Una cifra me da vueltas en la cabeza desde hace varias semanas: 90.000 dólares.
Es el dinero que deben recibir cada una de las 23 jugadoras de la Selección Colombia que hace poco eliminaron a una potencia del fútbol femenino y llegaron a los cuartos de final del Mundial de Australia y Nueva Zelanda.
Mal contados, son 370 millones de pesos. Y digo que no he dejado de pensar en ese número porque ahora que la euforia pasó, ahora que esas mujeres berracas y sin complejos ya no son portada, temo que esa platica se pierda en el camino.
Si nos atenemos a la forma de actuar de los dirigentes del fútbol en Colombia —todos hombres— eso es lo que va a pasar, porque la FIFA cambió las reglas de juego en pleno Mundial y decidió que el dinero no llegaría directamente a las jugadoras, sino que sería transferido a las federaciones nacionales para que estas se lo entregaran a las mujeres.
Los dirigentes que ahora tienen los 2,1 millones de dólares de las jugadoras son los mismos que vetaron a las futbolistas que denunciaron que los premios ganados por ellas en campeonatos continentales iban a parar a los bolsillos de los jugadores hombres. Son los mismos que quisieron cancelar la liga local de 2019 cuando las jugadoras le contaron al país que un director técnico les cobraba por entrenarlas y que la Federación las obligaba a pagar los tiquetes aéreos y los uniformes (que además les quedaban grandes, porque eran los de los hombres). Son los mismos que han guardado silencio frente a las denuncias de acoso y abuso sexual en la Sub-17.
Los dirigentes que ahora tienen esos 2,1 millones de dólares de las jugadoras son los mismos que cuando la selección femenina ganó el oro en los Panamericanos de Lima 2019 no fueron capaces de bajar a felicitarlas. Son los que se llenan la boca diciendo que han hecho “todo por apoyar el fútbol femenino, pero este sigue sin ser un negocio rentable”. Lo que no cuentan en voz alta es que rechazaron una oportunidad de oro en diciembre pasado, cuando una empresa extranjera ofreció pagar 3 millones de dólares y patrocinar la liga profesional femenina durante cuatro años. Los señores dijeron que no, y eran tan cínicos que no tenían otro plan en ese momento.
Los dirigentes que ahora tienen los 2,1 millones de dólares de las jugadoras son los mismos que no han querido organizar una liga profesional femenina que las futbolistas puedan jugar todo el año, razón por la cual sigue siendo un milagro que una mujer logre vivir de jugar al fútbol en Colombia. Son los mismos que dicen que la igualdad salarial entre futbolistas hombres y mujeres se le tiene pero se le demora, porque es imposible pagar lo mismo mientras el fútbol femenino no tenga hinchadas consolidadas. Lo que no dicen es que el equipo masculino de Santa Fe no ha logrado tener este año una taquilla tan alta como la del Santa Fe femenino, que ganó la final frente al América y volvió a clasificar a la Copa Libertadores. Y también se quedan calladitos cuando se les pregunta cómo construir una hinchada permanente si a los equipos femeninos les toca jugar en horarios irracionales y salir a la cancha en Cali o Barranquilla a la 1 de la tarde. O si el 83% de los partidos de las mujeres no van por televisión abierta sino por un canal de YouTube, a una sola cámara, sin narración y sin gráficas.
Claro que las condiciones han mejorado. Los directores técnicos ya no les cobran a las jugadoras por convocarlas o entrenarlas, ni por los pasajes o la indumentaria, que por fin dejó de ser la que sobraba de los hombres. Pero estamos muy lejos de la igualdad real, porque buena parte de las que no pueden irse del país siguen ganando el mínimo en Colombia, por jugar solo tres o cuatro meses al año. Y eso cuando tienen contrato, y no un auxilio mensual porque ni siquiera las consideran profesionales.
Después del Mundial en el que la selección femenina eliminó a Alemania, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol pidió “paciencia” para lograr la igualdad entre hombres y mujeres futbolistas. Pero este presente que sigue siendo injusto muy pronto va a ser cosa del pasado. Así como las españolas, cuyas jugadoras renunciaron en masa porque el presidente de su federación parece un macho cavernícola del siglo XVIII, las futbolistas colombianas —que en los últimos años han hecho mucho más que todas las selecciones masculinas juntas— han dejado claro que se les acabó la paciencia.
Se nos acabó la paciencia, señores.
*Politóloga y periodista. Cofundadora y editora general de Vorágine.
Laila Abu Shihab estará en la conversación Juegan como niñas de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín.
Viernes, 15 de septiembre, 6:30 p.m.