x
language COL arrow_drop_down
Generación — Edición El Cambio
Cerrar
Generación

Revista Generación

Edición
EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • El sincretismo de imágenes del catolicismo mezcladas con deidades venezolanas se palpa en las vitrinas del centro de Medellín. Foto Carlos Velásquez.
    El sincretismo de imágenes del catolicismo mezcladas con deidades venezolanas se palpa en las vitrinas del centro de Medellín. Foto Carlos Velásquez.

Santería venezolana se mezcla con la religiosidad paisa

El culto a los santones venezolanos se ha extendido por la ciudad, haciendo que florezca el comercio de riegos, velas e imágenes politeístas.

Ángel Guzmán | Publicado

En el centro comercial Las Orquídeas, al lado de la Iglesia de la Veracruz, un venezolano de cejas pintadas de azul/verde suelta el conjuro para “amarrar” a una persona. Dispara las palabras a una velocidad que hace difícil entenderlo. Las calles de esta zona céntrica de Medellín son un hervidero de prostitutas, vendedores ambulantes, turistas y ladrones que aprovechan cualquier descuido para rapar una billetera.

Al final de la retahíla el hombre dice que le bastan el nombre completo de la amada y su fecha de nacimiento para quitarle la paz hasta que vuelva al lado de quien contrató el hechizo. Le pregunto si no está mal “atar” a alguien. Con un gesto de la mano espanta la duda, dice que él hace estos trabajos cuando un tercero ha dañado una relación y una de las partes originales quiere que vuelvan a la normalidad. Detrás de una vitrina una rubia de mediana edad mira al hombre hacer su performance.

Luego el hombre toma una imagen de cerámica de Yemayá, la orisha que en la mitología yoruba es la diosa de la fertilidad y del mar, y la limpia y la besa. Es su patrona. Me acerco a la mujer, le pregunto si cree en estas cosas. Dice que no, que es católica. “Además, yo estudio Psicología”, dice para zanjar el asunto. Con la llegada de los venezolanos, la venta de estas estatuas se ha vuelto un buen negocio.

El hombre dice que es santero, palero y espiritista. Le pregunto si los rezos en realidad funcionan. “Depende de la fe que usted le ponga. La fe mueve montañas”, responde. Para apuntalar su idea alude al caso de un niño de otra ciudad que fue curado por sus rezos. “Todos los que estaban con él murieron, pero él se salvó”. Le pagan cincuenta mil pesos por sus servicios. Imposible no pensar que la fe y el dinero siempre han estado juntos. No hay la una sin el otro.

La migración venezolana ha extendido las prácticas de la santería y la palería en Medellín, creencias que son un ejemplo del mestizaje cultural y étnico de América Latina. Los dioses africanos compartieron el destino de esclavitud que las naciones de Europa les impusieron a miles de yorubas, bantues, igbos y congos. Al igual que sus devotos se mezclaron con los blancos y los indígenas, estas deidades lo hicieron con los dioses prehispánicos y con los santos cristianos. Para comprenderlo basta con mirar la piel y conocer algo de las tres potencias venezolanas: María Lionza, el negro Felipe y el cacique Guaicaipuro. Esta trinidad proletaria y mágica está más acorde con la historia del continente que la trinidad del catolicismo, compuesta por una paloma y dos hombres blancos de distinta edad.

Una espiritualidad marcada por la supervivencia, que no se entiende sin el sincretismo y el viaje. Rasgos que son las caras de la misma moneda: para sobrevivir, los dioses de los pueblos derrotados entraron de contrabando en los altares de los vencedores. Tal sincretismo se ve en las estanterías de los negocios que en Medellín venden estas imágenes: las estatuas del Niño de Atocha comparten vitrina con las de Changó o con las efigies de la santa muerte.

Un vistazo revela que las creencias no son puras, sino híbridas, mestizas. El santero del inicio de este texto invoca en su auxilio a más de un espíritu. Si un rezo a Oshún no rinde resultados, el devoto acude al poder de las plantas o a la magia de los riegos. En la lucha por la vida todo está bien visto.

En Medellín viven, rezan y trabajan más de 250 mil migrantes venezolanos. La mayoría no se sienten forasteros: quieren hacer su vida aquí. Esto, sin duda, transformará la cultura, la gastronomía, el habla, el cortejo, el baile y la religiosidad paisa. Tal vez uno de los resultados accidentales de la llegada de los venezolanos a la capital de Antioquia sea el de inyectarles melanina a los santorales, de darles un cariz politeísta y picarón a las formas en que los habitantes de este valle se han relacionado con el misterio del universo.

Ángel Castaño Guzmán

Periodista, Magíster en Estudios Literarios. Lector, caminante. Hincha del Deportes Quindío.

x

Revista Generación

© 2024. Revista Generación. Todos los Derechos Reservados.
Diseñado por EL COLOMBIANO