Si hace más de 50 años el ingeniero William Lalinde no hubiera avistado la portada de un libro de astronomía en un puesto de trabajo de uno de sus compañeros tal vez Medellín no tendría un planetario.
La escena se sitúa a comienzos de la década de 1970, cuando Lalinde, ingeniero civil de profesión, trabajaba en el departamento de carreteras de la firma Integral y tuvo que ir a los puestos de trabajo de otra área para resolver un chicharrón.
“Un día nosotros teníamos un problema con una estructura en una carretera y fui al puesto de Octavio Restrepo, otro ingeniero civil pero del departamento de estructuras, a consultarle cómo íbamos a resolver eso. Ví que tenía sobre el escritorio un libro que decía en letras grandes: Astronomía. Ya no recuerdo el nombre completo”, reconstruye Lalinde.
Poniéndole pausa al trabajo, William le pidió a Octavio que lo dejara ojear el libro. Así no sólo descubrieron que a ambos les apasionaba la astronomía, sino que comenzarían sin saberlo a andar un camino que los terminaría llevando a la fundación de una de las más importantes asociaciones de entusiastas por la ciencias del espacio en Medellín, todavía activa y que está por ajustar 50 años: la Sociedad Julio Garavito para el estudio de la Astronomía.
Aunque la pasión por el cosmos tiene antecedentes en Medellín que se remontan más de un siglo atrás, no sería hasta la década de 1970, y por cuenta sobre todo de la persistencia de Lalinde y Restrepo, que la mayor parte de los grupos de estudiosos y aficionados dispersos por toda la ciudad terminarían trabajando en un mismo equipo.
Y es que, si bien la ciudad tuvo que esperar hasta hace cuatro décadas para tener un lugar consagrado al estudio y la apreciación de los misterios del espacio, la lista de precursores en esa pasión en Medellín es nutrida.
A mediados del siglo XIX estudiosos como el médico Andrés Posada Arango ya estaban fascinados con aprender y divulgar la astronomía.
Ya entrado el siglo XX, además de espacios como el torreón del Claustro de San Ignacio (que funcionó como observatorio meteorológico y astronómico), en la ciudad también apareció la exótica estructura del Palacio Egipcio – la casa de Fernando Estrada Estrada–, que incluyó la construcción de una pequeña torre para hacer observaciones privadas.
A finales de la década de 1950, poco después de que en 1955 el colegio San José terminara de construir su nueva sede en el barrio Sucre, el hermano Daniel González Patiño empezó no solo a empujar la enseñanza de la astronomía entre los estudiantes de esa institución, sino a impulsar la creación de un observatorio.
Este último lugar, que luego de varias reformas sigue funcionando bajo el cuidado del ITM y es el más avanzado de la ciudad, comenzó a operar a finales de la década de 1960 con un telescopio Carl Zeiss importado de Alemania y donado por el empresario Diego Echavarría Misas.
Fiebre por el cosmos
A partir de la segunda mitad del siglo XX el inicio de la carrera espacial entre la Unión Soviética y Estados Unidos también cautivó la imaginación y la pasión por la ciencia en Medellín.
A través de los periódicos, a la capital antioqueña también llegaron las noticias de hitos como el lanzamiento del primer satélite en 1957, la llegada de la primera sonda a la luna en 1959, la llegada de las primeras misiones tripuladas por humanos al espacio en 1961, la primera caminata espacial en 1965 y la llegada de la primera misión que caminó sobre la superficie lunar en 1969.
En la década de 1970, en la que se lograron hitos como la puesta en órbita de la primera estación espacial, la llegada de las primeras sondas a Marte o el lanzamiento de las sondas Voyager (todavía hoy los objetos humanos que más profundo se han adentrado en el espacio), en Medellín la fiebre por la astronomía hizo que por fin se sacara del papel la idea de construir un lugar dedicado al encuentro de los aficionados por las ciencias del espacio.
Tal como lo reseñó EL COLOMBIANO en un artículo publicado el 7 de septiembre de 1977, el primer proyecto de hacer un planetario ya se venía fermentando desde 1967, durante la alcaldía de Jaime Tobón Villegas.
Aquel primer boceto se llegó a incluir en un plan de parques, en el que se pensó que el futuro complejo podía erigirse bien fuera en el Cerro El Volador o en los terrenos del Parque Norte.
En enero de 1971, el proyecto logró entrar en los planes de la Beneficencia de Antioquia (Benedan), que señaló tener una partida de $10 millones que serían invertidos en un espacio para la recreación de la ciudad.
En una misma bolsa, Benedan señalaba que el dinero podía ir bien fuera para dicho planetario o también para un hipódromo, un casino, un teleférico o una ciudad de hierro.
