En las calles mojadas por la lluvia el color neón de la minifalda que Andrea lleva puesta brilla. El reflejo sofocante de tan escandaloso tono advierte que la noche que viene será larga: habrá fiesta, perreo intenso y hasta abajo. Camina cautelosa, tiene el reto de llegar, desde Santa Cruz hasta la estación Tricentenario del Metro de Medellín, sin llenar de pantano sus medias blancas y los tenis plataforma de colores que compró para lucir esta noche. Su destino final será Gato por liebre, un bar, que podría ser la terraza de una casa, y que se edifica como templo de la música urbana en Bello.
Unos 26 kilómetros más al sur del Valle de Aburrá, Simón y sus amigos se refugian de la misma y democrática lluvia. Se están tomando unos Gin tonics antes de comenzar la fiesta, planean ir a Perro Negro, club urbano al que Adrián Patiño, en Google Local Guides, describe así: “Parcero, solo perreo intenso. De las mejores rumbas si quieres recordar los inicios del reggaeton”. Entre copa y copa también reluce la pasarela. En su último viaje a Estados Unidos, Simón se compró unos Nike de bota, con líneas rojas y doradas, que esta noche combinan con un jogger y un hoodie que bien podrían homenajear al artista Takashi Murakami o a J Balvin. María Antonia, su novia, no quiere desentonar. Lleva puesto un vestido negro, corto y ceñido al cuerpo. Lo adornan correas de cuero y cadenas que la hacen ver como una edición noventera de Donatella Versace con flow latino o como una reciente copia de Madonna. A diferencia de ambas divas, “Tonya”, como le dicen sus amigos, lleva medias negras largas y unos sneakers con taches dorados.
En Rionegro, por su parte, Carlos se prepara para una batalla de Break Dance. En su armario no cuenta con demasiada ropa, por eso, lleva varios días reservando “la pinta” con la que competirá esta noche. Se trata de una sudadera Adidas negra, unos tenis rojos de la misma marca, una camiseta blanca con un estampado de Wu-Tang Clan y un pasamontañas gris que le ayudará a deslizar su cabeza en el suelo. “Y no puede faltar la bamba, la cadenita de plata, para que no se le olvide ponerla en el artículo, porque es la que me da la suerte bailando”, dice.
Carlos, María Antonia, Simón y Andrea no se conocen, pero comparten, al menos a primera vista, dos cosas: su gusto por la música urbana y la forma de vestir, independiente de la marca o la imitación que cada bolsillo pueda llegar a comprar. Tampoco importa el almacén o la tienda a la que se llegue. Andrea compra las pintas en su barrio, por Instagram o en El Hueco (Guayaquil), Simón y María Antonia viajan para comprar ropa y a Carlos se la regalan de cumpleaños.
Por décadas la música y la moda han sido una pareja estable. Ha pasado con el rock, el techno, el pop, el rap y, desde hace más de 20 años, con el reguetón y otras músicas urbanas. Lo han vivido las estéticas de Londres, Berlín, Detroit, Nueva York, por dejar algunos ejemplos. Lo vive ahora Medellín, ciudad que ha sido nombrada “Capital Mundial del reguetón”, y en la que es indiscutible que la música toma prestados gustos sexys, ostentosos y brillantes que por años nos avergonzaron, algunos de los cuales nos vincularon y siguen vinculando con el narcotráfico, pero que, al mismo tiempo, hoy son abrazados en las calles de una población en la que cada habitante parece sentirse en su videoclip, en su “rocecito por Provenza”.
¿Creen los medellinenses que la industria de la música urbana ha modificado la estética y la moda en la ciudad? En un sondeo realizado en la red social Twitter, del cual participaron 674 personas, un 90.1% dijo que sí. @IsabellaLeguiza argumentó sus razones: “Basta con comparar la aprobación social hacia las personas que visten un tipo de ropa específico como los reguetoneros. Hoy en día es bien visto, incluso podría decirse que es atractivo, un estilo que en Medellín hace algunos años era considerado degradante”.
@LopezJuanDa y @GabySanchezB también iniciaron una conversación luego de la pregunta. Juan dice: “Cada vez veo en Medellín más pelados (hombres) con conjuntos de un solo color de pies a cabeza. Eso se me hace una estética muy reguetonera”. Gaby le responde: “Y a eso hay que sumarle la romantización y el ideal que hoy es parecer medio ‘nea’, con un estilo urbano de estereotipos reguetoneros”.
Ser nea, palabra que en sus inicios fue despectiva en Antioquia, pero que con los años comenzó a definir cierta forma de vestir ropa ancha, lucir gorras de colores, hacerse cortes de cabello como ‘el siete’ o hasta un reemplazo para parcero es, según los más de 30 comentarios que fueron quedando de la pregunta, correspondiente en gran medida a la idea de un reguetonero en Medellín. Claudia Aristizábal, @Yucaconsal, lo resume así: “Es impresionante como veo ahora en los jovencitos esa estética ‘nea alternativo’, cortes asimétricos, ropa ancha, tenis gigantes... y podría seguir”.
