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  • En el teatro hay anécdotas y varias supersticiones. Foto Archivo
    En el teatro hay anécdotas y varias supersticiones. Foto Archivo

Las supersticiones del teatro que explican por qué Macbeth no

Evitar decir ciertas palabras, algunos colores y no desear suerte sino mucha, mucha mierda, son algunas de las supersticiones del teatro.

Laura Franco | Publicado

Dentro de una sala de teatro lo ideal es no decir la palabra “Macbeth”. Mejor incluso si el grupo nunca se aventura a montar la obra. Y si lo hace, lo consecuente es esperar lo peor: un evento funesto entre los actores o sus seres queridos; que llegue la enfermedad o la muerte.

La tragedia, escrita por William Shakespeare en el siglo XVI, está ambientada en la Escocia de la época, en un tiempo en el que la brujería era un tema usual de conversación. Para darle forma a la obra, el dramaturgo se basó en el tratado Daemonologie (o Demonología), escrito por el rey de entonces, James VI, quien, por demás, estaba obsesionado con el asunto desde que su madre María Estuardo, reina de Escocia, fue ejecutada por la reina Isabel I. Este evento y muchos otros de su vida los asoció con premoniciones satánicas.

En Daemonologie están registrados con detalle los supuestos métodos que tenían los demonios para acosar a los humanos, las características de los vampiros y lo imperioso de seguir persiguiendo a las brujas. Teniéndolo de referencia, Shakespeare lleva al escenario de Macbeth (que, se calcula, fue escrita en 1606 y publicada en 1923) a tres brujas que protagonizan los pasajes más oscuros de la trama.

–Giremos en torno de la ancha caldera,

y cuaje los filtros de la roja lumbrera.

Oculto alacrán que en las peñas sombrías

sudaste veneno por treinta y un días,

sé tú quien se cueza de todos primero

al fuego del bodrio que dora el caldero.

–¡No cese, no cese el trabajo, aunque pese!

¡Que hierva el caldero y la mezcla se espese!

Con este contexto de fondo, en el mundo del teatro se cree que la obra fue maldecida por brujas reales con el objetivo de vengarse por ver allí reflejadas —o reveladas— sus andanzas.

El nombre de la tragedia no puede decirse entonces sobre las tablas, cuenta Hildebrando Flórez, director de la compañía Tecoc, que ya vivió en primera persona las consecuencias de interpretarla. En 2013 cuando el grupo empezó a montar la obra todo se sintió al revés y, aunque no fue trágico lo que sucedió, se cumplió la profecía: hubo infortunios. Quien estaba dirigiendo la obra se enfermó, uno de los actores se aporreó en escena y, al final, cuenta, se les “desbarató” la obra por completo, todo por razones inexplicables. “Terminamos diciendo: no nos convenía o en realidad la obra sí está maldita”.

Como esta, cientos de historias más alimentan el mito. En 1947, Harold Norman, abocado al papel protagónico, murió durante una de las escenas de combate (herido por una espada). También se dice que hay quienes fallecen de forma repentina o rozan, como le ocurrió a Laurence Oliver cuando casi le cae encima un contrapeso, la muerte.

El color amarillo de Molière

Sobre las tablas ningún actor usará tampoco, nunca, ropa de color amarillo. ¿La razón? Evitar lo que le ocurrió en 1673 a Jean-Baptiste Poquelin (más conocido como Molière), quien, cuentan, en el estreno de su comedia “El enfermo imaginario”, en un teatro parisino, vestido de amarillo para interpretar el papel del hipocondríaco Argan, comenzó a sentirse indispuesto físicamente. Un dolor en el pecho le impidió continuar con la actuación y lo llevó a la muerte, horas después, en su casa por lo que se cree fue una tuberculosis.

Aunque el cuento no ha sido confirmado por ningún biógrafo o historiador, señala Iván Zapata, director del Teatro Popular de Medellín, el mito sigue siendo repetido entre las generaciones de teatreros.

Para la buena fortuna

La suerte en el mundo del teatro no se desea explícitamente. Hacerlo así, con un “te deseo suerte”, puede tener incluso el efecto contrario. Lo ideal suele ser apelar a los rituales del teatro isabelino (el que se desarrolló durante el reinado de Isabel I): desearle al actor que se rompa una pierna o que haya mucha, mucha mierda.

“Este dicho es mucho más común en Inglaterra. Allá dicen: Break a leg”, comenta Iván y explica que hace referencia a que se desea que la obra sea tan aplaudida por el público que el actor tenga que hacer tantas reverencias como para que, metafóricamente, llegue a romperse una pierna.

Tal expresión –por ser transmitida de manera oral e informal– tiene decenas de explicaciones y antecedentes posibles. Otra de ellas es que durante una puesta en escena de la obra Ricardo III, de Shakespeare, el actor David Garrick estaba tan fascinado con su papel que, según cuentan, solo se percató de que se había fracturado una pierna hasta el final de su interpretación.

De otro lado, se dice que las audiencias teatrales isabelinas llegaban, en ocasiones, a emocionarse tanto con una obra que, luego de los aplausos, golpeaban con los pies las patas de las sillas, llegando incluso a romperlas.

“En Europa también es muy popular desear mucha mierda”, continúa Iván, “que significa desear muchos éxitos”. La explicación a esta expresión tiene que ver con que cuando los espectadores asistían a las obras de teatro, llegaban en carruajes o a lomo de caballos, por lo que la cantidad de asistentes podía medirse según qué tanto cagajón había afuera de la sala. “Todas estas supersticiones son en últimas historias y relatos que no han sido del todo comprobados” finaliza, “lo que sí es cierto y seguro es que sala de teatro que se respete tiene goteras y fantasmas. Eso no nos puede faltar”.

Menos comunes

Hay creencias menos extendidas, pero igual de curiosas. Por ejemplo, aquella que afirma que en los teatros no se puede silbar porque trae mala suerte. La razón: en los escenarios teatrales antiguos, los técnicos se comunicaban silbando, por lo que un mensaje fuera de lugar, emitido por cualquier otro asistente, podía provocar un desastre.

Así mismo, están vetados sobre las tablas los claveles y las plumas de pavo real. Los primeros porque eran la flor con la que le anunciaban a los actores que no continuarían con contrato para la próxima temporada: un ramo de claveles llegaba al camerino con las malas nuevas. Las segundas porque, al ser similares a un ojo, pueden llevar malas energías (o “mal de ojo”) a los escenarios

Si quiere más información:

Laura Franco Salazar

Periodista convencida de la función social de su profesión, de la importancia del apoyo mutuo, la educación y el arte.

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