En aquel primer proyecto, según reseñó este diario, se llegó incluso a cotizar cuánto valdría el planetario, calculándose que los equipos, de la casa alemana VEB Carl Zeiss Jena, valdrían unos $5,5 millones y el edificio unos $800.000, para un total de $6,3 millones.
Haciendo números un tanto optimistas, se pensaba que, luego de abrirse, si al día entraban unas 600 personas que pagaran una boleta de $10 ($5 para estudiantes) se podrían recolectar ingresos por $1,5 millones al año, permitiendo recuperar la inversión en un horizonte de 5 a 6 años y con un rendimiento promedio del 2%.
Sin embargo, más allá de esos primeros bosquejos, la idea se fue embolatando, los alcaldes fueron sucediéndose y el proyecto empezó a acumular polvo.
Amigos de ciencia
De regreso a las oficinas de Integral, todavía sin pensar en un planetario, William Lalinde y Octavio Restrepo continuaron trabajando y conversando sobre astronomía en los ratos libres.
Por esos días, Lalinde cuenta que le surgió la idea de rescatar del olvido un comité dedicado al estudio de las matemáticas y la ciencia en general que hacía algún tiempo se había marchitado en la Sociedad Antioqueña de Ingenieros (SAI).
Con el resurgimiento del comité, en la SAI renacieron las tertulias sobre astronomía.
En medio del entusiasmo, el ingeniero explica que comenzaron a enterarse de que en la ciudad había más grupos de estudiosos de la astronomía.
A diferencia de los tiempos virtuales en los que dar con alguien es cuestión de un correo electrónico o un par de clics, los ingenieros se embarcaron en la tarea de contactar y conocer, muchas veces solo del voz a voz, a todos los grupos que compartían su pasión.
Así dieron por ejemplo con la referencia de William Cock, quien lideraba un grupo de astronomía que se reunía en su casa, en la que además tenía un observatorio.
“Él era un hombre muy hábil, muy práctico y que sabía muchísimo. Buscamos la dirección de él, le pedimos una cita, fuimos a la casa y nos reunimos con él y con su gente”, apunta Lalinde.
En medio de esa búsqueda también dieron con otros entusiastas como Antonio Bernal, quien lideraba otro grupo, y con el profesor Diógenes Gil, que dirigía otro grupo que se reunía los sábados en la Universidad de Antioquia y que también escribía en El Colombiano una columna sobre temas de física y cosmología.
Aunque al principio todos comenzaron a volverse simplemente amigos alrededor de la astronomía, encontrándose en lugares como el Cerro Nutibara o municipios como San Rosa y Yarumal para hacer observaciones en noches despejadas, la camaradería terminó en que todos se entusiasmaron con la idea de crear una sociedad de astronomía para Medellín, que finalmente se bautizó en honor a Julio Garavito y se constituyó formalmente el 26 de Julio de 1975.
En este punto de la historia, y apenas un año después de creada la sociedad, un día resurgió el tema del planetario que nunca se había construido.
Lalinde explica que uno de los más empapados del tema era Francisco Restepo Gallego, más conocido como Pacho Cohetes, apodo que se labró desde sus tiempos de estudiante de Ingeniería Mecánica en la Universidad Pontificia Bolivariana y se volvió célebre al ser el primero en intentar lanzar cohetes en las mangas de esa universidad.
“Lo hizo con mucho éxito. Lograba alturas incluso de un kilómetro y hasta dos kilómetros. Él había participado como asesor en esas primeras ideas del planetario y nos invitó a que desde la sociedad retomáramos la idea, lo mismo que el Dr. Jorge Rodríguez Arbeláez, director del Instituto de Integración Cultural”, añade Lalinde.
La sociedad se apersonó entonces del proyecto y empezó a recolectar información, visitando planetarios en Estados Unidos (San Diego, California, Nueva York) y Brasil, cotizando equipos con los fabricantes y moviendo la idea en conferencias y reuniones.
En 1977, Lalinde señala que una antigua compañera suya de la Facultad de Minas llegó al Departamento de Planeación de Medellín, desde donde volvieron a abrir las orejas a la idea.
Tras formular un estudio de prefactibilidad en el que participó la sociedad Julio Garavito, lograron que el proyecto entrara al Plan de Desarrollo y allí ya no hubo marcha atrás.
Sorteando desafíos financieros, finalmente el proyecto salió a licitación, se empezó a construir y abrió sus puertas oficialmente al público el lunes 15 de octubre de 1984, con cuatro presentaciones diarias y una entrada a $50 pesos, $25 para niños de 10 años o menos.