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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • En la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, esta imagen de María Antonieta decapitada fue una de las más impactantes. Fue la reina consorte de Francia hasta 1793. Foto: Getty
    En la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, esta imagen de María Antonieta decapitada fue una de las más impactantes. Fue la reina consorte de Francia hasta 1793. Foto: Getty

París, llena de símbolos

La fiesta de los Juegos Olímpicos será inolvidable; los franceses hicieron de su capital una gran ciudad del deporte, un supercoliseo donde compitieron los héroes modernos.

Por: Luz María Sierra | Publicado

París ha sido referencia obligada en los grandes y también los pequeños momentos de la historia. Desde el “París era una fiesta”, de Hemingway; o el “siempre nos queda París”, en Casablanca; hasta el “París bien vale una misa”, de Enrique de Borbón, el protestante que eligió convertirse en católico para poder gobernar la ciudad; o la pregunta que hizo Hitler –“¿arde París?”– cuando ya se veía perdido y había ordenado dejar en cenizas la ciudad antes de que la rescataran los aliados.

Ahora podría acuñarse otra frase: “Los Olímpicos antes y después de París”. La asombrosa fiesta a la que ha convocado Francia a 206 países del mundo (los únicos no invitados han sido Rusia y Bielorrusia) no tiene parangón. París les ha dado un regalo inolvidable no solo al deporte y a los cientos de miles de millones de ciudadanos del mundo interesados en él, sino que ha hecho de las Olimpiadas una poderosa proclama política.

El mundo, que hoy vive asfixiado por las guerras, por la angustia de hordas de migrantes que van de un lado a otro tratando de encontrar un hombro donde apoyarse y, por qué no, por uno que otro incompetente que se amarra al poder con mezquindad, de repente recibió un tanque de oxígeno desde la ciudad luz, que rindió homenaje a muchas de las cosas que están bien en la humanidad. No es exagerado decir que la puesta en escena de los Juegos de 2024 es uno de los más gratificantes momentos del planeta en los últimos tiempos.

Los Olímpicos venían algo de capa caída. O al menos con serias dificultades. Los de Invierno en Sochi, en 2014, padecieron un terrible escándalo de dopaje por el cual Rusia quedó vetada y no ha podido volver a participar desde entonces. El documental Ícaro, ganador del Óscar, lo retrata en detalle. Los de Verano de 2016 en Río no cumplieron los estándares. Por no hablar de los de Tokio en 2020 a los que la pandemia los convirtió en los Olímpicos más tristes de la historia.

A eso se le suma el costo: Beijing invirtió la friolera de 53.000 millones de dólares y Sochi gastó 50.000 millones, pusieron la vara tan alta que ya pocas ciudades creen poder aspirar a esas ligas estratosféricas. En Grecia hay quienes echan culpas y dicen que la quiebra del país tuvo un detonante en los juegos de Atenas en 2004. Y Montreal ha dicho que se demoró 30 años en pagar la deuda de los olímpicos de 1976. De hecho, para 2024 se anotaron cinco candidatos (París, Roma, Hamburgo, Budapest y Boston) y cuatro se retiraron antes de la decisión. Francia les ha vuelto a dar a los Olímpicos su lugar en el mundo. París 2024 no hay que leerlo solo en clave de marcas deportivas. Los franceses tuvieron la ambición de convertir la ciudad en el concepto mismo del evento, no se trató simplemente de organizar unas competencias deportivas, sino de hacer de los juegos un vehículo para lanzar un manifiesto sobre lo que es Francia y los principios en los que cree. La ceremonia inaugural ha sido, sin duda, la más espectacular de cualquier otra Olimpiada. Las de Beijing o Barcelona también han tenido el toque de inolvidables –y otras como la de 1936 se recuerdan por el lado oscuro de la propaganda nazi–, pero ninguna como París se atrevió a tanto. La ciudad se convirtió en el escenario para una representación de teatro a gran escala desde el Puente de Auterlitzs –que dio la partida del evento con una bella cortina de humo de orilla a orilla del río con los tres colores de la bandera de Francia–, hasta Trocadero, en donde Celine Dion cantó encaramada en la mitad de la Torre Eiffel el Himno del Amor.