Beatriz Arango, periodista de moda con más de 20 años de experiencia, y quien ha visto cambiar las estéticas de la ciudad varias veces, dice que el reguetón y la forma de vestir son “una expresión estética que maximiza piezas como los tenis, con amplitud en diseños, marcas y personalizaciones. En ellos las prendas sobredimensionadas y la ‘logomanía’. En ellas los detalles de brillo, sensualidad y en peinados”.
La hipótesis se verifica, ahora es teoría: al menos, desde el sentir de sus habitantes, la música urbana sí ha reconciliado a Medellín con una estética que por años la avergonzó y que ahora se convierte en una parte de su identidad. Frente a esa reconciliación, Diana Lunareja, consultora de tendencias y marketing, afirma que “siendo Medellín una ciudad donde para muchos la búsqueda de bienestar se da a través de la prosperidad y el desarrollo económico, la validación de las estéticas asociadas al reguetón viene del reconocimiento de este género como una industria boyante, con exponentes famosos en el mundo, con turismo derivado de la popularidad del género, con empleos generados gracias a la música urbana. De alguna manera, que Medellín esté en el mapa, como diría Maluma, hace que nuestro estilo particular sea visto con ojos de potencial económico”.
Defender la calle, el barrio y lo popular dejó de ser visto con malos ojos no solo en Medellín, también en el mundo. Hay algunos que han nombrado a todo este movimiento estético que se complementa con la música urbana como “la venganza latina”, una forma de decir que nos apoderamos del mundo y en la que dos antioqueños han jugado un rol preponderante: J Balvin y Maluma. “Los niños de Medellín”, como suelen llamarse, se vienen paseando desde hace varios años por algunas de las pasarelas más importantes del mundo. Marcas tan deseadas como Nike, Versace, Gucci, Chanel y Louis Vuitton los han tenido como exponentes, un escenario del que solo unos pocos, como Ricky Martín, llegaron a participar, porque antes del reguetón, las pasarelas no eran un lugar donde se expusiera la riqueza cultural latinoamericana. “Si bien Daddy Yankee le abrió las puertas como género, fue J Balvin el que abrió las pasarelas”, sostiene Jordi Linares, codirector del podcast ‘Hablemos de moda’, de Elle México, quien cuenta que la primera invitación que le hizo el diseñador Virgil Abloh a J Balvin para participar en una pasarela cambió la forma de entender la moda y el estilo urbano para siempre.

Esta relación, que no solo involucra la forma de vestir, sino también todo un universo estético en el que caben los carros, las joyas, las gafas de sol, perfumes, productos cosméticos y los cortes de cabello, ha convertido a los reguetoneros en empresarios. Maluma tiene su línea de perfumes, en 2020 Karol G lanzó su línea de ropa deportiva, y J Balvin ha vendido desde los Jordan de Nike que llevan su sello hasta varias líneas de ropa inspirada en trabajos musicales como Colores o ‘Hot Dogs’, para responder a su ya frecuente confrontación con el puertoriqueño Residente. Otros, como son los casos de los boricuas Bad Bunny, Ozuna y Daddy Yankee han enamorado figuras tan importantes como el diseñador Simon Jacquemu.
En Medellín, cada una de estas tendencias se ha convertido en inspiración. Para algunos se traducen en imitación. “A mí no me da para comprarme las marcas originales, pero en Medellín hacen unas ‘Triple A’ muy buenas”, dice Andrea. Llamamos ‘Triple A’ a copias de marcas que resultan casi perfectas. Para otros, en una oportunidad comercial: “Yo tengo una tienda virtual por Instagram, voy y compro la ropa a Estados Unidos, bien ‘flowcerita’, y la vendo por ahí”, cuenta Tomás, estudiante de mercadeo. También están aquellos que se han inspirado en los géneros urbanos para proponer marcas locales, emprendimientos gracias a los cuales muchos gritan con orgullo: “Me visto 100 % nacional”. En los grupos de Whatsapp hablan de True, Trece, Desatín y de Undergold para ejemplificar, pero todos saben que pueden ser cientos de marcas pequeñas o medianas más. Incluso, cuenta Diana Lunareja, “la marca de moda urbana de Medellín Undergold lanzó una colección de merch (prendas y accesorios inspirados en sus discos y conciertos) para el tour Bichota de Karol G”.

Andrea ya está perreando hasta abajo en Gato por liebre. Simón y María Antonia hacen lo mismo en Perro Negro, Carlos ya se echó al bolsillo su segundo puesto en la competencia y otros cientos de personas en el Valle de Aburrá arrancan para Midnight, Donde Chepe 2, Jamz o Morning, bares que cada vez se hacen más famosos. Seguramente, en cada municipio de Antioquia se puede contar una historia similar. En todas las pistas, las luces y los escotes dejan salir la sensualidad de los cuerpos femeninos, los hombres medio se mueven y parecen flotar con su look de astronauta citadino. Se sienten las risas de la reconciliación, ¿o venganza? de un género que comenzó siendo perseguido en los 90 en Puerto Rico y que, 32 años más tarde, dibuja en un boceto la identidad de una ciudad en la cual ya no te preguntan por Pablo Escobar, sino por J Balvin, Karol G y Maluma. Ojalá, así fueran todas las venganzas.
*Periodista - Magíster en Estudios Socioespaciales. Aprendiz de la lectura, la escritura, la cocina y el baile. Hoy en Comfama, contando las historias de la posibilidad.