los expresidentes (Bush padre lo tildó de fanfarrón) que veían con desagrado que un perfil de ese tipo abanderara los valores del republicanismo, esta vez de forma anticipada el resto de los candidatos ha venido haciéndose a un lado.

Ni Nicky Haley ni Ron de Santis pudieron contenerlo o siquiera dar la pelea. Trump consiguió rápidamente el primero objetivo que hace 8 años le fue más difícil, convencer al partido republicano que él era el mejor candidato. Aunque varios segmentos del conservatismo disienten con sus formas y su manera de ver la política, es indudable que el trumpismo es una corriente que llegó para quedarse.

En varios sectores decepcionados del establecimiento demócrata-republicano y animados por la incorrección política de Trump, se ve un potencial electoral que su partido no puede ignorar, pues sus miembros calculan que es su única chance de volver al poder en noviembre de este año. Incluso algunos se preguntan si en este punto es tal la polarización que existe más trumpismo que partido republicano.

El año pasado volvieron a la palestra cuatro procesos judiciales que antes que afectar la imagen de Trump le cayeron como anillo al dedo y lo pusieron en la agenda nacional. Se trató de las acusaciones por maniobras financieras para ocultar el pago a una mujer por no revelar una relación extramarital, el traslado de documentos clasificados a su residencia de Mar-a-Lago en La Florida, la obstrucción al proceso electoral de 2020 en el Estado de Georgia y la incitación a la violencia en el asalto del Capitolio en 2021. No parece posible legalmente que alguno de estos casos impida su candidatura, pues la Constitución no prevé inhabilidades, salvo en el caso de traición a la patria. Aunque parezca delirante, Trump podría hacer campaña y gobernar desde la cárcel, un supuesto que jamás ha ocurrido y como todo lo que rodea al candidato desafía a un establecimiento bipartidista y judicial poco acostumbrado a este tipo de excentricidades.

El principal escollo no son tanto las acusaciones judiciales, como los temores por algunas de sus opiniones expresadas durante el Covid relativas a la ciencia, los constantes llamados a la polarización y su poca habilidad para generar consensos mínimos en momentos en que urge capacidad de negociación en temas como la regulación al porte de armas, la migración, las tensiones con algunos gobiernos estatales como el de Texas, la despenalización de las drogas o la reactivación económica post Covid, que en sus inicios pareció un revés de Biden pero que cada vez camina mejor.

A pesar de que se cree que la política hacia América Latina podría reeditar la confrontación con Venezuela, es poco probable. En una segunda edición del trumpismo, la región no tendría peso capital máxime cuando la estrategia del aislamiento de Nicolás Maduro no produjo los resultados deseados. El propio círculo del expresidente reconoce que subestimaron al mandatario venezolano que parece más atornillado que nunca, por lo que es poco probable que Washington apueste por una confrontación con tan pocas chances de cambios reales.

Colombia siempre es un capítulo aparte pues es su principal aliada en la zona, aunque no siempre el país más relevante en su agenda (hoy por hoy lo es México). A pesar de que todos los gobiernos colombianos hayan intentado preservar buenas relaciones con demócratas y republicanos, el tema de la lucha contra las drogas genera disensos que en el pasado reciente llevaron a declaraciones displicentes de Trump sobre Duque, a quien acusó de no hacer nada para combatir el narcotráfico y la criminalidad.

Si bien el entonces presidente republicano trató de introducir recortes, el Congreso estadounidense, actor poderoso en política exterior, mantuvo en buenos términos la relación. Esta vez con un Petro tan activo en redes sociales sería todo un desafío a la alianza, aunque con Trump todo puede pasar. Con Andrés Manuel López Obrador, con quien se tenía expectativas de confrontaciones, terminó en buenos términos, en buena medida por el pragmatismo que ambos mostraron.

Un eventual retorno de Trump a la Casa Blanca significaría un drástico cambio en la estrategia internacional que seguramente representaría una merma considerable en el apoyo a Ucrania, el aislamiento de las instancias multilaterales en temas como calentamiento global, migraciones y derechos humanos, entre otros, y el resurgimiento de una retórica agresiva frente a una China empoderada en el Sur Global, a propósito de su postura sobre Gaza y Ucrania y la evidente doble moral de los países occidentales en ese respecto.

Las encuestas que todavía son muy prematuras le dan una ligera ventaja sobre Biden, que no es ni definitiva ni significativa como para pensar que su retorno a la Casa Blanca sea irreversible.

*Profesor Universidad del Rosario. Doctor en Ciencia Política. Su último libro es La izquierda, el centro y la derecha en Colombia (Tirant lo Blanch, 2024).

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