Y así a lo largo de seis kilómetros del río se pusieron en escena doce obras, una más impactante y simbólica que la otra, porque de eso se trató la ceremonia: de símbolos y de impacto. Como la escena de Lady Gaga, que con una elegancia muy parisina, salió de una estación de metro construida para la apertura, bajó por una soberbia escalinata, rodeada de bailarines con pompones rosados para rendir homenaje como reina del pop a la tradición del cabaret parisino. O la actuación de la rapera, Aya Nakamura, migrante de Mali a los suburbios de París, de allí saltó a la fama gracias a su talento puesto en Facebook y hoy es la cantante francesa más conocida del mundo, que interpretó acordes de su éxito “Djadja” entrelazado con versos del clásico Charles Aznavour “La Bohemia”. O la manera como la mezzosoprano Axelle Saint-Cirel reinterpretó La Marsellesa, vestida con los colores de la bandera de Francia, y encima del techo del Grand Palais, mientras caía la lluvia, parecía el emblema mismo de la revolución.

Y uno de los momentos más potentes, desde lo teatral, fue en el Palacio de la Ciudad (Conciergerie), donde estuvieron presos María Antonieta y Napoleón III, que sirvió de escenario la noche de apertura para un dueto impensado, el grupo de heavy metal Gojira con la cantante de ópera Marina Viotti entonaron “Todo estará bien, todo estará bien, todo estará bien ¡Los aristócratas serán ahorcados!” mientras en las ventanas del edificio medieval aparecían figuras sin cabeza de María Antonieta, retroiluminadas en rojo.

Más allá de la genialidad de hacer puestas en escena de altísima calidad en los monumentos más emblemáticos de la ciudad, se hizo evidente esa síntesis de lo clásico y lo vanguardista, una selección de lo global y lo local, y sobre todo mostrar a París como la ciudad que acoge a todos.

El hilo conductor de la historia es el trayecto de la llama olímpica en la que intervienen todo tipo de referentes históricos y al final la lleva un jinete enmascarado que cabalga por el Sena, pero también por los tejados, haciendo maniobras de parkour, hasta llegar a la Torre Eiffel. Como nunca se reveló la identidad cada cual le puso una etiqueta según su imaginario: algunos pensaron en el fantasma de la ópera y otros en las figuras del videojuego Assassin’s Creed. Pero como dijo uno de los creadores del guión de la noche: “La jinete es lo que cada uno quiera que sea: puede ser la diosa gala Sequana que da a luz al Sena, puede parecerse a Juana de Arco si se quiere, pero si piensan en el caballo de Beyoncé también está bien”.

El jinete entrega la antorcha en Trocadero, a los pies de la Torre Eiffel, al futbolista Zinedine Zidane, y comienza a pasar por las manos de otras leyendas, el tenista Rafael Nadal, que la llevó con Serena Williams, la gimnasta Nadia Comaneci y el atleta Carl Lewis, al museo del Louvre. Para finalmente ser encendido el pebetero, otro nuevo monumento de la ciudad: un anillo de siete metros, pendiente de un globo aerostático de 30 metros de diámetro ubicado en los jardines de las Tullerías que se ha vuelto otra nueva atracción turística, a tal punto que a pesar de tratarse de un espacio amplio es necesario reservar las entradas y están agotadas. El 86% de los franceses se declararon orgullosos de lo que vieron. Ovación global. Con la dirección del director teatral Thomas Jolly, durante seis meses (diciembre de 2022 a junio de 2023) formaron un colectivo de escritura del guión general de toda la ceremonia el historiador Patrick Boucheron, la guionista Fanny Herrero, la novelista Leïla Slimani y el teatrista Damien Gabriac.

El historiador Boucheron resumió: “En este caso, queríamos contar la historia de una ciudad que acoge al mundo y hace gala de sus poderes imaginantes, poderes que son lo contrario de la fuerza, porque no son marciales —cuando la Patrouille de France despega, es para dibujar un corazón en el cielo de París—”. Pero no fue solo la apertura, sino los juegos mismos que suelen tener lugar en un complejo deportivo donde es relativamente fácil y rápido pasar de una cancha a otra. Pero París se echó al hombro el desafío monumental de convertir a la ciudad en el escenario: no solo en la inauguración sino que convirtió los grandes monumentos en parte del tablado. Pusieron a la historia, literalmente, a entrar en el juego.

De manera que se inventaron una cancha de voleyball de playa a los pies de la torre Eiffel con lo cual las fotografías al atardecer son alucinantes. Llevaron los saltos ecuestres a la inmensa explanada del Palacio de Versalles una oportunidad única en la historia para atletas y espectadores trasladarse 400 años atrás en la historia. Los deportes urbanos, como el skateboard, el baloncesto 3x3, el breakdance o el bmx freestyle tuvieron lugar en la Concordia, símbolo de la revolución, donde decapitaron a María Antonieta y a Luis XVI. Por demás, se logran extraordinarias imágenes de los atletas que vuelan por el aire teniendo al fondo el obelisco que con sus 230 toneladas de peso y 22 metros de altura trasladaron desde el Templo de Luxor, de la antigua Tebas en Egipto en una epopeya que le tomó seis años a Francia en el siglo 19. En el Grand Palais montaron las competencias de esgrima. Y la maratón, salió del Hotel de Ville y en su recorrido fue contando la historia de Marcha de las Mujeres sobre Versalles, un momento crucial de la Revolución Francesa.

