Sietecueros, contracapitanas de Mompox, zarzaparrillas, puntas de flecha guyanesas, o las codiciadas quinas que, con sus propiedades febrífugas y antimaláricas, exportadas por Mutis a Europa, financiaron la construcción del Observatorio de Santafé... Muchas de ellas son los primeros retratos científicos de la diversidad botánica del país y algunas, como la de la lobelia —Centropogon ignoti-pictoris—, son los únicos registros que quedan de especies hoy extintas.La expedición de Mutis abarcó unos 8.000 kilómetros cuadrados del centro del país, en zonas aledañas al río Magdalena, mucho menos de lo que habría querido el botánico, que soñaba con inventariar la flora de todas altitudes desde el istmo de Darién, en Panamá, hasta la selva amazónica. Aun así, como decía el botánico e historiador Santiago Díaz-Piedrahíta, “fue la máxima empresa científica del periodo colonial, marcó una época y se convirtió en referente obligado de la ciencia colombiana”.Han pasado más de doscientos años desde las expediciones botánicas españolas, pero todavía persiste el pensamiento colonialista que trata la naturaleza como una despensa, esa que tenemos al borde del colapso. Necesitamos nuevas expediciones, mover el pie afuera de la nociva ficción de que el mundo nos pertenece y es una mina de beneficios que en nada nos compromete. Y es preciso que hoy los museos y los jardines botánicos sean espacios para cultivar una sensibilidad colectiva que nos acerque a eso que no conocemos, no con la ilusoria pretensión de dominar, sino de entender y cuidar las complejas dependencias mutuas que sostienen la vida en la Tierra. * Biólogo magíster en Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad | Publicado

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