Adicionalmente, se vieron detalles que tal vez por aparentemente simples no han trascendido, pero que también retratan el espíritu de estas justas. La insignia de los juegos es una versión en caricatura del gorro frigio, símbolo de la libertad, y el detalle es que hicieron uno especial para los Juegos Paralímpicos: el muñeco del gorro frigio con una pierna artificial. El tema de la sostenibilidad también ha sido un mantra. No se usan vasos desechables, por ejemplo. Quién compra una gaseosa debe pagar dos euros más, porque el vaso es retornable. La descontaminación del Sena no es flor de un día. La inversión que hicieron, que fue la más grande de los Olímpicos, servirá para que los parisinos puedan volver a nadar en el río, algo que estaba prohibido desde 1923, y proteger la biodiversidad, como parte de un plan de 1.400 millones de euros para limpiar el río. La alcaldesa de París hizo historia al nadar en el río el 17 de julio, más allá de las críticas, y de quienes arengan que no se logró la descontaminación, lo cierto es que por ahora en promedio el 70% de los días el agua pasa la prueba de seguridad. El problema son las lluvias torrenciales porque los depósitos de aguas pluviales, como el que construyeron en Austerlitz, se desbordan.

En el caso de la ceremonia de apertura las redes se han ensartado en debates de esta nueva inquisición por una supuesta burla a la última cena. El director Thomas Jolly tuvo que salir a explicar que la escena que desató la polémica se refería a otros dioses. “Creo que estaba bastante claro que era Dioniso quien llegaba a esa mesa. Está ahí porque es el dios de la fiesta y el padre de Secuana”, la diosa del río que cruza París. “La idea era hacer un gran festival pagano, conectado con los dioses del Olimpo”. Y complementa Boucheron: “Nuestras referencias eran más bien para jugar con las connotaciones dionisíacas, y el hilo que teje entre la Grecia olímpica y París, porque Dionysos, o más bien Denis, es el padre de Sequana. Así que esta gran mesa es un festín para los dioses, que se convierte en la pasarela de un alocado desfile de moda”. La prueba de que se trataba de Dionisio, el dios griego, Baco (nombre romano), está en el trino que publicaron en la cuenta oficial de los Juegos Olímpicos a las 10:06 de la noche, en el mismo momento en que en la televisión de todo el mundo se veía la escena en directo: “Escuchen... ¡Dionisio tiene algo que decirnos! La violencia no tiene espacio en nuestro mundo”. En donde mostraban una bacanal las redes vieron la última cena. Eso son las redes: el reino de la tergiversación, la cancha en donde los radicales tienen todas las de ganar. Donde los instintos más básicos triunfan sobre la razón con el único propósito de provocar indignación y enemistar a medio mundo con el otro medio mundo.

Pero realmente eso no es lo que vale la pena. Ese debate es apenas un grano de arena ante la majestuosidad y el significado de París 2024: la más espectacular, emotiva y valiente inauguración de Juegos Olímpicos de la historia.

La historia detrás de la escena final de la ceremonia de apertura tiene mucho de drama. Édith Piaf, la cantante francesa más universal gracias a éxitos como La vie en rose, se enamoró locamente del boxeador más importante a mediados de la época, Marcel Cerdan. El estar casado y tener tres hijos no impidió que tuvieran un romance apasionado. Piaf estaba en Nueva York, en octubre de 1949, Marcel quiso ir a visitarla, el avión se estrelló en las Islas Azores, Marcel murió a sus 33 años y Edith nunca se recuperó. Un mes antes del accidente Edith había grabado el Himno del Amor. El mismo que cantó Celine Dion, la canadiense que perdió a su marido en 2016 y sufre una enfermedad rara incapacitante que le ha impedido subirse a los escenarios durante cuatro años. Hasta este día en París.

Y así como en la tumba de Piaf reza una frase de la canción (Dios reúne a los que se aman). Celine cantaba: Mientras el amor inunde mis mañanas/ Mientras mi cuerpo tiemble en tus manos/ No me importan los problemas/ Mi amor, ya que tú me amas/ Yo iría hasta el fin del mundo.

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